Maldita sea la tristeza, maldito el desamor. Malditas sean las letras de tu nombre, que antes era esplendor y hoy sólo es una palabra que sabe a jarabe para la tos...
Maldito sea el desamor. Y ese pinche dolor que no se cura con canciones ni tequila o consejos a destiempo. Yo no tuve un hermano mayor que me dijera que no hay que enamorarse de mujeres imposibles o que me recomendara las canciones ideales para curarse el desprecio. Yo no tuve un hermano mayor que me familiarizara con Los Rolling Stones o con Kiss y AC/DC o Los Beatles, ni mucho menos los Credence y David Bowie o The Cure, pero tenía la radio al alcance y desde niño sintonizaba Universal Stereo para tratar de dormir en aquella litera que compartía con mi hermano menor. Inclusive instalé unas bocinas para amplificar el sonido, mientras pensaba en mil cosas y hacía planes para el futuro o fantaseaba con la chica que me gustaba. Cuando eres un chaval desaliñado, sin tenis de moda y con gafas enormes, es muy común que las chavas te manden a la friendzone y te apliquen el clásico “me gustas, pero como amigo” o “tú y yo no podemos ser novios, porque se echaría a perder nuestra amistad”. Y entonces el desconcierto es tu perro acompañante de regreso a casa. Luego, al llegar la noche, te acuestas con más dudas que ganas de dormir y te danzan en la cabeza las palabras de aquella chica que ni se atrevió a mirarte a los ojos cuando pretextó que la amistad era lo más importante. Y ahí vas de nuevo, a refugiarte en las canciones de la radio. Y así se te van los días, las noches, las malditas horas de insomnio, esperando que alguna chica se atreva a besarte las ganas que guardas junto a los poemas que has escrito en secreto. Yo no tuve un hermano mayor que me dijera que no hay que enamorarse de mujeres imposibles o mamonas. No, yo no tuve un hermano mayor que me recomendara las canciones ideales para curarse el desprecio, como en la película "Sing Street: Este es tu momento". Pero tenía la radio y desde entonces la música se volvió mi mejor compañera. La música ha sido el bálsamo, al igual que la poesía, cuando las cosas no caminan, cuando suspiro por ausencias, cuando reviso las postales de mi infancia. Y así me fui anestesiando el corazón, con canciones que siempre me recordaban que las horas más tristes siempre son más largas. Una voz en la radio receta canciones para el desamor, para que masculles tu dolor mirando el techo.
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La primera vez que vi a Stephanie cantaba “Close to me” en un tributo a The Cure y me gustó de inmediato. Estaba junto a Eréndira, que era la novia de un amigo mío. Yo llegué un poco tarde y en cuanto entré a ese barecito dudé que hubiera sido buena idea estar allí, no por el sitio sino porque la banda no me parecía muy buena y el cantante desafinaba. Celebrábamos el cumpleaños de Gerardo, un cuate de la prepa, que no salía de ese tugurio. Como sea, pedí una cerveza y lamenté que no estuviera muy fría. Me quedé sentado, mirando a la gente. Más tarde me presentaron a Stephanie y me cayó bien, me pareció atractiva, aunque a decir verdad nunca me han llamado la atención las mujeres que se visten como si estuvieran de luto. Platicamos un poco, le invité un par de chelas, luego estuve platicando de dos o tres tonterías con Gerardo y su chava. Ya cuando me despedí, Stephanie me dijo que me buscaría en Facebook. Pasaron varios días y Stephanie me mandó un mensaje. “Hola. Me caíste bien, aunque al principio pensé que eras un mamón”, fueron sus primeras palabras. Quedamos de ir a echar tragos y terminamos en mi casa escuchando música hasta la madrugada, mientras nuestras caricias se fueron familiarizando. Yo no sé qué estaba buscando ella, con trabajos sé lo que necesito yo, pero de buenas a primeras nos volvimos refugio, ansiedad, fuego, delirio, madrugada y éxtasis. Ella me contó que venía saliendo de una depresión, que su ex novio la había engañado y “para no hacerte el cuento largo, no estoy preparada para una relación”. Yo no quería tampoco un compromiso, así que me pareció ideal que Stephanie y yo coincidiéramos de vez en cuando para hablar de música, para incendiarnos la desnudez y esperar a que algún día regresara David Bowie a México para ir a verlo juntos. Pero eso se quedó en plan. A mí me gustaba la profundidad de su mirada, que albergaba señales de melancolía, pero lo que en verdad me hacía delirar era su manera de besar y su ausencia de prejuicios. Por ello es que le escribí un intento de poema:
"Seguro que las resacas
las curaré con placebos.
Pues no hay remedios caseros
que alivien tanto vacío
que me dejó tu nombre
en este maldito encierro".
Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 8 de Junio de 2017.
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