jueves, 19 de junio de 2014

Cuando los silencios son una plaga

Manual para canallas - Cuando los silencios son una plaga


Cuando las dudas te carcomen y te asfixian los nervios porque no te rinde la quincena, quisieras llegar a casa y encontrar algo de solidaridad. Pero tu “amor” está de peor humor que tú y entonces te das cuenta que un maniquí de Suburbia sería mejor compañía...


Como lo hacen ciertas mujeres que crecieron viendo dramas, Mariela quería salir en la televisión. Ella era compañera de mi hermano en un taller de teatro y la conocí en un cóctel que hicieron para celebrar una puesta en escena. 

“Me gusta la manera en que escribes, está tan llena de pasión” o algo así me dijo. 

Yo venía saliendo de una relación muy conflictiva y no caí en el juego de los halagos. Sólo agradecí y me marché tras tomarme dos copas de vino blanco. Un par de meses después me mandó decir con mi hermano que me esperaba en su fiesta de cumpleaños. Como no me interesó, Claudio me insistió un par de veces. 

“Creo que le gustas, porque siempre me pregunta por ti”, aclaró mi carnal. 

Yo tenía dos opciones: o me iba a beber con mis amigos al lugar de siempre o acudía a la reunión de Mariela, así que opté por esto último. De pronto me da por traicionar a mis rutinas. 

jueves, 12 de junio de 2014

El amor es una pésima imitación

Manual para canallas - El amor es una pésima imitación


Hay mujeres que fueron educadas para masticarte lentamente el corazón. No es su culpa, desde luego, sólo están caminando en círculos viciosos: demasiadas telenovelas, una familia disfuncional, los consejos de su madre. Y el amor es una pésima imitación...


“Nunca me hiciste feliz y dudo que puedas hacer feliz a alguien. Ojalá que al menos tú puedas ser feliz”. Demasiadas palabras para un simple adiós. Teresa nunca se distinguió por su originalidad. Me dejó una tarjeta rosa y hasta añadió una posdata: “La llave está en la maceta junto a la puerta”. Vaya pista, si todo mundo la deja en ese lugar. Otra despedida en mi historial. Soy un administrador de odios y reclamos, un fabricante de indiferencias. No es gratuito, claro. Crecí como un tipo independiente y me choca que mis días giren en torno al buen o mal humor de otras personas. Y Tere siempre fue experta en situaciones como “tenemos que ir a comer con mi hermana, porque la acaban de despedir y ha de estar muy triste” o algo del tipo “pasas por mí, porque me voy a tomar unas cervezas y no me voy a llevar el carro”. Ella siempre se quejó de que yo era poco caballeroso, “sí, eres muy educado y muy decente, pero una mujer necesita sentirse amada todos los días”. Supongo que se refería a los detalles, las flores, abrirle la puerta del coche, los regalos hasta por el Día Internacional de la Mujer y también acompañarla a cortarse el cabello. Los primeros meses pagas la cuota, pero después te conformas con abrazarla mientras ven una película o con hacerle el amor como si fuera virgen. Pero el romance es una excusa para ocultar los defectos. Poco a poco descubres que tu chica ideal es posesiva, celosa, insegura y también intrigosa. Y es cuando entiendes que tu prima la llame “presumida” o que sus compañeros de trabajo siempre la critiquen y no la bajen de “maldita víbora”. 

jueves, 5 de junio de 2014

La pasión no burocratiza los trámites

Manual para canallas - La pasión no burocratiza los trámites


El amor no es un contrato, la pasión no tiene cláusulas y la lealtad no lleva incisos. Ya tenemos demasiados conflictos con el banco, en la casa y en la oficina, como para burocratizar las caricias cotidianas o el cóncavo y convexo en las madrugadas...


No, en verdad que no es necesario firmar un contrato con copia y triplicado cuando dos miradas se confabulan para hacerse al amor, para prometerse pasión eterna y renovar los votos cada noche de lujuria. Ya lo dice muy bien Dante Guerra: 

“Mis caricias más nuevas y lascivas
no cumplen con horarios de oficina,
sólo trabajan por su cuenta
cuando se les antoja o se les da la gana.
Y desnudan tu cintura y recorren tus piernas
sin el hastío de la rutina.
Mis besos más rotundos y eficaces
no necesitan mandarle citatorios
a las curvaturas de tu cintura.
Mis manos ansiosas no hacen corte de caja
ni balances semestrales
cuando se trata de cortejarte.
No, las urgencias de mi sexo explícito
no necesitan mandarte memorándums
cuando se trata de convocar
a una reunión urgente en horas extras.
Las caricias más nuevas y dispuestas
no burocratizan los trámites
cuando se trata de entregarse
a la pasión desenfrenada”. 

