jueves, 10 de diciembre de 2015

Canciones fúnebres para el invierno


Manual para canallas - Canciones fúnebres para el invierno

Sí, hay una muerte con sus manos tétricas tocando una marcha fúnebre y merodeando por mi calle, por tu barrio, por cada esquina. Suena trágico, pero es la realidad de este país en ruinas y en este invierno que congela el alma...


Como tú, como mucha gente, crecí en una colonia popular donde había tienditas en las que encontrabas todo lo que necesitaras: un fusible, medio kilo de azúcar, veladoras, curitas, focos, agujas, orégano, aspirinas y hasta las cosas más impensables. No, allí no había Oxxos ni nada parecido, sólo un localito que siempre atendía una señora enojona o su esposo bonachón. Desde luego que por las calles de mi barrio pasaban toda clase de marchantes: el triciclo del pan, la camioneta de las naranjas, el afilador, el carrito de camotes con su silbido ruidoso, la tambora y la marimba. Y desde luego, no faltaba el clásico “tamaaaaaleeees oaxaqueños, ricos y deliciosos tamaaaaleees oaxaqueños”. Cuando éramos unos críos, por supuesto, nos emocionábamos siguiendo la vagoneta de los helados con su melodía alegórica. Y cuando nos portábamos mal, nuestras madres nos aplacaban con la amenaza de “te voy a vender con el ropavejero y no me vuelves a ver”. Y el ropavejero siempre era un tipo barbón, con su gorrita ridícula y una carreta tirada por una mula.


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jueves, 3 de diciembre de 2015

Hojalatería y pintura para el alma


Manual para canallas - Hojalatería y pintura para el alma

A últimas fechas me siento extraño, un tanto huraño, como si mis voces internas me aconsejaran guardar silencio. Tal vez no sea el único tipo confundido en este mar de gente, en estos oleajes de ruido incesante...

No sólo estoy confundido. Además, siempre me están confundiendo. Como el otro día que fui a una reunión que no estaba tan divertida. Una que otra chava guapa por allá. Un par de amigos y alguno que otro wey conocido. La música era pasable, algo de Los Cadillacs, The Cure y hasta Sabina. De buenas a primeras una vieja se acercó a platicar conmigo, supongo que un tanto a la deriva. Me dijo su nombre, pero lo olvidé de inmediato. “Sabes, tengo la impresión de que te he visto en otro lado”, comentó pero en realidad me estaba confundiendo con alguien más. Después de un rato ya se sintió con la confianza necesaria para preguntarme lo que se le diera la gana.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Remedios caseros para la melancolía

Manual para canallas - Remedios caseros para la melancolía


Todos tenemos algunas tristezas, demasiadas nostalgias. Y nos hacen falta brebajes, recetas caseras, que nos curen las melancolías...


Yo tengo esta barba descuidada, un tanto desprolija, como espinas que arañan el alma. Tengo este bolsillo derecho con unas cuantas monedas y las promesas que no te he cumplido. Tengo estos jeans desteñidos, que han visto cómo se desgastan mis días. Tengo hartas noches, demasiadas madrugadas echándote de menos. Tengo remolinos en la cabeza y algunos poemas que me dan vueltas. Tengo dudas, tengo certezas y estas ganas tremendas de encontrar serenidad en algún libro y en tantos recuerdos buenos. Tengo esquizofrenia y ciertos delirios envueltos para regalo. Tengo este cáncer que presiento, pero que aún no me han diagnosticado y tengo también los rayos equis de la fractura en mi mano izquierda. Tengo a veces una que otra fiebre, que trato con paracetamol. Tengo recetas nuevas y padecimientos viejos. Tengo una farmacia en el buró junto a la cama. Tengo propensión a automedicarme, a tomar antidepresivos y también a dejarme llevar por la melancolía. Tengo Seguro popular y eso, queridos amigos, es el peor de los recursos. Tengo té de manzanilla, fomentos de agua fría, algunos remedios de la abuela y demasiados síntomas que me indican que empieza la cuesta abajo. Tengo colesterol alto y esta debilidad por remojar el pan en el café americano. Tengo ciertas ideas adormecidas y un ligero escalofrío que me eriza la cabeza. Tengo un doctor burócrata que sólo me receta ácido acetilsalicílico soluble. Y tengo mi próxima cita con el médico para cuando ya me haya medio muerto o para cuando ya esté medio vivo.


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jueves, 19 de noviembre de 2015

Cuando no basta con los adioses

Manual para canallas - Cuando no basta con los adioses

Hay mujeres, hay hombres, hay obsesos, que no entienden las despedidas...


Hay demasiados solitarios rascándose la cabeza, mordiéndose las uñas, dudando en olvidarte. “El día que me largue hazte la promesa de nunca buscarme”, me advirtió Vanessa. “Con un adiós me basta para desterrarme”, fue mi respuesta. Y sí, Vane me desterró a la primera oportunidad: me sacó de su vida, me borró del Facebook y cambió de número telefónico, por las malditas dudas. Yo estaba tan mortificado como un embalsamador en una convención de funerarias. Así que seguí con mis rutinas y mis vicios recurrentes. Nada edificante, pero tampoco algo destructivo. Los amigos celebraron que al fin me hubiera quitado “las cadenas”, porque según ellos ya no era el mismo y “esa vieja te controlaba demasiado”. Yo sabía lo que ellos querían decir: ya no iba con la misma frecuencia a las partidas de dominó, ni al fútbol los sábados y tampoco a los bares que frecuentaban. “Bienvenido de nuevo al club del insomnio, cabroncito”, espetó Fernando y levantó su trago en señal de salud. Mis amigos son bastante ocurrentes y muy desmadrosos, así que regresé a mi vida de soltero y salí con viejas amigas y conocí nuevas mujeres, algunas más prometedoras que otras. Nada serio. Suele ser así: no voy de una relación a otra, me doy mi tiempo para reflexionar y no curarme la soledad en otros brazos. Uno o dos días, por ejemplo. No, en realidad no. A veces pasa mucho tiempo. A veces no pasa nada. Y hay días que pasa todo, como un torbellino. 

jueves, 12 de noviembre de 2015

Antes de que nos carcoma el tiempo

Manual para canallas - Antes de que nos carcoma el tiempo

Desde niños soñamos en grande, inventamos naves espaciales, tuvimos amigos imaginarios y también nos enamoramos de personas imposibles. Pero entonces no sabíamos que la vida era todo esto que ahora nos agobia...


