jueves, 29 de octubre de 2015

Este muñeco vudú que has estrujado

Manual para canallas - Este muñeco vudú que has estrujado

"Hay mujeres que están hechas de tormentas: son viento a contracorriente, rayos y centellas, tempestad para llevar. Ay de ti si eres presa de sus nubosas o su ojo de huracán"...


Así era Claudia desde que la conocí, aunque yo no quise verlo o me hice el desentendido. Ella era un vendaval de los pies a la cabeza: mujer tempestuosa, con una mirada arrolladora y un cuerpo contundente. Ya la había visto por allí, en casa de un amigo común, en una reunión bastante desmadrosa. Ella iba con un chico algo hípster, de barba a la moda y lentes Ray-Ban. No creo que fuera mala persona, hasta parecía simpático, pero a mí me caen mal los tipos que se la pasan posteando pendejaditas en Instagram. Lo supe porque justo cuando pasaba junto a ellas, él le mostraba una foto en su iPhone a ella y comentó algo así como “¿a poco no está cool?”. No reparé en la reacción de Claudia, solamente seguí mi camino a la cocina para servirme otro trago. “¿Cool?”, quién culeros dice “cool” todo el tiempo. Un par de horas más tarde yo fumaba en la terraza mientras sonaba algo de Enjambre en el estéreo y varios invitados cantaban como si fuera un himno de sus batallas perdidas. Claudia se acercó a gorrearme un tabaco. “Me pareces conocido, no sé, de algún otro lado”, soltó mientras yo le estiraba el encendedor y ella le hacía casita con sus manos sobre las mías. “No, no lo creo. Te recordaría”, respondí. No hablamos mucho, sólo comentamos algo sobre las reuniones de mi amigo Gibrán, que siempre resultaban memorables y sobre toda clase de personajes que solían asistir. Me dio las gracias y se fue a bailar algo de The Cure. Yo volví a lo mío por un buen rato. Antes de irme casi tropezamos en la puerta. “Te debo un cigarro, amigo”, dijo por decir algo. “Y algún día me deberás algún insomnio”, comenté estúpidamente. Ella sonrió segura de sí misma y me despidió con un “cuídate, sé feliz”. Ni me cuidé tanto y la verdad es que no hice muchos intentos por ser feliz, porque simplemente no era lo mío.


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jueves, 22 de octubre de 2015

Ocasos que sirven para un carajo

Manual para canallas - Ocasos que sirven para un carajo


"Hace tantas lunas que tus caricias se volvieron frías. Hace tantos insomnios que no te perfumas en la alcoba, hace demasiadas noches que la rutina se quedó a dormir"...



Hace tanto que no celebras, hace tanto que no te sueltan las pesadillas, hace tanto que roncas y bostezas, hace tanto que te sientas en una banca con la mirada plácida. Hace tanto que todo se ha ido al carajo. Sí, maldita sea, cada día que pasa se acumulan las deudas y los intereses por las compras a plazos. Cada día que pasa es más del carajo. Y te levantas con jaqueca y te lavas los dientes para quitarte el sabor amargo de los ronquidos. Y preparas un desayuno magro. Otra vez huevo. Otra vez café sin leche. Una vez más, bolillo de ayer. Y de nueva cuenta la queja cotidiana: “otra vez huevo con jamón. Nos van a salir plumas”. Ojalá así fuera. Y sobrevolar el paisaje desolado de esta urbe enferma, tísica y tumefacta. Y escapar hacia los volcanes, sin mirar atrás, perderse en el horizonte. Y seguir volando lejos, más lejos, despedirse de las rutinas cotidianas que te carcomen las ansias. Hace tanto que no te caracajeas por bobadas, hace tanto que no te ilusiona nada, hace tantos días, meses, que no te regalas algo: un libro, un mediodía en cama, unos zapatos lindos, una canción que te salve, la blusa colorida, esa corbata fina, optimismo frente al espejo, el coqueteo en el baile, una camiseta que no sea de segunda, queso extra en los nachos, autoconfianza en lunes y 100 gramos de optimismo para el fin de la quincena. Hace tanto tiempo que no acaricias con naturalidad, hace tantas noches que no te perfumas en la alcoba, hace demasiadas lunas que la rutina se quedó a dormir. Como canta Sabina, cualquier día, a todas horas, como un ritual de bofetadas: “Hace demasiados meses que mis payasadas no provocan tus ganas de reír”.