Y cada que miro a mi mujer, hoy como hace un año, ayer como hace cuatro, me recuerdo que el amor y la pasión no se han burocratizado, tal vez porque no hemos firmado algún contrato con cláusulas complicadas o trampas ilegibles en letras chiquitas. 

jueves, 22 de mayo de 2014

Cuando tenemos el corazón en subasta

Manual para canallas - Cuando tenemos el corazón en subasta


Hay días cobardes, tardes de hastío, mañanas que no prometen nada. Todos los lunes me despiertan las prisas de los niños que llegan tarde a la escuela. Y los claxonazos frente a ese colegio sólo me roban horas de sueño... 


Como cada mañana de principio de semana amanezco más despeinado que de costumbre, será porque el cansancio me sacude mientras sueño con mujeres desnudas, verdaderas, de ésas que nunca son perfectas y sonríen con aires maquiavélicos. Los lunes y los martes no logro concentrarme. Sólo quisiera que mis semanas comenzaran en miércoles. Y que nunca me faltaran cigarrillos, ni canciones de Andrés Calamaro y David Bowie, ni poemas de Ernesto Cardenal, ni las caricias tibias, ni una mirada cómplice, ni tantas cosas que a veces se echan de menos. ¡Ah!, cómo carajos me caen mal los malditos lunes.

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jueves, 15 de mayo de 2014

Quién diablos soy yo para educar

Manual para canallas - Quién diablos soy yo para educar


Tuve buenos y malos maestros, algunos memorables y otros para el olvido, pero algo debí aprender de manera correcta. Y nunca me pasó por la cabeza dar clases, aunque fui adjunto en la universidad. Educar no es lo mío, aunque no falte un despistado que me vea como una referencia o aunque algunos sigan al pie de la letra este manual para bipolares... 



“Gracias a lo que escribes me volví fan de Roque Dalton, de Joaquín Sabina y Dante Guerra”, me comentó un lector por medio de un correo electrónico. “Maestro, eres una celebridad en Facebook”, me insinuó alguien. Yo no pretendo educar a nadie, quién soy yo para marcar pautas. No soy maestro de nada, ni intento serlo. Yo mismo me autodefino como un vocero, un promotor de lo que vale la pena: las canciones de Guasones, Sabina o El Cuarteto de Nos; la poesía de Nicanor Parra o Jaime Sabines y Bukowski; el arte del Doctor Alderete o Rafael Cauduro; los cuentos de Horacio Quiroga y Juan Rulfo; tantas maravillas que deberían sorprendernos cotidianamente. No soy maestro de nada, ni una celebridad en mi calle, ni escribo para la posteridad. Me busqué en Google y hallé algo así como 2090 referencias. No me he registrado en Myspace, ni tengo liga en Myblog y me resisto al WattsApp. Sin embargo, algunos lunáticos han hospedado mis letras. No busco trascender, ni ser ejemplo de nada, sólo quiero escribir hasta que me duelan las yemas de los dedos. He llegado a una frontera donde los senderos se bifurcan y a ciencia cierta no sé cuál tomaré, pero no dejaré de caminar porque si no camino me alcanzo. 

jueves, 8 de mayo de 2014

Qué madre tan extraña me tocó

Manual para canallas - Qué madre tan extraña me tocó

Mi madre era una mujer muy extraña. Eso era lo que yo creía todo el tiempo, cuando era un chamaco. Bueno, ¿en realidad qué jefa no es extraña? Y además era fastidiosa. Sí, sé que sonará duro, pero eso es lo que yo pensaba de chamaco. Siempre estaba dando lata con eso de “ya métete a bañar” y aquello de “a ver a qué horas te duermes”...


Matarme los piojos con insecticida. Raparme la cabeza. Vestirme como adulto chiquito. Aquellas gafas ridículas. Esta maldita melancolía. Las pésimas fotos en mi boleta de primaria. Bailar la “Danza de los viejitos”. Hay un montón de cosas nada agradables, algunas bastante ridículas, de las que mi madre es responsable. Aún habitan en mi memoria los momentos más vergonzosos de mi infancia: 