Y poco a poco fuimos desechando los mapas del tesoro, los amigos imaginarios, la brújula que venía en la caja de cereales, los planes para explorar planetas desolados, la colección de cómics y las cartas de amor a la princesa del barrio. Y sí, nos vamos convirtiendo en tipos ordinarios, con sueldos burocráticos y zapatos gastados. Cuando los imposibles te merodean, cuando no basta con soñar o imaginar, lo más seguro es que te carcoma el tiempo. Cuando navegas extraviado, nunca hay viento bueno. Y como a mí siempre me merodean los imposibles, apostaré todo mi resto antes de que coma el tiempo o antes de que el diablo venga con sus números infinitos a cobrarme sus impuestos y recargos. Así que antes de que suceda una cosa o la otra, antes de que amanezca muerto o anochezca medio vivo, voy a ofertar por la luna y gravitaré como un satélite sobre tu cuerpo. Sí, satelitaré con mis cuartos menguantes, con mi luna nueva, con mis cuartos crecientes, alrededor de tu cintura y también sobre tu vientre terso. Si no me alcanza con desearlo, ofertaré por el mundo y te lo obsequiaré completo. ¿Que ya tiene dueño? No lo creo. Te regalaré las puestas de sol, el viento de otoño, el columpio en el árbol viejo, la voz del viento en estas noches calmas, la brisa del mar, la arena bajo tus pies, el crujir de las hojas secas, todos mis recuerdos, tantas miradas buenas que me quedan, la llovizna de agosto y tantas otras cosas que no pueden, no podrán tener dueño. Antes de que me carcoma el tiempo, antes de que empiece a vivir la otra mitad de mi vida o la otra mitad de mi muerte, ofertaré por imposibles y también por tus suspiros. Haré una oferta, con mis deseos y mis besos, por el aire que juguetea con tu cabello. Ofertaré por tus adioses con la mano derecha y esa sonrisa que derriba mis defensas. Haré una oferta, con mis imposibles, por tus pensamientos para que me hospedes noche y día, en vacaciones y en horas laborales. Como siempre me merodean los imposibles y me carcome el tiempo, quiero ser el capitán que pilotea el asteroide que hará estallar tu cuerpo, palmo a palmo, sexo a sexo. Sí, quiero hacer una oferta también por tu constelación de lunares y hacer un mapa estelar que me recuerde el camino a casa. Como siempre me merodean los imposibles, quiero ser el Capitán Asteroide que navegue entre tu lluvia de estrellas y también entre tus piernas.


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jueves, 29 de octubre de 2015

Este muñeco vudú que has estrujado

Manual para canallas - Este muñeco vudú que has estrujado

"Hay mujeres que están hechas de tormentas: son viento a contracorriente, rayos y centellas, tempestad para llevar. Ay de ti si eres presa de sus nubosas o su ojo de huracán"...


Así era Claudia desde que la conocí, aunque yo no quise verlo o me hice el desentendido. Ella era un vendaval de los pies a la cabeza: mujer tempestuosa, con una mirada arrolladora y un cuerpo contundente. Ya la había visto por allí, en casa de un amigo común, en una reunión bastante desmadrosa. Ella iba con un chico algo hípster, de barba a la moda y lentes Ray-Ban. No creo que fuera mala persona, hasta parecía simpático, pero a mí me caen mal los tipos que se la pasan posteando pendejaditas en Instagram. Lo supe porque justo cuando pasaba junto a ellas, él le mostraba una foto en su iPhone a ella y comentó algo así como “¿a poco no está cool?”. No reparé en la reacción de Claudia, solamente seguí mi camino a la cocina para servirme otro trago. “¿Cool?”, quién culeros dice “cool” todo el tiempo. Un par de horas más tarde yo fumaba en la terraza mientras sonaba algo de Enjambre en el estéreo y varios invitados cantaban como si fuera un himno de sus batallas perdidas. Claudia se acercó a gorrearme un tabaco. “Me pareces conocido, no sé, de algún otro lado”, soltó mientras yo le estiraba el encendedor y ella le hacía casita con sus manos sobre las mías. “No, no lo creo. Te recordaría”, respondí. No hablamos mucho, sólo comentamos algo sobre las reuniones de mi amigo Gibrán, que siempre resultaban memorables y sobre toda clase de personajes que solían asistir. Me dio las gracias y se fue a bailar algo de The Cure. Yo volví a lo mío por un buen rato. Antes de irme casi tropezamos en la puerta. “Te debo un cigarro, amigo”, dijo por decir algo. “Y algún día me deberás algún insomnio”, comenté estúpidamente. Ella sonrió segura de sí misma y me despidió con un “cuídate, sé feliz”. Ni me cuidé tanto y la verdad es que no hice muchos intentos por ser feliz, porque simplemente no era lo mío.


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jueves, 22 de octubre de 2015

Ocasos que sirven para un carajo

Manual para canallas - Ocasos que sirven para un carajo


"Hace tantas lunas que tus caricias se volvieron frías. Hace tantos insomnios que no te perfumas en la alcoba, hace demasiadas noches que la rutina se quedó a dormir"...



Hace tanto que no celebras, hace tanto que no te sueltan las pesadillas, hace tanto que roncas y bostezas, hace tanto que te sientas en una banca con la mirada plácida. Hace tanto que todo se ha ido al carajo. Sí, maldita sea, cada día que pasa se acumulan las deudas y los intereses por las compras a plazos. Cada día que pasa es más del carajo. Y te levantas con jaqueca y te lavas los dientes para quitarte el sabor amargo de los ronquidos. Y preparas un desayuno magro. Otra vez huevo. Otra vez café sin leche. Una vez más, bolillo de ayer. Y de nueva cuenta la queja cotidiana: “otra vez huevo con jamón. Nos van a salir plumas”. Ojalá así fuera. Y sobrevolar el paisaje desolado de esta urbe enferma, tísica y tumefacta. Y escapar hacia los volcanes, sin mirar atrás, perderse en el horizonte. Y seguir volando lejos, más lejos, despedirse de las rutinas cotidianas que te carcomen las ansias. Hace tanto que no te caracajeas por bobadas, hace tanto que no te ilusiona nada, hace tantos días, meses, que no te regalas algo: un libro, un mediodía en cama, unos zapatos lindos, una canción que te salve, la blusa colorida, esa corbata fina, optimismo frente al espejo, el coqueteo en el baile, una camiseta que no sea de segunda, queso extra en los nachos, autoconfianza en lunes y 100 gramos de optimismo para el fin de la quincena. Hace tanto tiempo que no acaricias con naturalidad, hace tantas noches que no te perfumas en la alcoba, hace demasiadas lunas que la rutina se quedó a dormir. Como canta Sabina, cualquier día, a todas horas, como un ritual de bofetadas: “Hace demasiados meses que mis payasadas no provocan tus ganas de reír”.


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jueves, 8 de octubre de 2015

Los locos vivimos en remolinos

Manual para canallas - Los locos vivimos en remolinos


Cuentan los que saben, que los mejores pistoleros son zurdos. Vaya contradicción. Disparan con la izquierda hacia el corazón. Y también dicen que los mejores poetas piensan con la izquierda. Prefiero creer esto último...



Normalmente me peino con la mano derecha. También mezclo el café con la diestra. Y, desde luego, con la misma mano me amarro las agujetas. Pero da la casualidad que soy ambidiestro. Y escribo con la izquierda y acaricio con esa misma. Y a veces pienso con el hemisferio zurdo y mis poemas menos certeros apuntan al seno izquierdo de una mujer de ojos luminosos. Y ella me mira con una mezcla de ternura y se acurruca en mi pecho para decirme cuánto me ha echado de menos. Y sí, tantas veces pienso con la izquierda que mis consignas están del lado de la gente que no comulga con los siniestros ni con los que viven de nuestros impuestos. Es más, a veces sueño con la izquierda y cuando despierto los Prinosaurios aún siguen allí (como suponía Augusto Monterroso). Y me levanto con el pie zurdo y sigo pensando que somos demasiado pueblo como para soportar a tantos corruptos en el gobierno. Y mi puño en vilo seguirá protestando por un mejor futuro como herencia para mis hijos. Y también, cuando duermo recostado sobre mi flanco izquierdo, tengo pesadillas y ronquidos igual que todos los que padecemos el costo diario de la vida. Es entonces que despierto mucho más despeinado que de costumbre, con un remolino de ideas en la cabeza. Exacto, los locos habitamos remolinos. Y sí, normalmente me peino con la mano derecha y fumo y bebo y me abotono la camisa de la misma manera. Pero cuando respiro y sufro y lloro o me alegro y escribo poesía y duermo intranquilo es con mi lado izquierdo. Y sí, también sueño desde mi flanco zurdo y releo a poetas zurdos, como Ernesto Cardenal: 

“Bienaventurado el hombre
que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines,
ni se sienta a la mesa con los gánsters...
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano,
ni delata a su compañero de colegio”.


