jueves, 23 de noviembre de 2017

Dios y el diablo se juegan mi alma

Manual para canallas - Dios y el dablo se juegan mi alma

Tengo un diablo que litiga en mi contra los viernes, mientras Dios está ocupado en demandar a los que lucran con su imagen sin pagar derechos de autor...


Cuando nací el diablo estaba con resaca y Dios disfrutaba de un día feriado. Lo sé porque no era primavera, ni retozaban las jóvenes del verano. Lo sé porque ni un triste cuervo sobrevoló aquellas calles áridas y polvosas de ese pueblo que se da aires de ciudad. Lo sé, simplemente lo sé. Yo nací en una fecha en la que todo mundo estaba abrigado o se quejaba del pinche frío. Por ello es que este corazón gélido tarda en salir de su constante letargo, como si hibernara todo el maldito año. Cuando nací, sólo se escuchaba a lo lejos el uluar de una sirena y el murmullo constante de un hospital saturado.

Cuando nací, había sobrepoblación en la sala de urgencias y de milagro mi madre alcanzó un camastro. Cuando nací Dios andaba con bermudas y sandalias. Cuando nací, al igual que cuando naciste tú, el diablo se curaba la resaca con saldeuvas y algunos pecados. Lo sé porque es momento que ni uno ni otro me han dado acuse de recibo o tan siquiera una copia de la factura. Lo sé por esta suerte mediana que me ha tocado. Aún no me alcanza una bala, pero tampoco me ha tocado la fortuna. Lo sé porque habito en una zona de confort que no tira para arriba y tampoco para abajo. Sé que Dios y el diablo a veces se juegan mi saldo con los dados, de tal manera que a veces termino empatado.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Borrarás los besos y mensajes del teléfono

Manual para canallas - Borrarás los besos y mensajes del teléfono

Está escrito en latín, en arameo y cualquier idioma: siempre estamos coleccionando adioses, somos expertos en dramas y despedidas...


Hombres y mujeres, novatos y veteranos en esas cosas del corazón, todos vamos por la vida archivando adioses. Hay quienes coleccionan llaveros, figuritas de luchadores, coches de bomberos, ranitas de cerámica, ángeles de ornato, cómics de su héroe favorito, películas de tal o cual actor, discos de acetato o juguetes de Star Wars. Yo tengo una maldita colección de adioses. Siempre me estoy despidiendo o me están mandando al carajo, con demasiada frecuencia y de distintas maneras. Yo tenía un puñado de amigos y hoy son olvido. Unos se han marchado lejos, otros se han difuminado como el brillo en los retratos. Aquel que no he visto en un par de años, creo que tiene otras prioridades antes que tomarse un trago conmigo. Aquella se ha casado y sus hijos gobiernan sus horarios. Y el otro creo que ha triunfado y está demasiado ocupado mirándose en el espejo, conviviendo con nuevas amistades y bebiendo en cócteles con el tipo mujeres que siempre nos han gustado. Por lo menos aún recibo alguno que otro saludo de Mariela, quien se casó con un italiano y siempre está prometiendo regresar pronto desde Turín. Yo tenía un puñado de amigos y hoy no tengo un carajo, así que estoy pensando seriamente en comprarme un perro que sacuda la cola y se ponga contento cuando escuche el cerrojo que anuncia mi llegada. Nunca fui muy popular que digamos, mucho menos el tipo simpático de la clase, ni el capitán del equipo de futbol, tampoco el más listo de mi clase, pero tuve la fortuna de hacer algunos buenos amigos en la universidad. Y pasó el tiempo y nos emborrachábamos cada viernes y nos prometíamos lealtad a prueba de tiempo. Pero hoy somos unos extraños, que sólo se mandan felicitaciones en los cumpleaños, que coinciden de vez en cuando, que tienen una lista de deberes que son prioritarios. Sí, yo tenía un puñado de amigos y hoy somos como extraños. No es culpa suya, supongo que es mía. O tal vez de ambos lados. Yo no voy a visitarlos al trabajo, ni hacemos parrilladas los domingos, ni les hablo para ver cómo están los hijos, tampoco estoy pendiente de sus logros, ni ellos leen lo que escribo y les vale madre si hoy estoy deprimido. Yo tenía un puñado de amigos y hoy no tengo un carajo. A lo más que llegamos es a frecuentarnos muy de vez en cuando por el Facebook. Pero tengo algunos conocidos y nos llevamos bien y nos emborrachamos los jueves o los viernes, a veces en sábado. Y hay canciones que siempre nos recuerdan algo. Es verdad, siempre estoy rodeado de gente bienintencionada, de personas buenas y otras no tanto, pero debo confesar que extraño a mis amigos de muchos años.