Aquella mañana en que mi pareja de baile faltó al festival del Día de las Madres y me quedé en el salón, con mi reluciente traje norteño, mientras mis compañeritos danzaban una polka que todos aplaudían. Yo ni quería participar, pero mi madre insistió en que no había de otra: o bailas o te pongo una chinga. Y me salvé de la chinga, pero no del ridículo. Porque yo me sentí avergonzado, abandonado como un pobre idiota que se enamora de la mujer incorrecta. Durante un par de meses ensayé con aquella güerita que me gustaba de lejos y aún más de cerca. Ella nunca dijo nada, y yo tampoco porque era más bien tímido, pero nadie sospechaba que el mero día del bailable no se iba a presentar. Mi madre se enojó bastante, con el argumento de “para eso me hacen gastar tanto” y la maestra intentó reconfortarla con el ungüento de “no se preocupe, que voy a reprobar a Laurita”. Y mi jefa, aún molesta, reviró que “a mí eso de qué me sirve, como si me fueran a devolver mi dinero”. Y yo enmedio, con mi cara agachada, mirando ese sombrero negro que ni siquiera me gustaba usar. Y a mí nadie me preguntó qué pensaba, si me sentía bien o si me preocupaba que mis compañeros se burlaran o que me apodaran desde entonces “El abandonado”. Laurita no volvió a mirarme a la cara, me rehuía, y yo acabé convencido de que no volvería a participar en bailables.

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jueves, 1 de mayo de 2014

Hay que ser un tonto para recordar

Manual para canallas - Hay que ser un tonto para recordar


“Hay que ver que pronto se puede olvidar,

hay que ser un tonto para recordar,

pero yo, yo no puedo evitar pensar en ti”. 

Duncan Dhu acompaña los silencios de una mujer que fuma ansiosa. 



Aquella mujer se siente incómoda. Su marido está tirado en la cama. Ella está de espaldas. Malditos sean los silencios. Afuera es de madrugada. Adentro no hace tanto frío. Y sin embargo, sabes, ella siente un escalofrío. Desnuda, se viste de humo. El color negro no le sienta, reflexiona. El rojo tampoco le atrae. Piensa eso mientras observa las sábanas teñidas del color de la desgracia. Alguna vez amó a ese tipo que se desangra de manera escandalosa. Tendré que comprar otro colchón y tirar las sábanas, piensa ella. 

“En algún lugar de un gran país
olvidaron construir
un hogar donde no queme el sol
y al nacer no haya que morir”, 

dicta otra canción. Patricia está en shock, parece no entender lo que acaba de hacer. Ella sólo piensa que esa mancha oscura, dramática, no será tan fácil de lavar. El tipo sobre la cama suelta un último estertor, como un eructo pero más feo. Y un último borbotón de sangre escupió esa boca grosera, esa boca que siempre ha roncado de fea manera. 


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jueves, 24 de abril de 2014

Como un gato planchado sobre el asfalto

Manual para canallas - Como un gato planchado sobre el asfalto


Hay hombres y mujeres que no saben o no deberían estar solos. Y se ahogan en silencios inútiles, mientras sorben amargura y fuman como desesperados. Hay sujetos, chicas, que se deterioran a solas.


Karen nació a destiempo. Sus padres se divorciaron poco antes de que ella naciera. Liliana, su madre, le confesó a su esposo que la niña no era de él, sino de su jefe y que incluso quería registrarla y reconocerla como suya. Raúl se puso como loco y sintió ganas de matar a la mujer con sus propias manos, pero sólo la cacheteó; luego empacó unas pocas cosas y se largó. Liliana inició los trámites de separación, confiada en que Rigoberto, el licenciado del despacho en que era recepcionista, dejaría a su familia para casarse con ella. Pero no, aquello no era una telenovela en el que la chava pobre se vuelve rica de la noche a la mañana. Rigo, que además era gordo y feo, sólo estaba encaprichado con la mujer guapa, así que le prometió la gloria y la encaminó al purgatorio. Nunca le dio sus apellidos a la niña, aunque sí pagaba la renta del departamento y dejaba algo de dinero para los gastos. Así pasaron varios años, hasta que el señor murió por los excesos. Liliana se quedó con una hija sin padre y un sinfín de promesas. Y Karen sólo heredó una colección de ausencias que se acentuó con el tiempo. 

jueves, 10 de abril de 2014

El fuego en que arderá la calma

Manual para canallas - El fuego en que arderá la calma


Maldita migraña. Y malditos los celos, en todas sus presentaciones. También malditas sean las rutinas que entumen tus pasos. Seamos francos con nosotros mismos, no nos engañemos: cada día damos un paso hacia el cadalso, hacia la tumba, sin dejar huella que valga la pena. Malditos los días en que salimos a la calle con ánimos de pelea, como si alguien nos la debiera.


Siete de la mañana. Ni ganas de levantarse y planchar las alas. Para qué volar si nada más con abrir los ojos sientes la mirada fatigada. Hoy no estás de humor para soportar a la gente en el subterráneo, a tus compañeros de trabajo, a tu padre neurótico, a tu madre abnegada, a los chóferes esquizofrénicos, a toda esa gente que tiene la decepción pintada en la cara. 

¿No te parece una locura salir a la calle para darte cuenta una vez más que todos quieren comprar tu alma o venderte la suya con ganas de estafarte?