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jueves, 1 de octubre de 2015

Canciones para aterrizajes forzosos

Manual para canallas - Canciones para aterrizajes forzosos


Había tres cosas que deseaba con fervor en la secundaria: los besos de Alma Delia, unos tenis adidas y volar...


Pero, como siempre sucede cuando eres un chamaco sin muchas expectativas, nunca se me cumplieron los anhelos. Alma Delia no era la más guapa de mi salón, pero a mí me encantaba: su cabello siempre olía a comercial de la tele y además empezaba a madurar su adolescencia, así que el uniforme perfilaba unos senos que ya se antojaban poéticos. Pero yo no era un poeta en embrión, ni nada parecido; sólo era un chamaco calenturiento que hojeaba revistas para adultos. Así que Alma Delia era la chica ideal en ese momento, aunque yo me seguía peinando con limón. Sólo que a esa edad las chavitas te dejan en la ‘friendzone’ y se enamoran de los chavos bonitos, de los verbo-mata-carita, de los que andan en moto. Yo no era ni lo uno ni lo otro. Pero quería aferrarme a la idea de que podría tener sus besos. Ya en tercero de secundaria ella maduró antes que yo y se hizo novia de un chaval de su cuadra, que iba por ella a la salida. La historia de mi vida. Siempre me fijaba en la chica que no era la adecuada o simplemente no era para mí.


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jueves, 24 de septiembre de 2015

Malabares con tu maldita suerte

Manual para canallas - Malabares con tu maldita suerte


Con esta crisis no parece haber muchas alternativas: hacer malabares con la tristeza, sonreír con melancolía y añorar aquellos días de la niñez en que te conformabas con ser un perseguidor de lagartijas o un chamaco que coleccionaba tesoros en cajitas de cerillos.

Habrá que recurrir a la creatividad, al optimismo, para salir adelante. No es fácil, en un país, en ciudades sitiadas por ejércitos de malparidos.

Habrá que mantener el coraje, la dignidad intacta. Habrá que ser ingenioso para ganarse la vida de manera honrada. Así nos lo enseñaron, así nos lo dejaron claro. Aunque mi abuelo no terminó la primaria, hay quienes juran que era muy brillante, que era capaz de armar y desarmar una licuadora sin esfuerzo y que hasta estaba construyendo una televisión con puras chácharas que compraba en los mercaditos ambulantes. Sólo que no le dio tiempo, pues murió muy joven en un estúpido accidente de trabajo. Yo no sé sí realmente era un sujeto brillante o sólo era alguien práctico, quizá menos tonto que los de su pueblo, pero sí que se convirtió en una ausencia de la que todos hablan y han hablado a lo largo de los años. Y eso no es nuevo: mi familia es disfuncional, un poco por vocación y otro tanto por herencia. Creo que hay una canción que dice “al infierno se llega por atajos”, pero no recuerdo de quién es, así que me limitaré a decir que en mi familia hemos hecho hasta lo imposible por llegar lo más pronto al purgatorio. 

jueves, 10 de septiembre de 2015

El corsario que besa la playa de tu vientre

Manual para canallas - El corsario que besa la playa de tu vientre


Soy el almirante náufrago de mi adolescencia. Soy el corsario con heridas de guerra. Soy barca sin faro en el horizonte, soy el oleaje cálido que besa la playa de tu vientre...


El ojo triste de Tom Yorke me miró interrogante desde un póster gigante en Mix Up. Radiohead está cabrón, pensé. Se me acercó un chaval sonriente en su uniforme negroazul: “¿Te puedo ayudar en algo?”, soltó la frase elemental. “Mmm, no lo creo. Estoy buscando algo de Antonio Vega”, intenté deshacerme de él. Dudó y pretendió hacerse el chistoso: “¿Y ése qué canta?, ¿música cristiana?”. Lo miré como haría el Dr. House en una convención de acupunturistas. Se río forzadamente. “A ver, ¿quién es el tal Antonio?”, preguntó. “Sólo te diré que es el autor de ‘Lucha de gigantes’ y también de ‘Chica de ayer’, de las mejores rolas del rock español”, seguí buscando. “Ahhh”, no supo qué agregar y aproveché su confusión, “pero seguro a ti no te importa, porque te empedas con La Arrolladora Banda Limón”. Tardó en captar el mensaje. “Pinche mamón”, farfulló. Se alejó contrariado. Y no encontré nada de Antonio Vega, así que mejor opté por buscar a Los Amigos Invisibles. Y sí, había un par de discos. “Esa banda tiene ondita”, escuché una voz a mi espalda. La chica me sonrió. “Sí, es muy buena banda”, creo que dije. “¿Vas a ir a verlos?”, cuestionó para seguir la plática. “Por supuesto, no me los puedo perder”, asentí. “Ay, yo me muero de ganas por ir”, plan con maña. “Te invitaría, pero no te conozco”, lancé. “Ah, pues yo soy Andrea y me encantan Los Amigos Invisibles”, me tendió la mano. “Bueno, yo no soy invisible, pero encantado de ser tu amigo”, comenté. Ella rió con frescura. Al final no compré nada, pero fuimos a tomar un café. De pronto el destino se pone de tu parte. O quizá sea el diablo extendiéndote una tarjeta para que visites los antros que ya no has frecuentado. Una semana después fuimos juntos ver a Los Amigos Invisibles y Andrea me bailó de manera muy sugestiva y me besó salvajemente cuando sonaba ‘Playa azul’: 

“Si estuvieras aquí,
me podrías hacer
sentir tanto placer”.


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jueves, 3 de septiembre de 2015

No es lo mismo invocar al diablo que verlo venir

Manual para canallas - No es lo mismo invocar al diablo que verlo venir


Creo ciegamente en Bukowski cuando asegura que “el infierno es una puerta cerrada…/ Pero algunas veces sientes al menos/que echas una mirada a través del ojo de la cerradura”...



Así más o menos me sentía aquella tarde mientras observaba desde la distancia la cúpula del Palacio de Bellas Artes. Elizabeth estaba sentada frente a mí, con una taza de café. Yo intentaba no bostezar. Los silencios eran tan incómodos que estuve tentado a checar mi Facebook en el celular. “Estoy embarazada”, fue lo primero que me dijo Elizabeth. Y yo que no llevé serpentinas para festejarlo. “Hola. Bienvenida al mundo real”, intenté ser sarcástico pero ella no estaba para sutilezas. Ella y yo habíamos terminado un par de meses antes, pero insistió en que nos viéramos. “¿Qué vamos a hacer?”, respondió con frialdad. “Mira, yo sé que es algo que no estaba en tus planes”, manifesté, “pero al menos podrías ser un poco más cálida que mi refrigerador”. Me miró con odio. “¿Siempre tienes que ser tan irónico?”, reclamó.

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jueves, 27 de agosto de 2015

Las pequeñas cosas que te pueden volver loco

Manual para canallas - Las pequeñas cosas que te pueden volver loco

Hay miradas vacuas, gélidas, indescifrables, que no dicen nada. Y también hay miradas que dicen todo, que gritan auxilio, que gimen cariño...


