Quién no querría una mujer que lea desnuda a Jaime Sabines, que acaricie con la constelación de su mirada, que te salve de saltar al vacío cualquier madrugada...
Todos soñamos con mujeres como auroras boreales, pero casi siempre terminamos involucrados con la persona equivocada. Y por un tiempo no tendrás pretextos, pero poco a poco todo se irá deconstruyendo. Y te sentirás como si alguien te hubiera vendido el boleto equivocado o un pasaporte falso. Se llame como se llame: Marlene, Luisa, Jaqueline o Patricia, Fernanda, Karen, Lucía o Montserrat. El nombre es variante, la locura una constante. Así era Andrea. Y con frecuencia su mirada era igual de nítida que las finanzas de un político en campaña. “¿Qué… tú también me vas a dejar?”, preguntó bastante ebria. “La bronca no es que te dejen, sino que hace mucho que tú te abandonaste”, dije sin reparar en que ella no estaba para entender ni madres. “Bla, bla, bla, a mí no me eches tus rollos”, se aferró a la Victoria con actitud derrotista. “Todos me dejan, nadie me quiere, todos se van”, lamentó y quiso beber otro sorbo de cerveza pero la botella estaba vacía. “Pídeme otra”, señaló el envase. “Ya pasan de las cuatro de la mañana”, señalé mi reloj a sabiendas de que era inútil. “¡Y qué!”, protestó, “al fin que no trabajo mañana”, quiso decir al rato pero a esas alturas ya daba igual. Hice una seña al mesero: una más y la cuenta. Allí estábamos, en aquel baresucho que ella eligió para celebrar su cumpleaños. Estuvieron sus amigas, algunos compañeros de trabajo y los invitados de alguien conocido. A mí sus amistades me daban lo mismo. Además, no soy el tipo que le cae bien a todo mundo. “Dice Mónica que eres insoportable”, me comentó Andrea alguna vez. En una fiesta, ya con unos tragos encima, la misma Mónica me lo echó en cara: “Me caes mal porque te crees mucho”. Carajo, ni siquiera podía ser contundente para ofenderme. “Ya somos dos. Yo también me caigo mal a veces”, respondí, “pero tú me caes peor porque te fijas en lo que soy, en lugar de preocuparte porque ese maquillaje te hace ver más vieja”. Me di la vuelta pero alcancé a distinguir el rencor en sus ojos. En otra ocasión, Mónica intentó hacer las paces a su manera: “Tal vez no seas mala persona, pero a mí me resultas insoportable”. Ni tuve que esforzarme para que me odiara. “Tú no eres tan fea, pero esa falda te hace lucir más gorda”, ella abrió la boca sin saber qué decir. Lo malo de las relaciones de pareja es que son como los McTrios: aunque no te gusten las papas, ya vienen en el paquete. Yo tenía que lidiar con una novia borracha y encima soportar a sus amistades.
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