Pero qué es la locura, qué la suerte, qué son esas cosas que te hacen falta para no caer a medio vuelo o, peor aún, antes de dejar el suelo?, ¿Suerte, equilibrio, pasión, un poco de calma?

jueves, 3 de abril de 2014

Las sombras que nos acechan

Manual para canallas - Las sombras que nos acechan


Con demasiada frecuencia dejo conectada la plancha, fumo en la cama, y eso explica que dos veces haya ardido la colcha o se incendie mi cama. Será que soy muy distraído o la depresión se anida como una plaga de ácaros en mi almohada... 


Casi siempre recurro a los lugares comunes. Soy especialista en poner pretextos. Dejo todo a medias, nunca culmino los proyectos. Me enamoro de las mujeres fatales y desdeño a las chicas buenas. Le guiño el ojo a las prostitutas, le saco la lengua a las monjas. Fui educado para hacer caravanas, pero me cuesta trabajo respetar las reglas. Voy de tipo duro por la vida, pero en realidad soy un idiota sensible que suspira algunas noches y se despeina cuando duerme. Siempre dejo conectada la plancha, fumo en la cama, y eso explica que dos veces haya ardido mi recámara. En un incendio perdí el colchón, los recuerdos de mi infancia, algunas fotos, demasiados libros y lo poco que me quedaba de calma. Así que ahora duermo en el suelo, sobre una colchoneta, y siempre dejo abierta la ventana por si en algún momento tengo que saltar hacia fuera, lo cual es improbable porque vivo en un cuarto piso… aunque pensándolo bien es mejor morir desnudo que consumirme igual que un borracho. Y ya que hablamos del fuego, debo aceptar que hace mucho que no ardo en deseos. He perdido pasión, me dan weba las conquistas, los lugares comunes del “¿estudias o trabajas?”, prefiero el silencio a las frases gastadas. Detesto que el amor me convierta en un pusilánime. Es mejor levantarme tarde y no tener que rasurarme. Es preferible derrochar el dinero en trivialidades, que invertir en una mujer que tarde o temprano te arrojara al precipicio del olvido. Siempre habrá un mejor partido, nunca serás el hombre ideal, aunque así te sientas, porque las viejas son especialistas en comparaciones: el novio de fulanita tiene tal coche, el wey de mi prima gana tanto, el marido de mi hermana le regaló tal cosa, mi ex novio siempre me compraba cosas lindas. Y los etcéteras mejor me los guardo. En verdad que no es difícil sentirse enfermo, miserable o deprimido. Todo, pero absolutamente, todo, se rige por valores equivocados. A donde vayas te mirarán de arriba abajo. Si no usas corbata eres un don nadie. Si andas en fachas no consigues trabajo. Si tus pantalones están rotos eres un paria. Si andas a pie nadie te pela. Es peor, por supuesto, cuando no traes varo porque todos te hacen sentir igual que un pordiosero. Soy parte de un ejército de miserables. Y encima, heredamos un país endeudado. Los poderosos nos toman por tontos. Ojalá un buen día despertemos y dejemos de maldormir bajo las sombras acechantes del nervio, de la ansiedad, de las deudas.

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jueves, 27 de marzo de 2014

Vivir en territorio apache

Manual para canallas - Vivir en territorio apache


Siempre me daban tristeza las mudanzas. Empacar y dejar atrás infinidad de historias, los amigos de la infancia, las mascotas del vecindario, las niñas a las que les invitaba un gansito y el Boing de triangulito...


Hace ya tanto tiempo que poco a poco voy olvidando los detalles, pero no esta frecuente sensación de corazón errante. Nunca echamos raíces, íbamos de aquí para allá y de una colonia a otra, perseguidos por los apuros económicos de mi madre. A veces durábamos sólo unos meses en una vecindad, pero otras ocasiones pasaba un año y parecía que por fin habíamos encontrado un sitio confortable. Y sucedía algo que echaba todo por la borda: mi hermano atropellaba a una gallina con la bicicleta o yo me peleaba con el nieto del arrendador. Y hartos de nuestras travesuras, los dueños le ponían un ultimátum a mi jefa: tiene hasta fin de mes para irse. Caray, mi madre con tantas preocupaciones y encima de todo nosotros nos comportábamos como unos auténticos pingos. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Se venden almas, a meses sin intereses

Manual para canallas - Se venden almas, a meses sin intereses


Yo fui “cerillo” en un supermercado. Será por eso que prefiero comprar en el tianguis. Además, me chocan las mujeres que dejan el carrito atravesado a medio pasillo. Y detesto a los idiotas que sólo van a verle el trasero a las señoras casadas...