Hay miradas que te persiguen en sueños, que te hablan de todo con elocuencia. Así era la mirada de mi amigo Renato. Reny Stimpy, para los cuates. A Renato lo conocí en la Vocacional, cuando éramos imberbes y soñábamos con revoluciones de puño en alto y barricadas. Él era un tipo brillante, un alumno sobresaliente que deseaba ser ingeniero mecánico y soñaba con trabajar para la NASA. “¿Sabes cuánto voy a ganar?”, presumía en su fantasía. “Millones, millones, wey”, aseguraba. “¡Y en dólares!”, nos mofábamos. Pero en el fondo yo le creía, porque él parecía muy convencido. Y además era chingón en todas las materias, incluidas las matemáticas. Bueno, hasta sus planos de Dibujo Industrial eran impecables. Quienes no lo conocían, siempre lo buleaban. Bueno, casi nadie se escapaba del bullying. Yo mismo era motivo de escarnio por usar gafas de aumento. Pero estaba en que a mi cuate Renato lo acosaban todo el tiempo. Era un poco distinto a nosotros o así lo veíamos, porque sus jefes tenían varo y él era muy educadito. Los que lo detestaban decían que era gay. Yo mismo, cuando les decía que no se mancharan, recibía burlas: “Ay sí, dejen a mi novio”, era lo mínimo que me reprochaban. Tal vez por eso simpatizaba conmigo y me ayudaba en los exámenes. A mí el Reny me caía bien por varias razones: vivía cerca de mi casa, me dejaba copiar en los exámenes y además tenía una hermana que me gustaba. Incluso cuando nos peleábamos lo hacía enojar con eso de “me saludas a tu hermana”. Y me mandaba a la chingada unos cuantos días. Pero volvíamos a ser amigos como si nada.


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jueves, 20 de agosto de 2015

Si te preguntan por mí

Manual para canallas - Si te preguntan por mí


Cuando alguien se marcha de tu lado es mejor no pronunciar su nombre, nunca más. No, nunca es sano pronunciar el nombre de los que se han largado...


Todos vivimos acosados por las dudas, por las interrogantes, en lo cotidiano y a todas horas. Y no es sencillo convivir con ellas, sobre todo si te las hacen las personas incorrectas o en el momento equivocado.

“¿Ya llegaste?”, pregunta tu novia de la manera más simple. “No, sólo me tomé la libertad de mandarte un holograma para avisarte que estoy de borracho con mis amigotes. Y en cinco segundos esta imagen se autodestruirá”, dices con voz mecánica. “No seas payaso”, te mira con frialdad, casi con odio. ¿Te mojaste, a poco está lloviendo?, dice tu hermana mientras mira por la ventana. “No, cómo crees, en realidad es la escena número 27, en la que una pipa riega abundante agua sobre la casa esperando que tomemos los paraguas y salgamos a bailar mientras cantamos una canción estúpida”, detallas en tanto que el agua escurre de tu cabeza.


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jueves, 13 de agosto de 2015

Jugar con Dios a las escondidas

Manual para canallas - Jugar con Dios a las escondidas


“El día que yo nací Dios estaba enfermo”, escribió el poeta César Vallejo...


En ese sentido, creo que Dios jugaba a las escondidas el día que vine el mundo. Y es que  este Dios que me tocó a mí, bipolar y distraído, solía ponerse a jugar con frecuencia. Bueno, al menos eso es lo que mi mamá me cuenta. Alicia, que es mi madre, tiene muy buena memoria y bastante imaginación. Siempre fue así, desde niña, muy especial. Y te lo platica de una manera que te da una mezcla de ternura y tristeza infinita. “Cuando yo estaba chiquita veía a Dios”, me ha contado mi jefa, “volteaba al cielo y lo veía, hasta con sus flores de ofrenda, como en los cuadros”. ¿En serio? Sí, dice Alicia, y hablaba con él. Mi madre le pedía que la llevara con él, que no la dejara abandonada a su suerte, a esa mala vida de golpes y sufrimiento en un caserío perdido y provinciano. También lo soñaba siempre, continúa ella. “Soñaba que jugaba conmigo, a las escondidillas. Entonces era feliz, lo era al menos mientras dormía. Dios y yo jugábamos mucho, a las escondidillas”. En verdad que no puedes sino sentir ternura y querer mucho más a una mujer así. A mi madre que de niña soñaba a jugar con Dios, a mi generosa madre que en su infancia quería ser gallina porque eran libres y nadie les pegaba. En verdad, no me cuesta trabajo creer todo lo que me cuenta mi jefa, con su eterna sonrisa morena. Por eso la abrazo, por eso la adoro, por eso es que la celebro en su cumpleaños tan cercano a los 70. Por eso es que, ahora que lo pienso, creo que me tocó un Dios espléndido aunque distraído. A mí me tocó un Dios que jugaba con mi madre a las escondidas. Y eso, sin duda, sigue siendo una metáfora en mi vida. Por eso digo que el día que yo nací, Dios jugaba a las escondidas. Y no sé si eso sea bueno o malo, pero algo sí es irrefutable: Cuando tienes una madre como la mía, no importa que tus ángeles guardianes burocraticen tus trámites o que Dios ande distraído, porque ella tiene el espíritu y la fuerza para protegerte de todos los males. Por eso es que desde niña mi madre jugaba a Dios con las escondidas, porque se llevan de a cuartos y tienen la misma sonrisa. Por eso es que sus cumpleaños, de mi madre, son tan concurridos. Por eso es que todos los días son festivos cuando mi madre está cerca y me mira como si el cumpleaños fuera el mío.

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jueves, 6 de agosto de 2015

Que mis pecados se pongan en huelga

Manual para canallas - Que mis pecados se pongan en huelga

"He sido y sigo siendo un elefante blanco construido de pecados y defectos. He pecado mucho, demasiado, de pensamiento, palabra, obra u omisión".

Acúsome de haber ejercido la soberbia, en todas sus formas. He sido altanero, arrogante, demasiado pagado de mí mismo. He sido lo suficientemente cretino como para hacerme odiar por mis vecinos, la cajera del banco, el abarrotero y hasta por mis compañeros de trabajo. He sido tan soberbio que ni yo mismo me soporto cuando soy autocrítico. He sido y sigo siendo pedante, vanidoso, un idiota que no sabe qué hacer con lo mucho o poco que ha aprendido.

Acepto que por lapsos de mi vida me ha gobernado la pereza, en todas sus variedades. Me ha faltado ambición, he derrochado el tiempo en nimiedades y he sido un tipo poco productivo. En determinados momentos he postergado proyectos que ya tendrían que estar terminados, con los pretextos más absurdos que sólo yo me creo: que si el equinoccio de primavera, que si mi talento es incomprendido, que no me venderé al sistema, que no es mi momento, que no se han alineado los planetas a mi favor y demás etcéteras bastante cuestionables. Algún conocedor dirá que es ‘miedo al fracaso’. Ni madres. En todo caso sería ‘miedo al éxito, al compromiso’. Yo digo que me sale muy bien eso de hacerme pendejo. Y soy un experto en engañarme a mí mismo.

jueves, 23 de julio de 2015

Pintar cuervos en la ventana

Manual para canallas - Pintar cuervos en la ventana

Parecemos cuervos desorientados, viviendo al día, merodeando el alimento, carcomiendo corazones ajenos...


Aurora tiene una contradicción en la mirada: su tristeza es tan gris como sus rutinas. Aurora tiene mañanas como nubarrones y noches que no dan tregua. Ella se casó y enviudó muy joven, tuvo dos hijos varones que son el único motor que la hace caminar en automático.

Con secundaria inconclusa y pocas opciones, Aurora es auxiliar de intendencia en una compañía de limpieza que es experta en evadir impuestos y la explotación laboral. Aurora tiene un porvenir que le grazna en los insomnios. Aurora quisiera sonreír con las cosas más simples, no sentir ese cansancio en las piernas y correr por el jardín con sus hijos pequeños. Pero no es así, no será así, en un país que está en llamas y que está azolado por una plaga de cuervos.

jueves, 16 de julio de 2015

Perfeccionar el arte del escapismo

Manual para canallas - Perfeccionar el arte del escapismo

En los bares pasan las cosas más sorprendentes. Lo mismo llega alguien a contarte que es especialista en abrir cajas fuertes, que alguna mujer ebria que te dice que alguna vez fue tan hermosa que anduvo con un millonario...