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jueves, 9 de noviembre de 2017

Buscar el placer y engañar al dolor

Manual para canallas - Buscar el placer y engañar al dolor

Nunca fui un niño de sonrisas ni tenía un perro ‘Firulais’. Yo no sacaba diez en inglés, ni era el preferido de la Miss. Yo era un chavito con tenis viejos y percudidos...


Siempre he sido un tipo extraño, con un carácter indescifrable. Puedo ser el mejor amigo o el peor crítico. El pésimo hermano o el padre ideal por un fin de semana. O un amante paciente y un enamorado caótico. Siempre he tenido un carácter muy complicado. Recuerdo que desde que era chavito se me han cruzado los cables. Supongo que no soy el único. Todos tenemos nuestros ratos buenos y también los lapsos en que enloquecemos mucho o poco. A veces por tonterías, en ocasiones con justa razón, pero siempre se nos están cruzando los cables.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Remolinos de polvo y vinagre

Manual para canallas - Remolinos de polvo y vinagre

Si te vas a marchar, espera el invierno. Espera un poco, no te vayas este otoño. No me dejes a la deriva del viento amargo, no me chingues más la tristeza...


Ana tenía remolinos en la mirada, pese a que ella era toda primavera, pero yo soy un pinche necio y no hice caso a las señales del diablo. Al final Ana me dejó el reguero de hojarascas en el pinche corazón que no sirve para un carajo. Lo nuestro era como un remolino de polvo y vinagre. Qué chingados tendrá el otoño. Yo no sé qué diablos pasa con el viento que siempre me ha parecido un musitar sombrío. Y las hojas girando su danza interminable, mientras estos ojos húmedos se ponen a tristear. El otoño y yo no somos compatibles, nunca nos sonreímos, siempre estamos riñendo. No es que haga frío, ni tampoco las humedades que deja la lluvia, tampoco es el sol tímido que se asoma unas horas. No, claro que no es nada de eso. Desde pequeño, cuando era un saltarín que subía a los árboles y correteaba lagartijas, no me llevaba bien con el otoño. Y es que no me gustan sus murmullos, ese viento que se queja al mecer los cachivaches o que me deletrea al oído la palabra me-lan-co-lía. Yo quisiera que ya acabará esta temporada tan propicia para los suicidios, para la muerte de las aves que se derrumban con sus nidos. Cuando era un chavalillo correteaba un balón bajo la lluvia, vagaba sin suéter durante el invierno y caminaba descalzo sobre la hierba de la primavera, pero si algo me perturbaba eran los silbidos del viento de otoño al colarse por mi ventana. Y uno tan escuálido y tan proclive a la tristeza, parecía encontrar mensajes del más allá, de alguna de esas almas que nunca descansan en paz. Con el tiempo fui perdiendo el miedo, pero se me acentuaron las tristezas, se me enmohecieron los recuerdos con tantas tormentas. Algunas veces se nos inundaba la cocina, salía agua de las alcantarillas y cruzábamos la calle con los zapatos anegados y los pantalones con el dobladillo en las rodillas. Por eso no me gustan los otoños, con sus lluvias torrenciales, con sus vientos susurrantes y los remolinos de hojarascas que me perseguían como pequeños demonios vociferantes. Yo no soy un tipo de otoños, me llevo mejor con los inviernos aunque se me partan los labios y pese a que no tenga a quién echar de menos.


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