“Tu mirada no me gusta”, fue lo primero que me comentó Maleni luego de que nos presentaron. La miré como se mira a una vendedora de cupones de descuento. “Esta mirada está desnuda de piedad”, repliqué y ella sólo hizo una mueca de no-sé-qué-diablos-es-eso.
Ella siguió con lo habitual: “Soy María Elena pero todos me dicen Maleni”. Como si me interesara. “Roberto”, fue todo lo que respondí junto al beso en la mejilla. “Tu nombre tampoco me agrada, pero hay peores”, continuó con su actitud. Y yo que no soporto a las mujeres que escudan sus inseguridades en una aparente dureza. “Y encima de todo eres muy callado”, añadió. Yo tomé mi vaso y me encaminé a la terraza. Mis amigos estaban ocupados, tratando de ligar o bailando con su novia en turno. Platiqué con un par de conocidos, estuve coqueteando con una actriz de teatro “vanguardista” hasta que llegó su novio, que era DJ de un antro cualquiera. Bailé un par de canciones con una amiga de no sé quién. Estaba pensando en irme cuando llegó la tal Maleni y me dijo “para ser tan antipático, bailas bien”. No era verdad, porque sólo me dejo llevar por el ritmo. “A ver si me sacas a bailar aunque sea una vez, ¿no?” y se fue en busca del baño. Ya se le notaba que estaba un poco ebria. Entonces se acercó Gerardo, un viejo conocido, y me dijo lo típico: “Pinche Rober —exacto, Rober, sin la t—, se me hace que ya ligaste. Esa ruca le preguntó a Gaby por ti”. Lo miré como si me hubiera ofrecido una aspiradora en abonos. “No es mi tipo”, argumenté. “No mames, si está bien buena”, aclaró como si yo no me hubiera dado cuenta. Iba a decirle que me chocan las mujeres que se comportan como si estuvieran “en sus días”, pero me reservé el comentario. Cinco minutos más tarde, regresó la insoportable chica y me espetó: “No me gusta tu actitud, pero al menos eres alto”. No me provocó la mínima emoción. “Es más, te invito un trago, ¿qué estás tomando? Yo pago”, dijo y se sonrió. Típico chiste de fiestas donde sobra el alcohol. “Ron, con coca”, aclaré y me ahorré esa jalada de “líquida, coca líquida”. Detesto el humor sin chispa. Esa misma noche dormí con ella. Literal: dormí, porque no aguantó los tragos, se quedó inerte en el sillón de su departamento y sólo alcanzó a quitarme la camisa. Salí de allí, después de cerrar y aventar el llavero por la ventana. Me llamó al otro día. “Gracias por cerrar la puerta, pero ni una nota me dejaste”, se quejó. Hablamos unos minutos y me comprometió a salir con ella. Pude rechazarla, pero me gustaron sus besos; sus piernas aún más.
>>>