Estoy formado en una fila que parece avanzar con la velocidad de una gorda frente a la sección de botanas. Ya llevo diez minutos formado y mi paciencia empieza a escasear. Delante de mí está formada una señora con más de 30 artículos, pese a que el pinche letrero dice: Caja rápida. Máximo 20 artículos. “Oiga, señora, esta es una caja rápida”, intento advertirle, pero ella me interrumpe, “ya lo sé, pero también hay cosas de mi comadre” y entonces, sin decir agua va, se meten en la fila otra señora y una chamaca. Se reparten la mercancía. “Por eso este país no progresa, por gente que siempre quiere hacer trampa”, les digo con enfado. “¡Y ni progresará, estás soñando!”, la escuincla se cree muy lista y se burla. “Pues claro que no va a progresar si las chamacas como tú sólo leen el TV Notas y perrean los domingos”, suelto con rencor. Escucho carcajadas atrás de mí. “Sí es cierto, pinches viejas”, dice una chava. Ella y su amiga se ríen. “Bien hecho, amigo, pinches rucas mamomas”, suelta la otra. Las tramposas nos miran con odio. Si no fuera porque los preservativos están al dos por uno ni me acercaba por aquí. Las chavas murmuran a mis espaldas. La cajera no puede creer que esté comprando tantas cajas y se me queda viendo como si yo fuera un pervertido. “Ay, amigo, para qué quieres tanto condón”, me cotorrea una de mis “amigas”. Mientras pago le explico que “prefiero gastar en estos globos que pagar fiestas infantiles por el resto de mi vida”. Las chicas se carcajean, por lo que supongo que sí entendieron. Tal vez sea mi imaginación, pero juro que una de ellas me sonríe con coquetería. “Chau”, les guiño un ojo. Y sólo se ríen como colegialas.

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jueves, 13 de marzo de 2014

Atún con galletas para el alma

Manual para canallas - Atún con galletas para el alma


“Si puedes gritar, hazlo. No te contengas”, sugirió Evangelina. Intenté hacerlo, pero de mi boca no salió ningún sonido. Un escalofrío se instaló en mi hombro y recorrió todo mi brazo izquierdo...


El placer era demasiado intenso, un poco más que el dolor. Intenté hacerla a un lado, pero era demasiado tarde. Ella estaba encima de mí, yo dentro de ella. O mejor dicho, yo estaba debajo de ella. Lo cierto es que nadie me había enloquecido tanto en tan poco tiempo. Desde un principio ella tomó el control y no requirió de los trucos baratos del tipo “déjame amarrarte a la cama”. No, sólo me besó con lujuria, luego su lengua recorrió mi pecho, la entrepierna y jugueteó con mi sexo. Intenté que mis delirios no se confabularan demasiado pronto en mi contra. Quise cambiar de posición, pero Evangelina ya estaba encima de mí y su vagina devoró mis ansias. Cabalgó a placer un rato, luego se salió, disfrutó con mis murmullos, me pidió que fuera obsceno. Sus miradas destellaron malicia. Mis jadeos la enloquecieron. “Toma mi cuello”, sugirió. Mi voluntad era suya, lo sabía. “Me encantan tus manos, son enormes”, musitó en mi oído, “y ahora asfíxiame” y su mano derecha apretó la mía. Intenté hacerlo, pero entonces su sexo envolvió el mío de nueva cuenta. Solté un quejido demasiado débil. Ella río de una manera que ya no me gustó. “Es tu última oportunidad, ahórcame”, retó. Mis manos temblaron. No quise parecer débil. Ella se movía de una manera que no sé describir, sólo atino a creer que era demasiado excitante para ser cierto. Justo cuando alcancé el orgasmo, ella mordió mi cuello. Fue certera, sentí una explosión múltiple. Y entonces comprendí los alcances de su maldad. “Si puedes gritar, hazlo”, alardeó de la misma manera que lo hizo horas antes en aquel bar del Centro Histórico. 

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jueves, 6 de marzo de 2014

Si no puedes con el vértigo

Manual para canallas - Si no puedes con el vértigo


En este antro los tragos son caros y la música pésima, pero a nadie parece importarle. Infinidad de jóvenes se mueven como en un video de los Chemical Brothers. Los meseros son tan educados como guaruras de político o judiciales iletrados...


Un idiota que está con dos chavitas muy guapas se acerca y me dice: 

“qué pasó, bro, te noto algo down; aquí traigo lo que te haga falta para la fiesta”. 

Sólo sonrío como un imbécil y le digo que no, que prefiero unos tragos. 

“Tú te lo pierdes, man”, lamenta. 