Claro, no faltan los truhanes que te cuentan las cosas más estúpidas con tal de gorrearte un trago. En una de esas tardes rutinarias, en las que sólo habíamos algunos clientes asiduos, entró un sujeto que irradiaba seguridad, con pelo envaselinado y su portafolio metálico. Miró a su alrededor, me observó unos segundos y fue a sentarse a mi lado. “Buenas tardes”, dijo con amabilidad exagerada. Sólo le saludé con un movimiento de cabeza. Apuesto a que es un vendedor de seguros, reflexioné. Pidió un martini. No mames, a los bares de tercera no se va a beber martinis. Ni que fuera el pinche James Bond en una misión ultrasecreta. Enseguida sacó la cartera y pidió al barman que le cobrara. Se sintió observado y volteó a verme. “Es que tengo la cábala de pagar siempre el primer trago, porque si no me hace daño”, sonrió con una de esas sonrisas que he visto en las películas de estafadores. Ya de cerca me di cuenta que su traje era viejo, que su camisa estaba un poco raída del cuello y que lo único reluciente era su portafolios de aluminio. “¿Y usted a qué se dedica, amigo?”, me cuestionó. “Soy mago”, pero los jueves no trabajo, aclaré. “Ah, que interesante, fíjese que mi abuelo era mago”. Si le hubiera comentado que yo era hombre bala, seguro que hubiera dicho “de niño yo soñaba con trabajar en un circo” o algo así. “¿Y cuál es su mejor truco?”, al parecer no se dio cuenta de que no deseaba charlar con él. “El escapismo”, hice una mueca de fastidio. “Jajajaja”, se rió en mi jeta, “ni que fuera El Chapo Guzmán”. 


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jueves, 9 de julio de 2015

Sueños sin fecha de caducidad

Manual para canallas - Sueños sin fecha de caducidad

Caducan los helechos, también el girasol, igual que las uvas en racimo o las bugambilias de mi callejón. Caducan tantas cosas que ya hasta nos da miedo mirar hacia atrás.


Caducan las nubes con forma de oveja, la higuera de la infancia, el columpio junto al río, la paz de estas calles, la inocencia de aquellos niños que jugaban al doctor. Caducan los pastizales, el verde aroma de los valles, bajo el progreso del cemento. Caducan las veredas y se multiplican las autopistas. Caducan los baldíos y crecen los centros comerciales. Caducan las flores, caducan los riachuelos, caducan los barquitos de papel. Caducan las milpas, se multiplican las unidades habitacionales. Caducan las canchas de futbol y las bibliotecas y las señoras barriendo los portales. Caducan los limoneros, la yerbabuena silvestre, los membrillos en el jardín. Caduca el gato que retoza, el perro con sus pulgas, las aves en cautiverio. Caducan los buenos modales, la gente que vale la pena, los héroes cotidianos, los caballeros que ceden el asiento, la mano solidaria, la lealtad a los amigos. Caducan el respeto y la fidelidad. Caducan los honestos, mientras los corruptos forman un ejército. Caduca la licencia de conducir, la receta del médico y la credencial para votar. Lo que no caduca son las deudas, ni ese tronarse los dedos porque es fin de quincena y hay que pagar la renta y la luz y el teléfono. Caducan las cosas buenas, los goces cotidianos, los salvoconductos temporales, nuestros pequeños refugios. 


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jueves, 2 de julio de 2015

El pronóstico del clímax

Manual para canallas - El pronóstico del clímax


"Hay un frente frío que me recorre el costado cada que bebo este café amargo. Hay un frente frío en tu lado de la cama. Hay un frente frío que me hace añorar tu vientre cálido. Y este verano es demasiado otoño si no estás a mi lado. Sí, en mi calendario se prevén climas extremos que empeorarán en invierno".


En los calendarios ya no caben tantas lluvias, tantos grises en el cielo, tantas nubes negras como presagios. En los calendarios sólo hay desfiles de tormentas, una sucesión de diluvios, demasiada humedad en las tristezas.

En nuestros calendarios se repiten las melancolías, tantas soledades como truenos, infinidad de aguaceros que empañan la mirada. Estamos condenados a resguardarnos bajo los recuerdos, en las tardes frías y en las noches en vela. Porque somos legión, somos un ejército. Somos los solitarios que se suturan las heridas con cigarrillos y canciones lentas. Somos una multitud de idiotas haciendo malabares bajo una lluvia de melancolías compartidas, caminando con los zapatos mojados. Somos ausencia, antología de adioses, un siempre huir a lugares que nunca son mejores. Somos aleteo que dispersa el viento. Sí, somos ausencia constante. Somos esos que se marchan sin volver la vista atrás, con el corazón como un muñeco vudú en otras manos. Somos legión, somos demasiados. Somos solitarios haciendo malabares con la nostalgia, deambulando con la ropa húmeda y demasiados “hubiera” en la mochila. Me hubiera quedado. La hubiera detenido. Si yo hubiera valorado. Si yo hubiera querido… No estaría tan sol@ en estas tormentas, con los pies mojados y el cabello despeinado, con este frío que cala en los huesos. Somos satélites errantes entre asteroides, a la deriva siempre a la deriva, sin mandar señales al planeta Tierra. Y lo ha descrito Bunbury a la perfección: “Y ahora todo es mejor./ La lluvia de asteroides ya pasó,/ no fue para tanto/ y desde aquí/ todo es insignificante,/ nada es tan preocupante/ y el espacio es un lugar/ tan vacío sin ti…/ No volverás a ver/ la mirada triste/ del chico que observaba el infinito”. 


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jueves, 25 de junio de 2015

Las resacas de mi padre

Manual para canallas - Las resacas de mi padre

Recuerdo a mi padre muy poco, casi nada: con su cabello abundante, su barba descuidada y la mirada turbia enrojecida, como si fuera esclavo de alguna resaca...


Como si siempre estuviera desliñado o recién curándose las resacas. Eso, exacto. Mi padre era una resaca constante. Nunca fuimos cercanos, sino como dos extraños. Yo iba a buscarlo a la escuela en la que trabajaba y me recibía de una manera distante: ni un abrazo, ningún gesto solidario, sólo unas cuantas palabras del tipo “¿cómo está, mijo?” o “¿qué anda haciendo por acá, mijo?”. Mis respuestas eran las de siempre: “mi mamá dice que no le ha depositado el dinero” o algo semejante. “Ah, está bien. Dígale a su madre que mañana se lo deposito”. Pero sólo eran pretextos. Siempre se tardaba una semana o una quincena, como si tuviera otras prioridades. Lo que yo creo es que le pesaba darnos la pensión o tal vez su mujer lo manipulaba demasiado o quizá sólo era que Antonio no dejaba de ser irresponsable. Cómo puedo saberlo. Lo que sí tengo muy claro es que mi padre era una resaca constante. Así lo recuerdo. Nunca fue elegante, ni tenía porte. Lo recuerdo desaliñado, con su barba de tres días y la mirada enrojecida. Parecía como si hubiera pasado una mala noche. Y no creo que se desvelara mordiéndose las uñas, atormentado por los remordimientos de habernos abandonado. No, no lo creo. Lo imagino bebiendo caguamas, tocando la guitarra, evadiéndose de su vida miserable. Sí, mi padre era un miserable con todas las letras y el significado de la palabra “miserable”. Así lo recuerdo: desaliñado, astroso, inseguro y miserable. Así se veía. Sí, mi padre era una resaca constante, con la cabeza hecha un lío y el alma erizada por los nervios. Se podría suponer que su alcoholismo era su principal problema. Pero no es así: el gran problema de mi jefe era su maldito egoísmo. Sólo así puedo entender que alguien abandone a cuatro hijos. Egoísmo. Mi padre era una resaca permanente, un egoísmo constante. Mi padre un tipo común y corriente, sin estilo. Nunca convivimos, sólo nos encontramos esporádicamente. Era un extraño, un sinvergüenza, un tacaño recalcitrante, un hombre sin valentía; mi padre era unas cuantas fotografías en el álbum del olvido.


