Según Bukowski, los muertos no necesitan aspirinas ni zapatos. Y los vivos tampoco precisan de sal de uvas para el desamor o la desesperación...
Y la desilusión no se mitiga con pésimos consejos, mucho menos con naproxeno. Aún tengo en la memoria el día que mi amigo Max desistió del desamor. Y lo hizo como los desesperados, con rabia y desilusión. Luego me enteré que Max dejó una nota. No sé a ciencia cierta qué decía, sólo intuyo que no era nada agradable. Seguro maldijo a su ex esposa. O quizá decía que la amó como a nadie. Mi amigo Max se pegó un tiro y para jodida desgracia no murió al instante sino que estuvo como un mes en coma. Fui a visitarlo al hospital y hablé con él. Tal vez no me escuchaba, pero no pude evitar decirle que me parecía estúpido lo que había hecho, que ninguna mujer valía la pena como para darse un pinche balazo. Sentí una infinita tristeza de verlo allí, inerte, tan lejos de aquel buen tipo que conocí hace tiempo. La muerte siempre será abrumadora. Te vienen en cascada un chingo de recuerdos, arrebatos de nostalgia, oleadas de lágrimas y una confusión que da escalofríos. Max y yo hablábamos poco, pero nos entendíamos como hermanos. Nunca nos anduvimos con rodeos, teníamos un sentido del humor muy parecido y hasta ciertos paralelismos. Como yo, él nunca superó el abandono de su padre. Como yo, se aferraba a las relaciones destructivas. Igual nos gustaba casi la misma música, como Simple Minds o The Killers. Cuando se casó intenté advertirle que tal vez no era la mejor decisión, pero da lo mismo porque nunca he sido el mejor ejemplo. Aún recuerdo aquella conversación.