Voy hacia la barra, pido un ron y cuando me dicen que son 70 pesos ya no me sabe tan bien. Ya son las 11 de la noche y hace una hora que Brenda y Ricardo tenían que haber llegado. Estoy a punto de largarme cuando entra Paula, otra amiga desde la universidad. Me pregunta si he visto a alguien más. Le digo que no, que al parecer soy el único conocido. De no ser porque es el cumpleaños de Marisa, una ex novia que todavía me gusta nomás porque le da un ligero aire a Jessica Alba, pero sobre todo porque siempre fue fabulosa en la cama. Qué tiempos aquellos, cuando faltábamos a clases y nos íbamos a su departamento, aprovechando que sus padres trabajaban todo el día. Y entonces me hundían los oleajes de su cálido cuerpo, deslizaba mi boca por la pendiente de su vientre y avivaba el incendio de sus deseos. Ella me enseñó que hay mil formas de llegar al vértigo. 

jueves, 27 de febrero de 2014

Los que pensamos con el corazón

Manual para canallas - Los que pensamos con el corazón


Me cansé de perseguir imposibles. Hubo un tiempo en que me interesaba una chica a la que le interesaba otro tipo. Ella iba y venía de él. Cuando la dejaban, se refugiaba un poco conmigo. Ni ella era feliz, como tampoco yo. Hasta que me harté de pensarla con el corazón...


Los que pensamos con el corazón ni nos damos cuenta que un maldito cuervo nos picotea las arterias. Y así andamos a todas horas, con algo de incertidumbre, como cuenta Dante Guerra: 

“Tengo un maltrecho corazón
que no sabe de horas hábiles,
que se niega a entrar en razón.

Y te echa de menos en el almuerzo,
cuando deambulo por la calle,
o si hago mi declaración de impuestos.

Tengo un maldito corazón
que se hace el ciego o el sordo,
que me tira de a loco,
que no tiene horario
ni alguna restricción.

Tengo un corazón blando
que es alimento de los cuervos
que me vigilan los desvelos.

Sí, la parvada de cuervos
que pasaste a dejarme
aquella tarde que te largaste
sin advertirme que tu recuerdo
no tiene fecha de caducidad”.

jueves, 20 de febrero de 2014

Los locos no usamos peine

Manual para canallas - Los locos no usamos peine


Suena extraño, más bien poco común, pero los jueves amanezco más despeinado que cualquier otro día. “Pareces uno de esos científicos locos que salen en Canal Once”, me comentó Valeria alguna vez...



“Se llama Beakman”, le sonreí, “y en ese caso tú serías Lester, mi rata de laboratorio”. 

Valeria se me aventó encima y rió divertida. 

“¡Te digo que se te bota la canica!”, 

ella se recostó en mi pecho mientras yo acomodaba mi cabeza en la almohada. 

“Obvio que no me refiero a Beakman, porque él es muy divertido y tú no, tú estás amargado”, 

siguió riéndose a mis costillas. Luego me besó con desenfado y me miró a los ojos antes de decir que 

“respecto a lo de Lester, en todo caso soy tu conejillo de indias y no una rata de laboratorio”. 

Hice un gesto de ¿me-lo-puedes-deletrear? Y Val me explicó a grandes rasgos: 

“Sí, nunca habías andado con alguien tan joven como yo”, 

hizo una pausa para besarme de nuevo, 

“y no sabes bien a dónde llegará todo esto. No te comprometes, aunque tampoco lo tomas a la ligera, pero siento que vas experimentado sobre la marcha”. 

Vaya, otra mujer complicada. Chiste local. 

“Ahora eres tú a la que se le zafó un tornillo”, respondí.

Ella intentó ponerse seria: 

“No, no te hagas el loquito, estoy hablando en serio. Tú estás improvisando conmigo, no sabes qué es lo que realmente quieres”. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Como un oso de circo en dos ruedas

Manual para canallas - Volví a ser niño por un rato

Reciclaré mi bicicleta para volver a sentirme un poco niño, mientras el viento me despeina, aunque en realidad parezca un oso de circo sobre ruedas...


Volví a ser niño por un rato. Tuve una regresión: Y me gustaba andar en bicicleta, sentir el viento despeinando mi cabeza. Me miré emocionado, en cuclillas, con una canica en el dedo gordo de mi mano derecha. Volví a ser niño por un buen rato y me reí como no lo hacía desde hace años...


jueves, 6 de febrero de 2014

Cuando pronuncias otro nombre

Manual para canallas - Cuando pronuncias otro nombre


Para la mujer de mi vida... ¡arrooozzzz!


“¿Quién es Sylvia?”, me interrogó Julieta apenas desperté. Mis lagañas se confundieron con la extrañeza en la mirada. Hice un gesto de “nofrieguestantemprano”. Un rayo de villana escapó de sus ojos. Luego me leyó la cartilla con voz firme...


