jueves, 10 de marzo de 2011

Faltan héroes y arcángeles

© Manual para canallas

Jorgito no es un niño cualquiera. Su sonrisa es cristalina, espontánea y tiene una mirada que irradia inocencia. A sus siete años parece un chamaco feliz. Sólo que esa imagen está congelada. Es una fotografía Polaroid, acompañada por una veladora…

Su madre solloza al tomar la foto y abrazarla contra el pecho. Ella es joven y está destrozada. La tristeza es una estación de trenes a la distancia, como esas postales en las que nunca ves a una persona. Jorgito era un niño triste, pero su madre se empeña en recordarlo a través de esa sonrisa, de ese brillo en los ojos. Nadie tenía tiempo para el pequeño. La abuela siempre estaba ocupada en su tienda. Su madre prefería el desmadre, porque a los 26 años casi todo mundo es inmaduro. Karina tuvo al niño a los 19 años porque sus padres le impusieron que naciera y además que se casara con Jorge, aunque ninguno había terminado la prepa. Para Karina el niño era más una carga que una responsabilidad. Igual para Jorge. Sólo duraron juntos tres años. Así que ella le enjaretaba al chamaco todos los fines de semana. Al principio, el chavito era el más entusiasmado, pero conforme pasaron los meses ya no quería estar con su padre e incluso lloraba tan sólo de pensar que tenía que alejarse de su madre. Pero a Karina eso no le importaba, es más ni le prestaba atención, porque ella quería salir con sus amigas, ligar en el antro, echarse unas chelas y no llegar a dormir a la casa. La abuela estaba tan cansada que ni cuenta se daba. Así pasaban casi todos los fines de semana. Cada quien en lo suyo y el niño era igual que un cachorrito extraviado.

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Todavía con resaca y desvelada, Karina fue por su hijo a casa de Jorge. Para ser lunes él también lucía de la chingada. Semidesnudo y de mala gana abrió la puerta. Entendió que iba por el niño. La hizo pasar con familiaridad. Ella caminó directo a la recámara para despertar al pequeño. Lo primero que sintió fue la frialdad de su piel, aún bajo la pijama. En cuanto lo volteó quedó sorprendida, sin saber como reaccionar. El niño tenía la boca llena de sangre y vómito y peor aún, la vida no habitaba en su mirada. El dolor se abalanzó sobre Karina y ella lloró como nunca lo había hecho. Su ex marido también se espantó, pero en lugar de confortarla acabó de vestirse apresuradamente y salió quién sabe a dónde chingados.

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El reporte forense fue igual de frío que los intereses de un político corrupto. El niño murió por una congestión alcohólica. Y lo peor de todo: fue víctima de abuso sexual y tenía marcas de mordidas en hombros y brazos. Sólo alguien sin escrúpulos, sin sentimientos, pudo haber sido capaz. El padre siempre fue un desobligado e incluso le pegaba a Karina sin el menor pretexto, pero nadie imaginaba que fuera capaz de una salvajada como esa. Es lo malo de dejarse llevar por los instintos más básicos. Jorge se emborrachaba, se drogaba y le daba cerveza al niño. Ahora Jorge está prófugo. No era la primera vez que abusaba de él, pero nadie se había dado cuenta. Y es muy simple: el niño sólo era un objeto más, nadie jugaba con él, ninguno estaba atento a lo que sentía o pensaba. Y no es raro, pues la mayoría no saben interactuar con los pequeños y nunca se ponen a su nivel. Si lo hubieran escuchado, si se hubieran extrañado de que había perdido la sonrisa, si alguien hubiera notado que ya no había ese brillo de entusiasmo en los ojos. Ahora sólo queda el recuerdo en una Polaroid, pero incluso esa sonrisa empieza a ser borrosa. Ay, Karina, la tristeza es una larga caminata hacia el vacío. Y no hay laberintos que te salven. Y no llorarás más lágrimas verdaderas. Morirás de sed mientras te llueve en los ojos. Los recuerdos han perdido valor en esa casa de bolsa que es el futuro. Tu dolor, mi dolor, todas las penas del mundo no alcanzarán para congraciarte con la vida.

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No, yo no conocí a Jorgito. Supe de él por una nota perdida en un diario. Y me prometí recrear su historia. Y sentí rabia, odio, renegué del ser humano. Y no es un caso asilado, no. Al contrario, es más común de lo que pensamos, sólo que los silencios son cómplices de la barbarie. Cuántos niños, niñas o adolescentes no son víctimas de la lujuria de sus propios padres, tíos, vecinos y hasta hermanos. Y el miedo paraliza a esos pequeños, se sienten aún más vulnerables. Y a veces pasan los años y nadie se entera. Y a veces alguien lo sabe pero prefiere fingir que no pasa nada. Y hoy, como cualquier noche, un pequeño será violentado mientras le tapan la boca para que no grite. Y quisiera que llegara alguien a salvarlo, que de la nada un Dios soltara un relámpago o que se lo llevara a otro lado. Pero no hay héroes enmascarados ni arcángeles suficientes, como él quisiera, que lo rescaten del desastre. Seguro estarán resguardando el mundo, mientras él o ella se ahogan en llanto. En definitiva, dejará de creer en los superhéroes o en los ángeles de la guarda. Y las secuelas serán un tatuaje permanente en su memoria. Sólo quedará el consuelo de Mario Benedetti:

 

“No te rindas,
aún estás a tiempo de alcanzar
y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos...

No te rindas,
por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga
y se calle el viento.

Aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños...

Porque no estás solo,
porque yo te quiero”.

manualparacanallas@hotmail.com

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 10 de marzo de 2011

 

 

© Manual para canallas

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