Hay miradas vacuas, gélidas, indescifrables, que no dicen nada. Y también hay miradas que dicen todo, que gritan auxilio, que gimen cariño...
Hay miradas que te persiguen en sueños, que te hablan de todo con elocuencia. Así era la mirada de mi amigo Renato. Reny Stimpy, para los cuates. A Renato lo conocí en la Vocacional, cuando éramos imberbes y soñábamos con revoluciones de puño en alto y barricadas. Él era un tipo brillante, un alumno sobresaliente que deseaba ser ingeniero mecánico y soñaba con trabajar para la NASA. “¿Sabes cuánto voy a ganar?”, presumía en su fantasía. “Millones, millones, wey”, aseguraba. “¡Y en dólares!”, nos mofábamos. Pero en el fondo yo le creía, porque él parecía muy convencido. Y además era chingón en todas las materias, incluidas las matemáticas. Bueno, hasta sus planos de Dibujo Industrial eran impecables. Quienes no lo conocían, siempre lo buleaban. Bueno, casi nadie se escapaba del bullying. Yo mismo era motivo de escarnio por usar gafas de aumento. Pero estaba en que a mi cuate Renato lo acosaban todo el tiempo. Era un poco distinto a nosotros o así lo veíamos, porque sus jefes tenían varo y él era muy educadito. Los que lo detestaban decían que era gay. Yo mismo, cuando les decía que no se mancharan, recibía burlas: “Ay sí, dejen a mi novio”, era lo mínimo que me reprochaban. Tal vez por eso simpatizaba conmigo y me ayudaba en los exámenes. A mí el Reny me caía bien por varias razones: vivía cerca de mi casa, me dejaba copiar en los exámenes y además tenía una hermana que me gustaba. Incluso cuando nos peleábamos lo hacía enojar con eso de “me saludas a tu hermana”. Y me mandaba a la chingada unos cuantos días. Pero volvíamos a ser amigos como si nada.
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