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jueves, 18 de junio de 2015

El destino es una maldita botarga

Manual para canallas - El destino es una maldita botarga

Tal parece que el destino es una sucia botarga, un antifaz del optimismo, un doctor Simi bailando frente a la farmacia. Sí, el destino es un simulacro: una danza frenética frente a tus ojos, en plena calle...


Nayeli hubiera querido terminar la prepa, pero la separación de sus padres no sólo la emparentó con la tristeza, sino que la obligó a trabajar para ayudar a su madre con la obligación de cuatro hijos. Ella es la mayor y apenas va a cumplir un año como cajera de supermercado. El sueldo no es malo, pero tampoco es que alcance para ayudar a su madre y seguir en la escuela. Mientras sus amigas reprueban materias tan simples como historia y apreciación del arte, Nayeli tiene que atender a cientos de amas de casa, señoras histéricas, esposos malhumorados y un sinfín de gente que sonríe mecánicamente. Ella que es tan delgadita, tan de ojos hermosos, tan frágil emocionalmente, parece destinada a esos trabajos malpagados: cajera, vendedora de celulares, recepcionista en un buffet de cuarta, secretaria de algún usurero o hasta ayudante de mago en fiestas infantiles. En sus días de descanso tiene que lavar su ropa, ayudarle a su madre con el quehacer, hacer el desayuno para sus hermanos y darle vueltas y vueltas a su desánimo, igual que si fuera un pollo en rosticería. 

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jueves, 11 de junio de 2015

Mi destino como ropavejero

Manual para canallas - Mi destino como ropavejero


Cuando era un niño, a mí siempre me andaban regalando, como si fuera el cachorrito despeinado de la camada, como si faltaran croquetas en la casa...


Al menos así me sentía entonces, como un cachorrito con el ojo desviado, en mis días de la infancia. Mi madre era la típica mujer que se desesperaba con mis berrinches, con mis escenas de llanto. Y constantemente me aplicaba esa frase de “te calmas o te regalo con esa señora”. Yo sólo paraba de chillar unos segundos y volteaba a ver a la susodicha, que por lo general era una mujer con mandil y cara de busco esclavos-para-encerrarlos-en-el-sótano. Para acabarla de chingar, la ñora se hacía la interesada y respaldaba a mi jefa con aquello de “sí, regálemelo, ya verá que yo le quito lo chillón”. Y entonces sólo tenías dos salidas: te callabas o jalabas a mamá lo más lejos posible. Cuando eres niño el miedo te persigue todo el tiempo, igual que las ganas de ser Maradona o Messi. Cuando éramos niños le temíamos a los perros del vecino, a que se volara la pelota a casa de doña Carlota, a que llegara el ‘coco’ si no te dormías, a los vagabundos, a los mariguanos, a la policía y, sobre todo, a perderte en el supermercado. Otra que me aplicaba mi jefa cuando se enojaba conmigo, en el tianguis o en la calle, era cuando me amenazaba con el típico “pórtate bien o le digo al policía que te lleve” y se encaminaba hacia el uniformado: “oiga oficial”, hacía una pausa y me volteaba a ver. Yo le rogaba con los ojos que no me mandara a la cárcel. Y ella le preguntaba algo como “¿sabe dónde está la avenida López Mateos”. Yo guardaba silencio mientras agradecía a Dios por haberme salvado de una tragedia. Y entonces ya no pedía nada: ni el juguete que me había gustado, ni el helado que me invitaba mi madre. “Ya ves, que bonito es que seas educado”, sonreía mamá convencida de sus tácticas para aplacarme. Y regresábamos a casa, mi madre muy tranquila y yo en absoluto silencio. Siempre me andaban regalando en la calle y por fortuna nunca se concretaba el trueque. Porque con todo y que mi madre era medio extraña, no podría estar lejos de ella. A veces no soportaba a mis hermanos, ni ellos a mí, pero en caso de que alguien me adoptara seguro que nos echaríamos de menos.


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jueves, 4 de junio de 2015

El número que usted marcó, ya no existe

Manual para canallas - El número que usted marcó, ya no existe


"Cósete la boca con hilo cáñamo, pero no le llames de madrugada sólo para declararte derrotado, porque ya vencido estás de antemano. Cósete la boca o muérdete los labios, pero no le llames a deshoras para repetirle cuánto le has extrañado"...



Gente chateando sobre los temas virales, mientras la vida pasa rauda sobre una bicicleta. Gente que llega a casa y no tiene con quien hablar. Mujeres abandonadas que buscan esperanza en el chat. Hombres silenciosos que no saben conquistar miradas. Adolescentes frágiles de corazón y espíritu. Lobos disfrazados de corderos en WhatsApp, depredadores que merodean el Facebook. Gente pegada al teléfono sin nadie a quien llamar. Gente retratando un incendio. Gente posteando su soledad. Gente, personas, conocidos, que juegan Candy Crush en horas de oficina. Gente que perdió la capacidad de mirarte a los ojos y sonreír sólo porque es un día soleado o la lluvia los ha juntado bajo un portal. Gente extraña, alienada, buscando señales en una pantalla de celular. Y llegas a casa y no hay un perro que mueva la cola, ni una mirada que te invite a pasar. Te quitas los zapatos, te pones las chanclas, mientras los silencios saben a esa misma humedad que se pega en el alma como algo difícil de erradicar. Enciendes la tele y las noticias están peor que ayer: dos muertos allá, otros por acá, demasiados caídos en esta tierra que arde y se pudre cada día más. Una alerta en tu celular te indica que tu Facebook tiene un like. Buscas en el chat y el mensaje que esperas no llegará. 


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jueves, 14 de mayo de 2015

La foto pa'l Facebook

Manual para canallas - La foto pa'l Facebook


Tiempos rotos para corazones tontos. Tiempos fríos para los que buscan el amor en un catálogo virtual. Tiempos estúpidos para el amor por Facebook...


"Alan tiene una relación con Leslie”, notificó Facebook debajo de una foto en que Alan besaba en la mejilla a Leslie, quien hacía una especie de “trompa de pato” con los labios. En realidad el gesto era un truco para no verse cachetona. “Hacen linda pareja. Felicidades”, comentó una amiga de ella. “Esa vieja me caga. Se ve que es bien pronta, wey”, fue lo que dijo la hermana de Alan en un WhatsApp. Casi un año después Alan sufría la separación. Leslie lo terminó con el típico argumento de “no eres tú, soy yo, ando rara”. Él le rogó, lloró, pero ella se mantuvo firme: “hay que darnos un tiempo”. Alan no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácil. Y cada rato revisaba el Facebook de ella y dejaba mensajes que ella no contestaba: “Mis noches son frías y mis días eternos si tú no estás a mi lado. Vuelve conmigo, no seas distante. Vuelve conmigo, no me desprecies. Mi alma ya está muy lastimada. Por favor no me dejes, no eches a la basura este corazón abandonado. Leslie, eres el amor de mi vida y ya te he perdonado”. Malos intentos de poesía de alguien que no ha leído más de tres libros en su vida. Ella, ella no tiene tiempo para “esas cursilerías”. De inmediato elimina los comentarios de su muro. Alan se ve deprimido y ha bajado algunos kilos. Leslie se toma selfies en Acapulco. Y hace su típica “trompa de pato” junto a un tipo que nunca más será Alan.


