viernes, 5 de mayo de 2006

Entre mentiras y cucarachas

© Manual para canallas

Nunca te engañaré, recuerdo que dijo Analí una tarde soleada, mientras comíamos arroz con huevo en una fondita que estaba frente a su chamba. Yo le creí porque supuse que me amaba, pero también porque yo era un chamaco muy confiado. Ella no era bonita, pero irradiaba sensualidad. Trabajaba de recepcionista en una agencia de publicidad en la que yo nunca hubiera laborado. "Nunca te engañaría", escribió otra vez en el espejo de mi baño, antes de irse a su casa a las nueve de la mañana de un sábado. Recuerdo que en esos días le dije que la notaba rara, incluso, un poco distraída, como cuando las mujeres se entusiasman con un sujeto que nunca eres tú. Ella me dijo que estaba imaginando tonterías, así que dejé de darle importancia hasta que una noche la vi besándose en el coche con su jefe. Así que di mediavuelta, sentí un aguijón en el hígado, y nunca volví a llamarle. Ella tocaba a mi puerta algunas noches, pero yo no le abría porque estaba seguro que no soportaría el cinismo de sus ojos grandes. Hasta que se cansó o alguna de sus amigas le comentó que yo sabía de sus engaños. Entonces yo escribía mal, o peor que ahora, así que le dediqué un par de poemas que eran pésimos y amargados. Hoy sé que de nada sirve inventarse verdades a medias ni ficciones completas. Si algo resulta inevitable es que las mentiras te perseguirán como cucarachas: todo está en que se cuele una a tu vida y le seguirá un ejército feroz, incalculable. ¿A poco no te has fijado que por justificar una mentira destapas otro agujero y otro y otro? Bastaría con asomarte al espejo para darte cuenta de que tu esqueleto es un montón de huesos falsos, que la columna vertebral de tu vida es la hipocresía.

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Marcelo toca los timbales en una banda de ska. Es regularsón, pero él se siente muy jefe y hasta presume que también le sabe a la trompeta, pero la neta es que sonaría mejor en la banda de guerra de cualquier secundaria. Usa el cabello a rape, barbita de chivo y una argolla en la oreja izquierda. Yo ni lo conozco, pero un amigo me dijo que lo conoció en un reven en casa de una prima suya. Al principio le cayó leve, pero luego se puso pesado. Ya medio ebrio, Marcelo alardeó de que es músico, pintor y loco. Y lo que es más, presumió que tenía una columna en El Universal Gráfico, llamada Manual para Canallas. Incluso, aclaró que no usaba su nombre verdadero, sino que prefería un seudónimo en honor a un amigo ausente, que fue su brother del alma: Roberto G. Castañeda. O seáse que estoy muerto, que no existo. Primero me morí de la risa, pero luego pasé al coraje. Cálmate, me dijo mi cuate Leo. Ya en plan rélax me dije que era el pretexto para una buena historia, pero al final se quedó en intento porque el personaje me pareció demasiado ridículo para ser de carne y hueso. Curiosamente me sirvió de pretexto para recordar que este mundo está lleno de farsantes, de falsos profetas, de políticos ansiosos y desfalcadores que sonríen para la foto. En fin, no sé realmente quién carajos es Marcelo, pero seguro que como él hay muchos que se fusilan mis textos y esconden el crédito. Habría que acostumbrarse a que la gente se adueñe de tus ideas y hasta de tus pensamientos, sobre todo, en un país que ha patentado la corrupción, la envidia y todas las formas en que se conjuga el odio. Sólo nos resta maldecir, como decía Henry Chinsaki, porque es el consuelo de los que nunca han ganado nada o lo han perdido todo en una sola mano. Quién te manda apostar contra el destino, que es el croupier de la desgracia.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Viernes 05 de mayo de 2006

manualparacanallas@hotmail.com