Mi madre era una mujer muy extraña. Eso era lo que yo creía todo el tiempo, cuando era un chamaco. Bueno, ¿en realidad qué jefa no es extraña? Y además era fastidiosa. Sí, sé que sonará duro, pero eso es lo que yo pensaba de chamaco. Siempre estaba dando lata con eso de “ya métete a bañar” y aquello de “a ver a qué horas te duermes”...
Matarme los piojos con insecticida. Raparme la cabeza. Vestirme como adulto chiquito. Aquellas gafas ridículas. Esta maldita melancolía. Las pésimas fotos en mi boleta de primaria. Bailar la “Danza de los viejitos”. Hay un montón de cosas nada agradables, algunas bastante ridículas, de las que mi madre es responsable. Aún habitan en mi memoria los momentos más vergonzosos de mi infancia:
Aquella mañana en que mi pareja de baile faltó al festival del Día de las Madres y me quedé en el salón, con mi reluciente traje norteño, mientras mis compañeritos danzaban una polka que todos aplaudían. Yo ni quería participar, pero mi madre insistió en que no había de otra: o bailas o te pongo una chinga. Y me salvé de la chinga, pero no del ridículo. Porque yo me sentí avergonzado, abandonado como un pobre idiota que se enamora de la mujer incorrecta. Durante un par de meses ensayé con aquella güerita que me gustaba de lejos y aún más de cerca. Ella nunca dijo nada, y yo tampoco porque era más bien tímido, pero nadie sospechaba que el mero día del bailable no se iba a presentar. Mi madre se enojó bastante, con el argumento de “para eso me hacen gastar tanto” y la maestra intentó reconfortarla con el ungüento de “no se preocupe, que voy a reprobar a Laurita”. Y mi jefa, aún molesta, reviró que “a mí eso de qué me sirve, como si me fueran a devolver mi dinero”. Y yo enmedio, con mi cara agachada, mirando ese sombrero negro que ni siquiera me gustaba usar. Y a mí nadie me preguntó qué pensaba, si me sentía bien o si me preocupaba que mis compañeros se burlaran o que me apodaran desde entonces “El abandonado”. Laurita no volvió a mirarme a la cara, me rehuía, y yo acabé convencido de que no volvería a participar en bailables.
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