El prestigio no está enmarcado en la pared. Y la felicidad no es un perfume de aparador. No, la felicidad apenas es un concepto en el diccionario, una palabra demasiado manoseada con cualquier pretexto...
La felicidad no es nostalgia. Ahora que lo recuerdo. La felicidad no es una balada, ni el pasado que nos persigue como perro huérfano. Es que yo era feliz en mi infancia. Es que yo era feliz en mi adolescencia. Todo suena a falacia, a pretextos. Ahora que lo pienso, mi infancia no eran helados dobles o pasteles de cumpleaños. Desde chavo tuve que madurar un poco, sólo un poco. Empecé haciendo mandados a las vecinas, ayudando a mi madre en la venta de sopes y quesadillas. “Se solicita empleado chambeador” o “Se busca chalán, con las pilas bien puestas”, eran los letreros que yo buscaba en la tintorería, la miscelánea o el taller mecánico. Incluso como repartidos de tortas o de periódicos, porque tenía una bicicleta que rodaba a buena velocidad cuesta abajo y que me fatigaba cuando era cuesta arriba. Desde entonces yo me prometía que aquellas chambitas no serían para siempre. Aunque tuviera que estudiar y trabajar al mismo tiempo.