jueves, 3 de julio de 2008

Si llegas a rozar la locura

 © Manual para canallas

“Es por ti que no hay cadenas
si sigo el ritmo de tus caderas.

Es por ti que rozo la locura
cuando navego por tu cintura.

Es por ti que soy un duende
cómplice del viento”

cantábamos a todo pulmón mientras bebíamos ron con coca. Desde una mesa vecina, la chica que había puesto la rola volteó a vernos. Sonrió en señal de aprobación. Levanté mi copa, sin dejar de cantar, y le hice una seña de ¡salud! Ella levantó su bola con cerveza y regresó el brindis, satisfecha. Mi amigo Dino dijo “¡a webo, pinche Canalla, vas!”. Asentí con satisfacción. Acabó la rola y siguió otra. La chava volvió voltear, nos sonreímos a la distancia. “Oye, no está nada mal”, me dijo Paco. Ella estaba sentada con una amiga y cuatro tipos. “Y ninguno de esos weyes es su novio”, comenté. “¿Crees?”, preguntó el Dino. “De hecho, al menos dos de ellos son gays”, agregué. “¡No mames, pinche Robert!”, se rió Paco, “¿a poco muy chingón? Chocamos las copas. “¿Quieres apostar?”. Se rieron. “¿Por qué estás tan seguro?”, me retó alguno. “Pura expresión corporal”, aseguré y luego agregué una broma “puro cálculo matemático”, yo que soy tan malo para los números. “¡Ah-chingá-chingá!”, manifestó Dino. “Sólo observen: es una mesa para ocho. Esos tres weyes están sospechosamente juntos y ríen como nenas, la otra vieja se inclina hacia la orilla, y la bonita está sentada en la cabecera. Si tuviera novio, el wey la sentaría junto a él para poder abrazarla. El único que le puede tirar la onda es el que está junto a ella, sólo que la chava volteó a sonreírnos consciente de que él también está de frente a nosotros y no le importó que nos viera”. Mis cuates se voltearon a ver entre ellos. “¡No manches!”. Y eso no fue todo. “Por si no bastara, ella está sentada a 30 centímetros de la mesa, lo cual quiere decir que no se siente totalmente cómoda, además de que ya está algo ebria”. En resumen, no le interesa ninguno de ellos, concluí. Aún así, mis amigos pensaron que estaba en el debraye. Les pedí una moneda, fui hacia la rockola. Mientras buscaba, se acercó la bonita. Volteé a mirarla. “Hola”, sonrió. Regresé el saludo, adornado con mi mejor sonrisa. “¿Qué vas poner, amigo?”, preguntó. “Algo de Los Fabulosos Cadillacs”, comenté. “Buena elección, pero ya los busqué y no están”, señaló. “Es una pena”, expresé y puse a Kinky. “¿Y tu qué buscas?”, cuestioné y le di paso para que pusiera su canción. “Busco un tipo que sepa besar rico”, y me dio la espalda. “Esa no la conozco, quién la canta”, bromeé como un idiota. “Bobo”, hizo una pausa para reír, “eres un bobo”, añadió la reina de las frases tontas y cursis. “Ojalá la encuentres” y me fui a mi lugar. Mis cuates esperaban expectantes.

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Empezó una salsa y la bonita se puso a bailar con uno de sus amigos gays, pero no dejaba de voltear a nuestra mesa. Siempre he desconfiado de las mujeres ebrias. Son tan impredecibles, aún más que en su juicio. Fui otra vez a la rockola. Ella se volvió a acercar. “¿Ya me vas a sacar a bailar?”, fue pura coquetería. “Si está el Buena Vista Social Club, sí”, la miré, “pero ¿no se ponen celosos tus amigos?”. Ella se acercó más. “Por eso no tengo novio, porque todos son muy celosos”, no dejó lugar a dudas. Perfecto, pensé y solté una frase de Andrés Calamaro: “Yo puedo ser inocente de tu lado más culpable, pero el culpable de tu lado más caliente”, esperé su reacción. Y ella soltó la frase más anticlimática en el mejor momento: “¡Mira, Joan Sebastian, pon a Joan Sebastian!”. Vale madres. Elegí a La ciudad de la furia, de Soda Stereo. No puedo lidiar con las mujeres que cantan “eres secreto de amor”. Así que me emborraché cantando rolas que me dijeran algo. Paco es menos prejuicioso, así que bailó con ella y le preguntó su nombre y todas esas cosas. Yo no busco a una mujer perfecta, pero al menos una que no llene sus mejores momentos con la peor de las bandas sonoras.

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Al poco rato, Éricka estaba en nuestra mesa platicando con Paco. Sólo estuvo unos 10 minutos, suficiente tiempo para beberse una bola de cerveza y ponerse de acuerdo con mi amigo. Un poco más tarde me largué. Mis amigos se integraron a la mesa de Éricka. Una semana después supe que Paco se llevó a Éricka a su departamento. Al principio me dijo que la chava era fantástica en la cama, pero ya con unos tragos me confesó la verdad. “No mames Robert, esa pinche vieja está bien loca”, empezó, “me hizo buscar un disco de K-Paz de la Sierra y ahí voy de pendejo”. Yo no hice comentario alguno. “Total que se puso a cantar y luego se soltó llorando”. Vaya, vaya. “La abracé y ella lloró más, no podía dejar de llorar”. Es lo malo de las viejas que no saben beber, creo que argumenté. “Luego quise besarla y no se dejó, me dijo que mejor la llevara a su casa”, se quejó Paco, “te imaginas, eran las cuatro de la mañana y quería que la llevara hasta Chimalhuacán”. Déjame adivinar, hice una pausa, seguro extrañaba a su ex viejo. “Sí, no mames”, Paco lamentó, “me dijo que no podía dejar de pensar en su wey”. Para no hacer el cuento largo, luego medio se animó, se desnudó y se quedó dormida en el sillón. Al otro día, temprano, ella estaba avergonzada y prefirió irse sola. Todavía, como una broma de mal gusto, le dijo a mi amigo que la había pasado muy bien, que la llamara después para salir a tomar algo. Paco agradeció mentalmente que no la hiciera llevarla a su casa a las siete de la mañana. Y estoy seguro que tiene intenciones de llamarla. Hay mujeres que confunden la realidad con una telenovela. “De la que te salvaste, pinche Robert”, bromeó Paco. “Tengo un sistema de alarmas a prueba de siniestros”, regresé la broma.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 03 de julio de 2008

 

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