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jueves, 7 de mayo de 2015

Mi madre era muy extraña

Manual para canallas - Mi madre era muy extraña

Mi madre era bastante extraña, según recuerdo: me peinaba con limón, me persignaba a cada rato, me hacía tortas de fideo, me limpiaba con ruda para curar el espanto y siempre salía con eso de "vuélveme a torcer la boca y te la enderezo de un chingadazo"...


Era el primer día de escuela y mi madre me levantó tempranísimo, sin importarle que a mí ni me gustaba bañarme y menos a las seis de la mañana, por muy caliente que estuviera el agua. De allí mi pésimo humor. Estábamos formados para los honores a la bandera. Y tenía que tocarme a mis espaldas el típico cretino que se la pasa chingando a todo mundo, el que patea las mochilas, el que le jala la trenza a las niñas, el que te exprime el boing en el recreo, el que te tira la torta con el balón, el mamón que se siente mucho porque su mamá le manda regalos a los maestros cada que es su cumpleaños. Pues cómo no me iba a caer gordo el chamaco, si en lugar de cantar el Himno Nacional se la pasó cantando que “a todos les apesta la cola, sobre todo al cuatrojos de adelante”. Y no es que me apestara la cola, porque hasta eso que me bañaba correctamente, pero a esa edad uno se ofende hasta porque le dicen “come torta con tu hermana la gordota”. Quizá ese cabroncito tenía un sensor especial para detectar a los débiles. O se daba valor porque notaba mi timidez, mi fatal pinta de nerd con lentes y aquel suéter remendado de los codos. A los tres días Jaime Rangel, que así se llamaba mi nuevo enemigo, ya había aventado mi mochila por la ventana y me puso un letrero en mi banca que decía “soy un cuatrojos” y también me pegó un chicle en el cabello y tuvieron que pelarme casi a rape. Y yo me veía en el espejo y me sentía el peor tonto del mundo. Yo ya odiaba a Jaime Rangel con ganas de que un día amaneciera enfermo y faltara a la escuela una semana. O que me enfermara yo, que me diera viruela loca o cualquier cosa que me pusiera en cuarentena. Pero nada de eso sucedió. 


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jueves, 30 de abril de 2015

La felicidad no viene en frasquitos

Manual para canallas - La felicidad no viene en frasquitos

El prestigio no está enmarcado en la pared. Y la felicidad no es un perfume de aparador. No, la felicidad apenas es un concepto en el diccionario, una palabra demasiado manoseada con cualquier pretexto...



La felicidad no es nostalgia. Ahora que lo recuerdo. La felicidad no es una balada, ni el pasado que nos persigue como perro huérfano. Es que yo era feliz en mi infancia. Es que yo era feliz en mi adolescencia. Todo suena a falacia, a pretextos. Ahora que lo pienso, mi infancia no eran helados dobles o pasteles de cumpleaños. Desde chavo tuve que madurar un poco, sólo un poco. Empecé haciendo mandados a las vecinas, ayudando a mi madre en la venta de sopes y quesadillas. “Se solicita empleado chambeador” o “Se busca chalán, con las pilas bien puestas”, eran los letreros que yo buscaba en la tintorería, la miscelánea o el taller mecánico. Incluso como repartidos de tortas o de periódicos, porque tenía una bicicleta que rodaba a buena velocidad cuesta abajo y que me fatigaba cuando era cuesta arriba. Desde entonces yo me prometía que aquellas chambitas no serían para siempre. Aunque tuviera que estudiar y trabajar al mismo tiempo.


jueves, 23 de abril de 2015

Ángeles en huelga de hambre

Manual para canallas - Ángeles en huelga de hambre


Los aretes de mi madre están en una casa de empeño o malvendidos como pedacería de oro. Tu celular robado ahora se revende en una esquina. Son las señales de estos tiempos putrefactos. Y los ángeles guardianes parece que andan en huelga de hambre...



Mi madre caminaba por un pasillo del Metro cuando algún malviviente le quitó los aretes de los oídos. Con su andar cansado, bastón en mano, mi madre apenas pudo salir de su azoro y protestar un poco mientras el ladrón se perdía entre la multitud. Nadie hizo nada, nadie podía hacer gran cosa. No es caso aislado. Y uno se siente impotente, con el coraje a flor de labios o como un puñetazo en el estómago. Maldita gente de mierda. Maldito país de ladrones. Un pensionado pierde su capital en una caja de ahorros. Ningún pasajero viaja seguro en el transporte público. Un estudiante es asesinado para robarle el celular. Un cuentahabiente es despojado al salir del cajero. Reniego de esta patria, diría un poeta desempleado. Pero no, patria no es país. Patria es otra cosa. País es un territorio minado, ofertado. Ya lo describe Óscar Chávez: 

“Se vende mi país por todos lados.
La tripa, el corazón y los costales.
Se vende mi país con todo y gente.
Se vende la palabra ‘independiente’.
Se vende mi país y da coraje.
Se vende mi país, es un ultraje.
Se vende mi país y su petróleo…
Se vende su historia y su destino”. 

Lo que no se puede poner a la venta es nuestro orgullo, ni nuestros sueños inconclusos.


jueves, 12 de marzo de 2015

Epidemia de tristeza

Manual para canallas - Epidemia de tristeza


La tristeza es contagiosa, por mucho que te laves las manos o uses cubrebocas. La tristeza no es una canción; más bien es una posdata o epitafio que nadie quiere escribir.



Sí, la tristeza es una epidemia. Y no todos sobreviven a ella. Leticia diluyó pastillas para dormir en la leche de sus dos hijos. Ella los mandó a la cama, como siempre y hasta les puso la pijama. Los miró mientras fueron perdiendo el conocimiento, se acurrucó junto a ellos, los acarició con ternura. Eran su adoración y no podría vivir sin ellos, pero tampoco sin el padre de las criaturas. En cuanto dejaron de moverse, sus lágrimas fueron más insistentes. Los sollozos se volvieron incontenibles. Fito era el vivo retrato de su padre y sonreía con el mismo brillo en los ojos. Laurita tenía algo de ambos y a sus 7 años parecía una princesita como de anuncio televisivo. Leticia y Adolfo se conocieron en la universidad. Siempre se gustaron, así que era natural que se volvieran novios. Ella resultó embarazada antes del último año de la carrera, por lo que debió dejar los estudios. Los padres de Adolfo decidieron que debían casarse, porque además la nuera siempre fue encantadora. Siempre los apoyaron en todo, así que él pudo culminar la licenciatura. Desde entonces ya trabajaba en el despacho de su padre. Allí fue donde se enamoró de la secretaria, que era más joven y más hermosa que Leticia. 

jueves, 5 de marzo de 2015

El brebaje de tu piel

Manual para canallas - El brebaje de tu piel


Cuando platicas con el espejo no piensas con claridad. Algo debe andar mal: tu autoestima, el caos en tu interior, algún tornillo flojo en la cabeza, tal vez el corazón desolado... 


¿Quién carajos va a saberlo? 