Le expliqué a Juls que así se llamaba el personaje de Monica Bellucci en Pacto de lobos, la película que estuvimos viendo antes de dormir. “¿Sí? Pues así se llama tu hermana y no parecía que estuvieras soñando con ella”, insistió como suelen hacerlo las mujeres en estos casos extremos. “En verdad, no te estoy mintiendo, seguro soñé con la Bellucci, ya sabes que siempre me ha gustado”, me sinceré con tono relajado. El almohadazo me sorprendió. “Pues entonces lárgate a Italia y cásate con ella”, Juls se refugió en el baño. Por tanto, no pude bañarme de inmediato y desayunamos demasiado tarde para ser sábado. Al poco rato se le pasó el enojo, pero seguro que iba a revisar mi celular y los créditos de la película en cuanto yo me descuidara. En verdad no tenía nada que esconder, pero sí he de ser franco: es de la rechingada que tu pareja pronuncie otro nombre cuando se supone que tendría que estar soñando contigo. Te entran dudas, no andas tranquilo, te cortas al rasurar o te peinas sin estilo, así como esos científicos distraídos. No, en verdad que no es fácil lidiar con otros nombres que se cuelan como la humedad en las paredes. Así que ten cuidado si eres de los que hablan dormidos.

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jueves, 30 de enero de 2014

Hay mujeres como vicios

Manual para canallas - Hay mujeres como vicios


“Tu mirada no me gusta”, fue lo primero que me comentó Maleni luego de que nos presentaron. La miré como se mira a una vendedora de cupones de descuento. “Esta mirada está desnuda de piedad”, repliqué y ella sólo hizo una mueca de no-sé-qué-diablos-es-eso.


Ella siguió con lo habitual: “Soy María Elena pero todos me dicen Maleni”. Como si me interesara. “Roberto”, fue todo lo que respondí junto al beso en la mejilla. “Tu nombre tampoco me agrada, pero hay peores”, continuó con su actitud. Y yo que no soporto a las mujeres que escudan sus inseguridades en una aparente dureza. “Y encima de todo eres muy callado”, añadió. Yo tomé mi vaso y me encaminé a la terraza. Mis amigos estaban ocupados, tratando de ligar o bailando con su novia en turno. Platiqué con un par de conocidos, estuve coqueteando con una actriz de teatro “vanguardista” hasta que llegó su novio, que era DJ de un antro cualquiera. Bailé un par de canciones con una amiga de no sé quién. Estaba pensando en irme cuando llegó la tal Maleni y me dijo “para ser tan antipático, bailas bien”. No era verdad, porque sólo me dejo llevar por el ritmo. “A ver si me sacas a bailar aunque sea una vez, ¿no?” y se fue en busca del baño. Ya se le notaba que estaba un poco ebria. Entonces se acercó Gerardo, un viejo conocido, y me dijo lo típico: “Pinche Rober —exacto, Rober, sin la t—, se me hace que ya ligaste. Esa ruca le preguntó a Gaby por ti”. Lo miré como si me hubiera ofrecido una aspiradora en abonos. “No es mi tipo”, argumenté. “No mames, si está bien buena”, aclaró como si yo no me hubiera dado cuenta. Iba a decirle que me chocan las mujeres que se comportan como si estuvieran “en sus días”, pero me reservé el comentario. Cinco minutos más tarde, regresó la insoportable chica y me espetó: “No me gusta tu actitud, pero al menos eres alto”. No me provocó la mínima emoción. “Es más, te invito un trago, ¿qué estás tomando? Yo pago”, dijo y se sonrió. Típico chiste de fiestas donde sobra el alcohol. “Ron, con coca”, aclaré y me ahorré esa jalada de “líquida, coca líquida”. Detesto el humor sin chispa. Esa misma noche dormí con ella. Literal: dormí, porque no aguantó los tragos, se quedó inerte en el sillón de su departamento y sólo alcanzó a quitarme la camisa. Salí de allí, después de cerrar y aventar el llavero por la ventana. Me llamó al otro día. “Gracias por cerrar la puerta, pero ni una nota me dejaste”, se quejó. Hablamos unos minutos y me comprometió a salir con ella. Pude rechazarla, pero me gustaron sus besos; sus piernas aún más. 

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jueves, 23 de enero de 2014

Estos días como buitres

Manual para canallas - Estos días como buitres


Carajo con este frío, tan filoso y tan extraño, tan de otoño con su sol y sus hojas secas. En serio que este frío, que hace guardar las manos y andar cabizbajos, no nos da tregua. Estos son días como buitres, con su bufanda de plumas y la mirada gélida...



