jueves, 24 de julio de 2008

Un bastón para el corazón

© Manual para canallas

“Todos los hombres son unos idiotas”, era la conclusión de Iliana. Vaya, por fin alguien nos descubrió, pensé. A esta chica deberían darle el premio Nobel de la suspicacia. El sarcasmo es mi especialidad. “Mi novio, bueno mi ex novio, me dejó por andar con mi mejor amiga. Los dos apestan”. Uy, el ardor es más fuerte que la herida, reflexioné. “Pero no me importa, que se jodan, porque de ahora en adelante me voy a volver una zorra”. Vaya, alguien encontró su vocación. “Pero un día el estúpido me va a rogar para que regresemos y lo voy a mandar al diablo”. Sin duda, la revancha que todos esperan y casi nunca llega. “¿Te cuento algo? El siempre estuvo celoso de ti, le molestaba que le hablara de lo que escribes, y decía que el escribía mejor, pero la neta es que es un imbécil”. No es el único, ni el último novio o amigo celoso que me odia. “Sabes, siempre me has gustado, me encanta lo que escribes, me gustaría conocerte”. Más o menos, en esencia, eso es lo que me escribió Iliana hace rato. La posdata era lo más triste: “PD.- Me encantaría hacer el amor contigo, claro, sin compromiso, bueno como quieras, pero quiero acostarme contigo. Te mando mi teléfono, háblame”. Sin que suene a presunción, ese tipo de propuestas son frecuentes. Ni siquiera saben mi edad, se imaginan que soy guapo, idealizan este manual para desesperados, se aferran a mis historias como náufragos y se enamoran de un tipo que desconfía del corazón y se asesora por la razón. Sobra decir que ignoro esas propuestas, aunque mis amigos me digan que soy un pendejo.

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“Estimado señor Castañeda: Usted es patético, y deje de escribir porquerías. Siempre habla de teiboleras y borracheras”. Tómala, alguien que no sabe leer entre líneas, “debería de escribir cosas más productivas en lugar de desperdiciar ese espacio en el periódico”. Quizá tenga razón, pensaré en renunciar. “Se me hace que su madre o sus hermanas son prostitutas y usted está traumado”. ¡Qué pasooooó! Con mi madre no se meta, no pude evitar la risa. “Gente como usted no debería escribir, mejor búsquese otro trabajo, no sé a lo mejor como mecánico o como sacaborrachos”. Alguna vez pensé en ser sacaborrachos o cantinero, pero me gusta más ser cliente frecuente de los bares. Y aún no encuentro mi vocación. Sólo le respondí al señor que ya no me leyera, que le recomendaba a Carlos Cuauhtémoc Sánchez porque él sí escribía bien “bonito”. No sé si me hizo caso, porque lo bloqueé de mis contactos.

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“Hola, me encanta lo que escribes. Igual que tú, yo también me siento sola todo el tiempo. Mi papá te odia, dice que escribes puras porquerías, pero de todos modos te leé. Yo creo que sí le gusta, pero me lo dice para que yo no te lea y ya ni trae el periódico. Como sea, te checo en el Internet. Cuando sea grande quiero escribir como tú, ja ja ja ja, no es cierto. Tengo que confesarte algo: a veces parece que estás contando mi vida, me identifico mucho. Y otras veces me prendes, en especial las alusivas al sexo y relaciones. Me fascina como mezclas lo cotidiano con la poesía y el humor negro. Debo de aceptar que hay algunas que en verdad hacen que me moje (y conste que los leo en la escuela, hee, ja,ja). ¿No quieres ser mi novio? Imagínate, si eso logras con sólo escribir, lo que no conseguirás en vivo y a todo color, ja, ja, ja, ja”. Odio las risas escritas y los lugares comunes. Más o menos esto es lo que me escribió Yasmín, pero con faltas de ortografía. No traía posdata, pero sí una foto en tanga y la promesa de que me seguiría escribiendo si le contestaba. Me conformé con la promesa y guardé la foto.

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“Otro día lidiando con los recuerdos. Despierto y me doy cuenta que todo es igual que casi siempre. Y aunque piense en ti y me hagas falta, no moriré. Escucho aquella canción de Bunbury que te dediqué, pero ahora sólo quedan los recuerdos. Cuando algo te duele sólo dices “da igual”. ¿Por qué? No lo sé, pero siento que las canciones de Zoé tampoco fueron suficientes para permanecer a tu lado. Las rolas no cambiarán esta historia y hay que darle vuelta a la página. Tampoco sirve de nada llorar de vez en cuando. Acabo de cumplir 14 años y aquí no hay lugar para Romeos o Julietas, sólo una sensación más deprimente que ver Temporada de patos cuatro veces al día. Soy un joven reprimido que escribe historias porque no tiene nada mejor que hacer. Mi tristeza puede que no tenga remedio, pero aún así no puedo dejar de sonreír al pensar en la manera en que te conocí. Es curioso, pero me gustó la imperfección de tu sonrisa, más que esa mirada limpia. Sí, Karen, te quise demasiado pronto, quizá en exceso, pero tu ausencia hoy me deja una nueva tarea: atesorar tus sonrisas por un largo rato”. Así lo escribió Dante. Nada mal para alguien que tiene 14 años. Ya lo dijo algún poeta: lo peor de la tristeza es que no tiene remedio. O como bien diría Bunbury:

“el tiempo no cura nada,
el tiempo no es un doctor,
mala racha, mala estampa
y un bastón para el corazón”.

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“Eres mi ídolo, bro. Yo también soy canalla, bueno aprendiz de canalla, porque tú eres el master”. Vaya, somos más de los que imaginé. “Pero no te escribí por eso, sino porque tengo un pedo. Hay una chava que me trae movido, me encanta, pero no me pela. Ella es mi mejor amiga y dice que no quiere andar conmigo porque no quiere perder mi amistad”. Shales, el pretexto más común cuando alguien no te gusta. “Ya le dije que no hay pex, que siempre vamos a hacer amigos, pero ella no quiere. Dame un consejo, ¿no?”. Vale madres, que se creen, que soy la doctora corazón. Por salud mental, este tipo de consultas no las atiendo. “Bueno, se despide de ti, Max, un aprendiz de canalla. Y a ver si escribes algo sobre el amor que no es correspondido o de cuando te dejan y no sabes qué hacer”. Sólo puedo decir algo que no me cansaré de repetir: el amor es un pescado con los ojos abiertos. Y aunque al principio está fresco, siempre termina apestando. Bueno, casi siempre. Será que en vez de corazón tengo un escarabajo.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 24 de julio de 2008

 

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