jueves, 28 de abril de 2016

Pequeñas catástrofes, para llevar

Manual para canallas - Pequeñas catástrofes, para llevar


Somos la suma de todas las pequeñas tragedias que nos han perseguido por años y sin piedad: catástrofes para llevar, sin moño o envoltura de celofán...


Somos una suma de pequeñas catástrofes, de mínimas tragedias, que nos han perseguido por años y sin piedad. Desde que ibas al colegio y te reprobaron por enfermarte de varicela antes de los exámenes finales. Desde que tu novia de secundaria te cortó porque usabas aquellas gafas de fondo de botella. Desde que perdiste la virginidad con la persona equivocada. Desde que elegiste una carrera que estaba destinada al fracaso. Desde que resultaste embarazada por el cretino de la clase. Desde que dormiste con la chica que te convertiría el corazón en una piltrafa el resto del verano. Desde que eres sólo olvido.

Ya lo dice Bukoswki, el hombre común o la mujer ordinaria enloquecen progresivamente por las pequeñas tragedias cotidianas: un tacón roto, un sueldo raquítico, un agujero en el bolsillo, los trámites burocráticos, una llanta ponchada, el recibo del teléfono, la infidelidad como una bofetada, una mosca en la sopa, tu mascota atropellada. Sí, lo predijo Bukowski, lo que puede conducirte al manicomio es ese desfile de “pequeñas” tragedias como un despido injustificado, cucarachas en la cocina, una mujer despechada, la gotera en el techo y la maldita camisa que se mancha cuando tienes una cita de trabajo. Sí, con un maldito carajo, el remolino de trivialidades cotidianas pueden irte minando el espíritu igual que la pinche humedad que carcome las paredes del baño. 

jueves, 7 de abril de 2016

Brebajes que atontan el corazón

Manual para canallas - Brebajes que atontan el corazón


Hay mujeres fugaces, como peces de hielo o nubes de algodón. Hay mujeres tormenta, que sólo vienen a dejarte un desastre por todos lados...


Sí, hay mujeres que se evaporan como esas pociones que envenenan el sentido común y te marean el corazón hasta quién sabe cuándo. Así era Marlene. En realidad se llamaba María Fernanda, pero su nombre "artístico" era Marlene. La conocí de una manera poco probable. Marlene lloraba sentada en las escaleras. Intenté ignorarla, pero eso era menos que imposible. “¿Te sientes mal?”, la pregunta era estúpida, lo supe de volada. Ella asintió. “¿Puedo ayudarte en algo?”, traté de corregir. Volvió a asentir. Levantó la cara, se limpió el llanto con la mano derecha y sólo consiguió que se le corriera más el rímel. “Es que me peleé con mi novio y perdí mis llaves y no sé qué hacer”, balbuceó. Mmmm, traté de pensar en algo. “¿Por qué no le llamas a alguna amiga?”, sugerí. “Es que también perdí mi celular, bueno con todo y bolsa”. Mmmta, es lo malo de las viejas que no saben beber. “Lo bueno es que tu cabeza está atornillada al cuerpo”, traté de aligerar la situación. “¿Cómo?”, no me sorprendió que no entendiera la broma. “Si quieres, puedes pasar a mi departamento a hacer alguna llamada”, señalé hacia arriba. “¿De veras?, ay, que lindo”, me tomó la palabra. Marlene vivía un piso abajo. “Allí está el fon”, indiqué, “puedes hacer las llamadas que quieras. Mientras, voy a cambiarme los zapatos”, era un pretexto para dejarla a solas. Regresé y su cara de angustia me lo dijo todo. “No localizo a mi amiga, no me contesta”. Buscar un cerrajero no era opción, no en la madrugada. “¿Te ofrezco un café, un refresco, un trago?”, pura amabilidad, “en lo que resolvemos esto”. Dudó y luego me pidió un cigarrillo. Fumamos, ella volvió a llamar, pero nadie contestó y tuvo que dejar un recado en el buzón. “Ay, manito, ¿qué hago?, no sé qué hacer, es la única amiga con la que me puedo quedar”, estaba a punto de acongojarse, así que traté de calmarla. “No te preocupes, ya pensaremos en algo”, comenté. “Que lindo eres”, la típica frase. Fui a servirme un ron y a ella le llevé una cerveza. “Ay, no, cómo crees, de por sí ya estoy borracha”, pero de todos modos la agarró. “Salud”, chocamos los tragos, después puse un disco. “Que bárbaro, tienes muchos compactos”, hasta entonces reparó en ello. 

“Conservo un beso de carmín que sus labios dejaron
impreso en el espejo del lavabo,
una foto amarilla, un corazón oxidado,
y esta sed del que añora la fuente del pecado”, 

cantaba Sabina mientras Marlene me sonreía de una manera que presagiaba fuego entre las manos.


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