jueves, 17 de agosto de 2006

Estar ardiendo y sentir escalofríos

© Manual para canallas

"No chulita, aquí nadie es la reina de nada", casi gritó Heriberto a Dafne, que en realidad se llama Yazmín, sí con ye y no con jota como se escribe correctamente. Bastante molesto porque la chica de cabellera oxigenada llegó tres horas tarde, el individuo estuvo a punto de regresarla a su casa. "Nada más porque es quincena te voy a aceptar, pero no te voy a pagar el día, así que si quieres tienes que chingarle duro para que te recuperes". La chica, de unos 20 años, sintió ganas de mandarlo al diablo pero se tragó el coraje, asintió con la cabeza y antes de soltar una grosería caminó rumbo a las escaleras. "Perate -maldita manía de recortar las palabras--, m´ijita. Ni siquiera me has pedido disculpas -aquel idiota no sabía que se dice "te ofrezco" en vez de "te pido" disculpas-, porque estarás muy reinita, pero aquí el que manda soy yo", aclaró el hombre con su acostumbrada prepotencia. Dafne apretó las mandíbulas, lo miró con odio y musitó "te pido una disculpa". Él se rió divertido ante la evidente humillación y advirtió "que sea la última vez, ¿eh?. Ora vete a cambiar y además quiero hablar contigo cuando cerremos". Ella subió las escaleras, entró a un pequeño cuartito con un espejo enorme y lo primero que vio fue su cara de hartazgo. Se derrumbó en una silla. Las demás chicas, tres o cuatro, no le hicieron caso, estaban tan ocupadas maquillándose o acomodándose el bikini como para siquiera saludarla. Además les caía gorda, según ella, por envidiosas, porque ella era la más solicitada por los clientes. Desde una bocina situada en la esquina llegaba el sonido de la música y la voz engolada del presentador: "Vanessa, primera llamada; Vanessa, primera llamada; Vanessa, primera llamada".

Aún de mala gana, Dafne se quitó la blusa y el espejo le devolvió la imagen de sus senos firmes, su cintura breve. Se sabía hermosa y eso la reconfortaba. Mientras se desnudaba por completo y se cubría con las minúsculas prendas que guardaba en su bolso, Dafne recordó a Charly, aquel tipo encantador que la abordó una vez en la Zona Rosa mientras ella esperaba a su novio. Juan Carlos, porque ese era el nombre de Charly, le dio su tarjeta y le preguntó lo típico: qué si era modelo, qué si no le gustaría ser famosa y salir en revistas. Al fin una escuincla, Yazmín, se sintió halagada y guardó la tarjeta sin decirle nada a su novio, que llegó media hora tarde y allí mismo lo cortó. Ella no lo echó de menos, porque a los 18 años las chicas que ganan su propio dinero creen que el mundo se amoldará a sus fantasías. Desde luego, Juan Carlos o Charly no sólo era su "representante", sino que además de quitarle un porcentaje por cada evento que le conseguía, también le pedía las nalgas, como se dice comúnmente. Al principio Yazmín pensaba que él estaba enamorado de ella, porque incluso le decía que la amaba cada que se acostaban, pero eso sólo fue un rato, mientras Charly conseguía otra chavita más guapa o más joven. Un buen día la corrió, porque el muy ojaldra andaba volado con unas gemelas bastante guapas, que habían llegado de Sinaloa. "Y son fabulosas en la cama", juntas, presumía Charly con sus cuates. Así que Yazmín se fue, sin contactos y con el vicio de obtener dinero fácil. Pronto se colocó en otra agencia, pero era más chafa y sólo le conseguían chambitas en ferreterías o tiendas de muebles en colonias a las que no se llega en metro. Hasta que su prima le consiguió chamba en un table dance, por los rumbos de Ecatepec.

Apenas terminaba de maquillarse cuando la "mami", que en realidad era la señora que les cuidaba sus cosas, la devolvió a la realidad: "Apúrate chulita, que aquel wey ya quiere que bajes a atender a los clientes". Dafne trató de sonreír y sólo insinuó una mueca indescifrable. Mientras se pintaba los labios recordó su primer día en el teibol. Aunque fue el peor día de su vida, según ella, porque le daban asco los viejos cochinos que la manoseaban, no le fue tan mal porque se llevó como dos mil pesos, entre propinas y porcentaje de boletos. "Y eso que estás bien verde", le dijo su prima Desiré -llamada Berenice, en realidad-. Desde entonces ha pasado casi un año y Yazmín terminó por acostumbrarse y por aprenderse todos los trucos para hacer que el más feo de los hombres se sienta un triunfador a su lado. Yazmín, o mejor dicho Dafne, se roció el cuello y los senos con un perfume escandaloso, de esos que marean, luego se persignó y caminó como una diosa del sexo. En cuanto bajó las escaleras y caminó sobre la alfombra se volvió a sentir reina y buscó con la mirada alguna mesa en la que se consumiera una botella. Tres sujetos la miraron de la misma forma en que lo haría Belcebú mientras acaricia un alma pecadora. Aunque hacía calor, sintió un escalofrío, pero Dafne sonrió, paseó la lengua sobre sus labios y se sentó sobre las piernas del más viejo, para abrazarlo y soltar esa frase que promete delirios: "¿Me invitas una copa, guapo?". El ruido de las copas, el escándalo de la música, las risas de falsa euforia, poco a poco fueron inundando su cerebro. Y ella se abandonó, como aquellos que siempre hacen caso a los horóscopos y creen que nunca podrán darle un giro a su destino.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 17 de agosto de 2006

manualparacanallas@hotmail.com