Sí, carajo, este frío que engarruña los dedos. Este maldito frío que me congela tu nombre al pronunciarlo. Este frío que nos exilia a la ventana para pescar un poco de sol, para escapar de la sombra. Malditos sean, del carajo, estos días fríos, gélidos, como el aliento de buitres que merodean. Estos días que resecan la piel, que hacen tronar las rodillas, que te contagian los estornudos y la moqueadera. Yo lo que quiero es que el sol ahuyente el invierno de la ausencia, la escarcha en las nostalgias. Ya lo ha dicho, el poeta Jaime Sabines, el frío no es un buen remedio para todo: 

“Frío y sol, pero frío
en viento, agudo, alegre.
Frío por todas partes...
El frío me ha hecho místico y alegre.
Quizás el sol en el frío.
Quiero hablar del frío:
El frío es bueno para tomar café,
para acostarse,
para hacer el amor,
para que nos digan ‘tienes las manos frías’,
para fumar y para no salir del cuarto.
Para todo lo demás es malo el frío”. 

jueves, 16 de enero de 2014

Cuando miras de reojo

Manual para canallas - Cuando miras de reojo


Si alguna vez has mirado de reojo el andar de la gente, aquella bicicleta sin fatiga, las mañanas y las tardes, las nubes taciturnas, el transcurrir del tiempo, entonces sabrás de lo que hablo...


Si alguna vez has mirado de reojo las oportunidades que se te escapan, el aletear de algunos ángeles, el dolor que nos acecha, la felicidad de los niños, las sonrisas cotidianas, quizá no te hayas dado cuenta de que tenemos la maldita costumbre de estar concentrados en las cosas más triviales. A mí suele pasarme con demasiada frecuencia que estoy sentado en algún parque, fumando como si esperara a que tramiten mi obituario, mirando de reojo y pensando en nimiedades. Y veo pasar fugaces a los enamorados. Y también a los perros vagabundos, a los escolapios, a la mujer de mi vida. Mirando de reojo apenas he visto pasar el raudo andar del tiempo, los caprichos del destino, mis peores momentos, las ruedas de mi pasado, la avalancha del olvido. Sí, creo que por no distraerme he dejado pasar demasiadas veces al amor de mi vida: a veces en jeans, otras en minifalda, con sus Converse y hasta en zapatillas. Mirando de reojo y por no concentrarme, he visto pasar un desfile de maravillas: aquella mujer de cintura breve, la chava de hoyuelos en las mejillas, la chica que sonreía como los amaneceres, la guapa de ojos verdes, aquella hermosura de cabello corto, ese monumento al deseo, la que caminaba como si tuviera alas. Tantas y tantas mujeres que he dejado pasar sin que me atreviera a mirarlas a los ojos, sin intentar que su sonrisa se congraciara con la mía, nomás por estar distraído o pensando en tanta pendejada de esas que nos quitan el tiempo y hasta el sueño. Sí, debo reconocerlo, he desperdiciado demasiadas horas mirando de reojo la vida.

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jueves, 9 de enero de 2014

Firmar la paz con la infancia

Manual para canallas - Firmar la paz con la infancia


Está claro que a tu abuela los Reyes Magos nunca le cumplieron sus deseos. Y a tu madre no le trajeron la Comiditas Lilí Ledy que tanto añoraba. Tu padre siempre suspiró por un carrito deslizador Avalancha... 


Y lo que es peor, a tu hermano no le llegó su iPhone bajo el argumento de que 

“sacaste puro siete en la escuela y además ni te portaste bien”. 

Todos tenemos una historia parecida, de decepciones. Cuando eres niño no hay fecha más significativa que aquel día en que tus ilusiones se estrellan con el desencanto. Cuando estabas muy chavito y aún creías que en realidad existían los Reyes Magos escribías una carta llena de pretextos: 

“Sicierto que pelié mucho con mi hermano, pero es que él es muy pelionero y nunca deja de molestar”, 

como si eso bastara para que los mentados Reyes entendieran que debían traerte cada uno de los cinco juguetes fantásticos que habías puesto en aquella lista. Cómo olvidar aquella sensación, las ansias para que las horas transcurrieran veloces y no con esa calma que te impedía cerrar los ojos. 

Y tu jefa diciéndote: 

“ya duérmete porque si no los Reyes van a ver que estás despierto y no van a venir”. 

Y cerrabas los ojos y cualquier ruido en el techo te inquietaba, aunque sólo fuera un gato fugitivo. Hasta que el sueño te vencía. Y en cuanto despertabas, a las seis de la mañana, volteabas a ver si junto a tus tenis percudidos estaba esa montaña de juguetes que tanto te habían impactado en los comerciales de la tele. 

Pero no, sólo veías aquel balón con los colores de tu equipo favorito y el aguinaldo con galletas y dulces baratos. ¿Por qué los Reyes Magos eran tan injustos contigo?, te preguntabas. Y esa sensación se acentuaba cuando salías a la calle y el vecino se paseaba presuntuoso en esa bicicleta que a ti te parecía la más hermosa del planeta. 

Uy, ni soñar con una igualita para ti. Eso lo tenías muy claro.

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