jueves, 31 de marzo de 2011

Ser un tonto es normal

© Manual para canallas

Nunca he sido un gran lector, de hecho empecé bastante tarde, a los 19 ó 20 años, según recuerdo. En la secundaria había una maestra de literatura que insistía bastante en que leyéramos a Carlos Fuentes o Julio Cortázar, aunque ella prefería a los clásicos, pero nosotros estábamos más ocupados en tratar de ligarnos a la muchachilla guapa del barrio, o simplemente preferíamos salir cada tarde con los amigos de la calle a perseguir un balón que nos reconciliara a ratos con la vida…

No, creo que no estábamos para lecturas de salón. A lo mucho me involucraba ansiosamente en El Libro Vaquero o en los cómics de Batman y Los 4 Fantásticos, aunque debo reconocer que tuve la colección casi completa de La Familia Burrón, lo que a lo mejor no me ilustró mucho pero engordó mi lenguaje. Sería varios años más tarde que me encontraría de manera deslumbrante con José Agustín, quien me motivó a perseguir a muchos otros autores, algunos más interesantes que otros. Aún no sé por qué leo, pero debo admitir que los mundos de la literatura son mucho mejores que esta porquería que habitamos diariamente.

jueves, 24 de marzo de 2011

Todos tendremos alguna gracia

© Manual para canallas

Cuando era chavito mi única gracia era tocar “Yesterday” en la flauta dulce. Y ni siquiera era bueno, porque sonaba así: “Yes-ter-day all my tro-ub-les see-med so far a-way”, sí, así toda entrecortada…

Y mi jefa quería que sacara puro diez, pero se quejaba siempre: “Ya me tienes harta con esa canción”. Pese a mi nulo talento, el maestro de música me puso nueve. Supongo que por mi capacidad para memorizar la melodía. Y a mí ni me gustaba tocar la flauta. Yo hubiera preferido ser pianista. Bueno, no precisamente. No es que yo soñara con ser pianista porque tuviera un aire romántico el asunto o por alguna escena de película. Simplemente que cualquier instrumento era mejor que aquella mugre flautita con la que pretendían inculcarnos la “sensibilidad artística”. Pinches programas educativos tan chafas, que sólo sirven para que los dirigentes sindicales, como la Profa. Elba Esther, se vuelvan aún más ricos por sus alianzas con el poder. Ah, pero estaba en que yo hubiera preferido tocar el piano, pero sólo era porque mi madre escuchaba a Richard Clayderman y algún otro pianista igual de meloso, como Raúl Di Blasio. Por fortuna aquello sólo fue una idea malsana de corto plazo, porque luego me enamoré del rock y mis gustos musicales dieron un giro bastante interesante.

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jueves, 17 de marzo de 2011

Facebook es un pésimo cupido

© Manual para canallas

Elizabeth "tiene una relación" y un corazoncito cursi en su Facebook. La información de su perfil dice que estudió en la UNAM y que le gustan los libros de Paulo Coelho, García Márquez y Bukowski. Además, es fanática del Dr. House, Los Simpson y Las Aparicio. Aunque no se incluyen, debería haber un apartado para los defectos: celosa, neurótica, posesiva y conformista…

Eli, como le dicen, se auto describe como una "mujer sensible, romántica pero no soñadora", a la que le encanta ir al cine, "salir de fiesta con mis amigos" y "caminar de la mano con mi novio". Lo bueno es que no se asume cursi. Como todos, Eli comparte en la red social sus mejores fotos, las que le favorecen pues, y sube videos generalmente dedicados a su pareja. Siempre que encuentra alguna aplicación que le parece graciosa se ríe y clickea "me gusta" en "Amor, diles que no eres veterinario, porque te buscan puras gatas, perras y zorras". Y sí, tiene su lado gracioso pero la realidad no es tan divertida. Todos los días, en el trabajo, en la oficina, vive pendiente de su Facebook y también del de su novio. Y actualiza su estado varias veces y su buen o mal humor está atado a ese espacio que la mantiene conectada con el "mundo exterior". Finalmente, el Facebook es un estado de ánimo. Obviamente, como a miles, le pareció "cool" el video de:

jueves, 10 de marzo de 2011

Faltan héroes y arcángeles

© Manual para canallas

Jorgito no es un niño cualquiera. Su sonrisa es cristalina, espontánea y tiene una mirada que irradia inocencia. A sus siete años parece un chamaco feliz. Sólo que esa imagen está congelada. Es una fotografía Polaroid, acompañada por una veladora…

Su madre solloza al tomar la foto y abrazarla contra el pecho. Ella es joven y está destrozada. La tristeza es una estación de trenes a la distancia, como esas postales en las que nunca ves a una persona. Jorgito era un niño triste, pero su madre se empeña en recordarlo a través de esa sonrisa, de ese brillo en los ojos. Nadie tenía tiempo para el pequeño. La abuela siempre estaba ocupada en su tienda. Su madre prefería el desmadre, porque a los 26 años casi todo mundo es inmaduro. Karina tuvo al niño a los 19 años porque sus padres le impusieron que naciera y además que se casara con Jorge, aunque ninguno había terminado la prepa. Para Karina el niño era más una carga que una responsabilidad. Igual para Jorge. Sólo duraron juntos tres años. Así que ella le enjaretaba al chamaco todos los fines de semana. Al principio, el chavito era el más entusiasmado, pero conforme pasaron los meses ya no quería estar con su padre e incluso lloraba tan sólo de pensar que tenía que alejarse de su madre. Pero a Karina eso no le importaba, es más ni le prestaba atención, porque ella quería salir con sus amigas, ligar en el antro, echarse unas chelas y no llegar a dormir a la casa. La abuela estaba tan cansada que ni cuenta se daba. Así pasaban casi todos los fines de semana. Cada quien en lo suyo y el niño era igual que un cachorrito extraviado.

jueves, 3 de marzo de 2011

Que el karma no sea nuestro enemigo

© Manual para canallas

Aquel hombre yace en la acera, inmóvil, mientras una multitud se regocija en las especulaciones. Los policías empiezan a acordonar la zona y conminan a la gente a que “sigan su camino, mucho ayuda el que no estorba”. Luego llegarán los peritos y aquello será un mero trámite. Y en el asfalto quedará una silueta pintada con tiza…

El cadáver ingresará al servicio forense en calidad de desconocido. Los diarios reseñarán que un ladrón fue abatido por un justiciero anónimo, al parecer policía fuera de servicio, que impidió el asalto al camión que circulaba por una carretera de la periferia. Nadie reclamará el cuerpo, con un impacto de bala en el abdomen y el tiro de gracia. Y nadie, tampoco, dirá una plegaria en su memoria.