Al menos no yo, que crecí en una familia disfuncional y rodeado de miedos. Yo no sé si he hecho la paz con mi desesperación, pero hace rato que dejé de hablarle al espejo. Ya no lo regaño, ya no le digo “eres un pendejo”, ya no le sonrío con ese gesto retorcido que suelen tener los locos. Será que ya no me carcomen los amores malsanos. Será que ya no bebo como los náufragos. Será que los amores pasados por fin están clasificados alfabéticamente en el archivo muerto. Y yo tan campante releyendo a Mario Benedetti y tratando de volver a escribir con la calma de las mañanas y no con la desesperación de las madrugadas. Yo creo que me ha hecho bien esta marea baja, sin tormentas en el horizonte, el no sentirme como una isla perdida en el mapamundi de los recuerdos. Hace tanto que no hablo con el espejo, que no lo miro con desconfianza ni le sonrío con ese gesto retorcido de los locos. Pero pareciera que siempre llega el diablo a untarte alguna pócima extraña en los ojos y de pronto, en algún insomnio, me observo distinto: como si mi lado malvado me aconsejara estupideces, como si me saliera fuego de los ojos, como si por fin me volviera un lunático de tiempo completo.


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jueves, 26 de febrero de 2015

Aquel payaso con alas en los pies

Manual para canallas - Aquel payaso con alas en los pies

Desde que no fumo me he vuelto más huraño, más todo. En general soy un tipo insoportable, pero sin vicios soy peor. Ni yo mismo me aguanto. Me enferma el ruido, la ineptitud, los torpes, los bocinautas en el Metro, los pretextos idiotas, los maleducados. Me pone me malas todo. Sin fumar soy doblemente neurótico.


Sin fumar soy aún más insoportable. Exacto. Soy un neurótico sin nicotina, un cascarrabias, un Gargamel cualquiera que ve Pitufos siempre que se asoma un gato en donde sea. Parece chistoso, acaso un poco simpático el asunto, pero no lo es. Ya de por sí que ni yo me aguanto cuando fumo o cuando bebo un poco. Y ahora que no puedo fumar ni beber alcohol, me estoy poniendo drástico con aquello del mal humor. No es que siempre estuviera de buenas o que fuera yo una orquesta de sonrisas ambulante, pero al menos era tenía mis momentos de optimismo. Lo que pasa es que me está alcanzando la edad. No sé quién lo mencionó alguna vez, algún poeta poco valorado o un filósofo de masas, pero es muy cierta aquella frase de “siempre fui precoz. A mí la crisis de los 40 me llegó a los 35”. Algo así me sucede con frecuencia, desde hace algunos años, como canta Ariel Roth: 

“La cabeza en la boca del león.
Soy un domador muy poco decidido,
tengo estilo pero soy mal jugador
y el premio de consuelo lo tengo merecido…
Hay días que estoy realmente mal,
hay días que estoy misteriosamente bien.
Se apagó la hoguera de la vanidad,
cenizas en el aire esparciéndose”.

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jueves, 12 de febrero de 2015

El desamor es un corazón de cristal

Manual para canallas - El desamor es un corazón de cristal

"El amor es un estado de ánimo en el Facebook. El amor es una canción de moda. El amor eres tú, es ella, es él, son todos esos globos brillantes que venden en cada esquina. El amor es un corazón de cristal hecho añicos".



El amor es un estado de confusión, un comercial de rebajas, un oso de peluche en el Sanborns, una nota suicida, un condón abandonado en la alfombra del hotel. El amor es una adolescente embarazada, un collar de fantasía, un joven colgado en su habitación, los hijos no deseados, un esposo en fuga o una madre soltera que trabaja doble turno. El amor no es otra cosa que un producto de nuestra necesidad: afecto, atención, cariño, compañía, sexo. Y cuando dejamos de tenerlo, el corazón se vuelve cristal resquebrajado. El amor es un estado de ánimo en el Facebook. El amor es una canción de moda. El amor eres tú, es ella, es él, son todos esos globos brillantes que venden en cada esquina de la ciudad. El amor es una epidemia comercial, una docena de rosas al doble de precio, una pareja de adolescentes que hacen planes para toda la vida. El amor es aquel jovencito que se arroja a las vías del Metro. El amor es su ex novia besando otros labios. El amor es un bebé abandonado en la alcantarilla. El amor es una mujer descuartizada al amanecer. El amor es un tipo que mata por celos. El amor es un jodido corazón de cristal hecho añicos.


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jueves, 5 de febrero de 2015

Morirse no tiene nada de romántico

Manual para canallas - Morirse no tiene nada de romántico

"La muerte no tiene tintes románticos ni gallardía alguna. Muchos moriremos como si nada, como aves cautivas que aparecen frías y tiesas cualquier mañana".


Mi muerte no tendrá tintes románticos ni gallardía alguna. Caeré como si nada, como un ave cautiva que aparece fría y tiesa cualquier mañana. Eso no tiene nada de romántico, desde luego. Por si las dudas, por si se cruza en mi camino un ladrón de poca monta o por si yo me cruzo en el camino de un conductor ebrio, ya tengo mi epitafio y una pequeña carta en vez de testamento. Tampoco es que pueda heredar gran cosa: mis libros son para mis hijos, los discos y videos para mis hermanos, mis fotos se las dan a mi madre. Y mis textos los pueden recopilar para que ardan junto con mi cuerpo. No quiero que se pongan cursis y coloquen una bandera del Barcelona ni mucho menos una playera del Cruz Azul en mi féretro. Sólo quiero que me deseen buen viaje a dónde quiera que sea mi destino. Mis tres o cuatro amigos se emborracharán y escucharán a Sabina o Fabulosos Cadillacs o Soda Stereo o Caifanes mientras recuerdan que yo era un tipo algo extraño, leal, pero algo extraño. Como sea, ya empiezo a desvariar. Decía que mi muerte será ordinaria y no tendrá tintes épicos, como en algunos de mis sueños. Y mucho menos como la imaginaba cuando era un chiquillo.

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jueves, 29 de enero de 2015

Jarabe para curar la nostalgia

Manual para canallas - Jarabe para curar la nostalgia

“Mi infancia era un tendedero, un balón desinflado y una pista de carreras dibujada con tiza en el patio. Mi infancia bendita me aconsejaba travesuras y también ne decía 'date a la fuga' antes de que tu madre te alcance".


La casa de mi infancia ha sido demolida. No sé por qué me preocupa si ni siquiera era mía. Allí vivíamos, ahí pasé algunos años mirando por la ventana, sentado en el quicio de la puerta esperando ver a mi madre dando la vuelta en la esquina como si temiera que la cobardía le atacara por un flanco y la convenciera de que era mejor abandonarnos. La casa de mi infancia, una de las varias en que habité, ya no está en pie. Ese pequeño sitio con un cuarto, una sala-comedor-cocina y un baño insalubre ya fue derruida. En su lugar ahora está un edificio de departamentos algo modernos, demasiado ascépticos. Pasaba por allí el otro día que fui a visitar a unos primos y me di cuenta que el viejo barrio en el que crecí hoy sólo es un álbum de recuerdos. Cambió la escenografía, crecieron los niños, murieron los ancianos y aquellos perros callejeros que eran mis amigos tiraron sus huesos en algún baldío o simplemente desaparecieron en algún basurero. Sí, aquel viejo barrio ya perdió sus costumbres y hoy sólo es un montón de calles y departamentos y plazas comerciales y autos que atropellan a los gatos despistados. Ya no hay terrenos baldíos para improvisar unas porterías y patear un balón. Tampoco está la tienda de doña Lupita, mucho menos la ventanita aquella en la que vendían congeladas de a varo. Debo suponer, porque no me consta, que mis amigos de la niñez ya se han marchado a otros barrios. El Pecas, Verónica, El Monaguillo, Lola, El Popochas y tantos cuatachos que conocí en aquellos días sepa Dios dónde andarán, si serán felices, si me recordarán de vez en cuando.