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jueves, 8 de octubre de 2015

Los locos vivimos en remolinos

Manual para canallas - Los locos vivimos en remolinos


Cuentan los que saben, que los mejores pistoleros son zurdos. Vaya contradicción. Disparan con la izquierda hacia el corazón. Y también dicen que los mejores poetas piensan con la izquierda. Prefiero creer esto último...



Normalmente me peino con la mano derecha. También mezclo el café con la diestra. Y, desde luego, con la misma mano me amarro las agujetas. Pero da la casualidad que soy ambidiestro. Y escribo con la izquierda y acaricio con esa misma. Y a veces pienso con el hemisferio zurdo y mis poemas menos certeros apuntan al seno izquierdo de una mujer de ojos luminosos. Y ella me mira con una mezcla de ternura y se acurruca en mi pecho para decirme cuánto me ha echado de menos. Y sí, tantas veces pienso con la izquierda que mis consignas están del lado de la gente que no comulga con los siniestros ni con los que viven de nuestros impuestos. Es más, a veces sueño con la izquierda y cuando despierto los Prinosaurios aún siguen allí (como suponía Augusto Monterroso). Y me levanto con el pie zurdo y sigo pensando que somos demasiado pueblo como para soportar a tantos corruptos en el gobierno. Y mi puño en vilo seguirá protestando por un mejor futuro como herencia para mis hijos. Y también, cuando duermo recostado sobre mi flanco izquierdo, tengo pesadillas y ronquidos igual que todos los que padecemos el costo diario de la vida. Es entonces que despierto mucho más despeinado que de costumbre, con un remolino de ideas en la cabeza. Exacto, los locos habitamos remolinos. Y sí, normalmente me peino con la mano derecha y fumo y bebo y me abotono la camisa de la misma manera. Pero cuando respiro y sufro y lloro o me alegro y escribo poesía y duermo intranquilo es con mi lado izquierdo. Y sí, también sueño desde mi flanco zurdo y releo a poetas zurdos, como Ernesto Cardenal: 

“Bienaventurado el hombre
que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines,
ni se sienta a la mesa con los gánsters...
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano,
ni delata a su compañero de colegio”.


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jueves, 1 de octubre de 2015

Canciones para aterrizajes forzosos

Manual para canallas - Canciones para aterrizajes forzosos


Había tres cosas que deseaba con fervor en la secundaria: los besos de Alma Delia, unos tenis adidas y volar...


Pero, como siempre sucede cuando eres un chamaco sin muchas expectativas, nunca se me cumplieron los anhelos. Alma Delia no era la más guapa de mi salón, pero a mí me encantaba: su cabello siempre olía a comercial de la tele y además empezaba a madurar su adolescencia, así que el uniforme perfilaba unos senos que ya se antojaban poéticos. Pero yo no era un poeta en embrión, ni nada parecido; sólo era un chamaco calenturiento que hojeaba revistas para adultos. Así que Alma Delia era la chica ideal en ese momento, aunque yo me seguía peinando con limón. Sólo que a esa edad las chavitas te dejan en la ‘friendzone’ y se enamoran de los chavos bonitos, de los verbo-mata-carita, de los que andan en moto. Yo no era ni lo uno ni lo otro. Pero quería aferrarme a la idea de que podría tener sus besos. Ya en tercero de secundaria ella maduró antes que yo y se hizo novia de un chaval de su cuadra, que iba por ella a la salida. La historia de mi vida. Siempre me fijaba en la chica que no era la adecuada o simplemente no era para mí.


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