jueves, 24 de septiembre de 2015

Malabares con tu maldita suerte

Manual para canallas - Malabares con tu maldita suerte


Con esta crisis no parece haber muchas alternativas: hacer malabares con la tristeza, sonreír con melancolía y añorar aquellos días de la niñez en que te conformabas con ser un perseguidor de lagartijas o un chamaco que coleccionaba tesoros en cajitas de cerillos.

Habrá que recurrir a la creatividad, al optimismo, para salir adelante. No es fácil, en un país, en ciudades sitiadas por ejércitos de malparidos.

Habrá que mantener el coraje, la dignidad intacta. Habrá que ser ingenioso para ganarse la vida de manera honrada. Así nos lo enseñaron, así nos lo dejaron claro. Aunque mi abuelo no terminó la primaria, hay quienes juran que era muy brillante, que era capaz de armar y desarmar una licuadora sin esfuerzo y que hasta estaba construyendo una televisión con puras chácharas que compraba en los mercaditos ambulantes. Sólo que no le dio tiempo, pues murió muy joven en un estúpido accidente de trabajo. Yo no sé sí realmente era un sujeto brillante o sólo era alguien práctico, quizá menos tonto que los de su pueblo, pero sí que se convirtió en una ausencia de la que todos hablan y han hablado a lo largo de los años. Y eso no es nuevo: mi familia es disfuncional, un poco por vocación y otro tanto por herencia. Creo que hay una canción que dice “al infierno se llega por atajos”, pero no recuerdo de quién es, así que me limitaré a decir que en mi familia hemos hecho hasta lo imposible por llegar lo más pronto al purgatorio. 

jueves, 10 de septiembre de 2015

El corsario que besa la playa de tu vientre

Manual para canallas - El corsario que besa la playa de tu vientre


Soy el almirante náufrago de mi adolescencia. Soy el corsario con heridas de guerra. Soy barca sin faro en el horizonte, soy el oleaje cálido que besa la playa de tu vientre...


El ojo triste de Tom Yorke me miró interrogante desde un póster gigante en Mix Up. Radiohead está cabrón, pensé. Se me acercó un chaval sonriente en su uniforme negroazul: “¿Te puedo ayudar en algo?”, soltó la frase elemental. “Mmm, no lo creo. Estoy buscando algo de Antonio Vega”, intenté deshacerme de él. Dudó y pretendió hacerse el chistoso: “¿Y ése qué canta?, ¿música cristiana?”. Lo miré como haría el Dr. House en una convención de acupunturistas. Se río forzadamente. “A ver, ¿quién es el tal Antonio?”, preguntó. “Sólo te diré que es el autor de ‘Lucha de gigantes’ y también de ‘Chica de ayer’, de las mejores rolas del rock español”, seguí buscando. “Ahhh”, no supo qué agregar y aproveché su confusión, “pero seguro a ti no te importa, porque te empedas con La Arrolladora Banda Limón”. Tardó en captar el mensaje. “Pinche mamón”, farfulló. Se alejó contrariado. Y no encontré nada de Antonio Vega, así que mejor opté por buscar a Los Amigos Invisibles. Y sí, había un par de discos. “Esa banda tiene ondita”, escuché una voz a mi espalda. La chica me sonrió. “Sí, es muy buena banda”, creo que dije. “¿Vas a ir a verlos?”, cuestionó para seguir la plática. “Por supuesto, no me los puedo perder”, asentí. “Ay, yo me muero de ganas por ir”, plan con maña. “Te invitaría, pero no te conozco”, lancé. “Ah, pues yo soy Andrea y me encantan Los Amigos Invisibles”, me tendió la mano. “Bueno, yo no soy invisible, pero encantado de ser tu amigo”, comenté. Ella rió con frescura. Al final no compré nada, pero fuimos a tomar un café. De pronto el destino se pone de tu parte. O quizá sea el diablo extendiéndote una tarjeta para que visites los antros que ya no has frecuentado. Una semana después fuimos juntos ver a Los Amigos Invisibles y Andrea me bailó de manera muy sugestiva y me besó salvajemente cuando sonaba ‘Playa azul’: 

“Si estuvieras aquí,
me podrías hacer
sentir tanto placer”.


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jueves, 3 de septiembre de 2015

No es lo mismo invocar al diablo que verlo venir

Manual para canallas - No es lo mismo invocar al diablo que verlo venir


Creo ciegamente en Bukowski cuando asegura que “el infierno es una puerta cerrada…/ Pero algunas veces sientes al menos/que echas una mirada a través del ojo de la cerradura”...



Así más o menos me sentía aquella tarde mientras observaba desde la distancia la cúpula del Palacio de Bellas Artes. Elizabeth estaba sentada frente a mí, con una taza de café. Yo intentaba no bostezar. Los silencios eran tan incómodos que estuve tentado a checar mi Facebook en el celular. “Estoy embarazada”, fue lo primero que me dijo Elizabeth. Y yo que no llevé serpentinas para festejarlo. “Hola. Bienvenida al mundo real”, intenté ser sarcástico pero ella no estaba para sutilezas. Ella y yo habíamos terminado un par de meses antes, pero insistió en que nos viéramos. “¿Qué vamos a hacer?”, respondió con frialdad. “Mira, yo sé que es algo que no estaba en tus planes”, manifesté, “pero al menos podrías ser un poco más cálida que mi refrigerador”. Me miró con odio. “¿Siempre tienes que ser tan irónico?”, reclamó.

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