jueves, 27 de marzo de 2014

Vivir en territorio apache

Manual para canallas - Vivir en territorio apache


Siempre me daban tristeza las mudanzas. Empacar y dejar atrás infinidad de historias, los amigos de la infancia, las mascotas del vecindario, las niñas a las que les invitaba un gansito y el Boing de triangulito...


Hace ya tanto tiempo que poco a poco voy olvidando los detalles, pero no esta frecuente sensación de corazón errante. Nunca echamos raíces, íbamos de aquí para allá y de una colonia a otra, perseguidos por los apuros económicos de mi madre. A veces durábamos sólo unos meses en una vecindad, pero otras ocasiones pasaba un año y parecía que por fin habíamos encontrado un sitio confortable. Y sucedía algo que echaba todo por la borda: mi hermano atropellaba a una gallina con la bicicleta o yo me peleaba con el nieto del arrendador. Y hartos de nuestras travesuras, los dueños le ponían un ultimátum a mi jefa: tiene hasta fin de mes para irse. Caray, mi madre con tantas preocupaciones y encima de todo nosotros nos comportábamos como unos auténticos pingos. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Se venden almas, a meses sin intereses

Manual para canallas - Se venden almas, a meses sin intereses


Yo fui “cerillo” en un supermercado. Será por eso que prefiero comprar en el tianguis. Además, me chocan las mujeres que dejan el carrito atravesado a medio pasillo. Y detesto a los idiotas que sólo van a verle el trasero a las señoras casadas...


Estoy formado en una fila que parece avanzar con la velocidad de una gorda frente a la sección de botanas. Ya llevo diez minutos formado y mi paciencia empieza a escasear. Delante de mí está formada una señora con más de 30 artículos, pese a que el pinche letrero dice: Caja rápida. Máximo 20 artículos. “Oiga, señora, esta es una caja rápida”, intento advertirle, pero ella me interrumpe, “ya lo sé, pero también hay cosas de mi comadre” y entonces, sin decir agua va, se meten en la fila otra señora y una chamaca. Se reparten la mercancía. “Por eso este país no progresa, por gente que siempre quiere hacer trampa”, les digo con enfado. “¡Y ni progresará, estás soñando!”, la escuincla se cree muy lista y se burla. “Pues claro que no va a progresar si las chamacas como tú sólo leen el TV Notas y perrean los domingos”, suelto con rencor. Escucho carcajadas atrás de mí. “Sí es cierto, pinches viejas”, dice una chava. Ella y su amiga se ríen. “Bien hecho, amigo, pinches rucas mamomas”, suelta la otra. Las tramposas nos miran con odio. Si no fuera porque los preservativos están al dos por uno ni me acercaba por aquí. Las chavas murmuran a mis espaldas. La cajera no puede creer que esté comprando tantas cajas y se me queda viendo como si yo fuera un pervertido. “Ay, amigo, para qué quieres tanto condón”, me cotorrea una de mis “amigas”. Mientras pago le explico que “prefiero gastar en estos globos que pagar fiestas infantiles por el resto de mi vida”. Las chicas se carcajean, por lo que supongo que sí entendieron. Tal vez sea mi imaginación, pero juro que una de ellas me sonríe con coquetería. “Chau”, les guiño un ojo. Y sólo se ríen como colegialas.

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jueves, 13 de marzo de 2014

Atún con galletas para el alma

Manual para canallas - Atún con galletas para el alma


“Si puedes gritar, hazlo. No te contengas”, sugirió Evangelina. Intenté hacerlo, pero de mi boca no salió ningún sonido. Un escalofrío se instaló en mi hombro y recorrió todo mi brazo izquierdo...


El placer era demasiado intenso, un poco más que el dolor. Intenté hacerla a un lado, pero era demasiado tarde. Ella estaba encima de mí, yo dentro de ella. O mejor dicho, yo estaba debajo de ella. Lo cierto es que nadie me había enloquecido tanto en tan poco tiempo. Desde un principio ella tomó el control y no requirió de los trucos baratos del tipo “déjame amarrarte a la cama”. No, sólo me besó con lujuria, luego su lengua recorrió mi pecho, la entrepierna y jugueteó con mi sexo. Intenté que mis delirios no se confabularan demasiado pronto en mi contra. Quise cambiar de posición, pero Evangelina ya estaba encima de mí y su vagina devoró mis ansias. Cabalgó a placer un rato, luego se salió, disfrutó con mis murmullos, me pidió que fuera obsceno. Sus miradas destellaron malicia. Mis jadeos la enloquecieron. “Toma mi cuello”, sugirió. Mi voluntad era suya, lo sabía. “Me encantan tus manos, son enormes”, musitó en mi oído, “y ahora asfíxiame” y su mano derecha apretó la mía. Intenté hacerlo, pero entonces su sexo envolvió el mío de nueva cuenta. Solté un quejido demasiado débil. Ella río de una manera que ya no me gustó. “Es tu última oportunidad, ahórcame”, retó. Mis manos temblaron. No quise parecer débil. Ella se movía de una manera que no sé describir, sólo atino a creer que era demasiado excitante para ser cierto. Justo cuando alcancé el orgasmo, ella mordió mi cuello. Fue certera, sentí una explosión múltiple. Y entonces comprendí los alcances de su maldad. “Si puedes gritar, hazlo”, alardeó de la misma manera que lo hizo horas antes en aquel bar del Centro Histórico. 

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jueves, 6 de marzo de 2014

Si no puedes con el vértigo

Manual para canallas - Si no puedes con el vértigo


En este antro los tragos son caros y la música pésima, pero a nadie parece importarle. Infinidad de jóvenes se mueven como en un video de los Chemical Brothers. Los meseros son tan educados como guaruras de político o judiciales iletrados...


Un idiota que está con dos chavitas muy guapas se acerca y me dice: 

“qué pasó, bro, te noto algo down; aquí traigo lo que te haga falta para la fiesta”. 

Sólo sonrío como un imbécil y le digo que no, que prefiero unos tragos. 

“Tú te lo pierdes, man”, lamenta. 

Voy hacia la barra, pido un ron y cuando me dicen que son 70 pesos ya no me sabe tan bien. Ya son las 11 de la noche y hace una hora que Brenda y Ricardo tenían que haber llegado. Estoy a punto de largarme cuando entra Paula, otra amiga desde la universidad. Me pregunta si he visto a alguien más. Le digo que no, que al parecer soy el único conocido. De no ser porque es el cumpleaños de Marisa, una ex novia que todavía me gusta nomás porque le da un ligero aire a Jessica Alba, pero sobre todo porque siempre fue fabulosa en la cama. Qué tiempos aquellos, cuando faltábamos a clases y nos íbamos a su departamento, aprovechando que sus padres trabajaban todo el día. Y entonces me hundían los oleajes de su cálido cuerpo, deslizaba mi boca por la pendiente de su vientre y avivaba el incendio de sus deseos. Ella me enseñó que hay mil formas de llegar al vértigo.