Sí, hay una muerte con sus manos tétricas tocando una marcha fúnebre y merodeando por mi calle, por tu barrio, por cada esquina. Suena trágico, pero es la realidad de este país en ruinas y en este invierno que congela el alma...
Como tú, como mucha gente, crecí en una colonia popular donde había tienditas en las que encontrabas todo lo que necesitaras: un fusible, medio kilo de azúcar, veladoras, curitas, focos, agujas, orégano, aspirinas y hasta las cosas más impensables. No, allí no había Oxxos ni nada parecido, sólo un localito que siempre atendía una señora enojona o su esposo bonachón. Desde luego que por las calles de mi barrio pasaban toda clase de marchantes: el triciclo del pan, la camioneta de las naranjas, el afilador, el carrito de camotes con su silbido ruidoso, la tambora y la marimba. Y desde luego, no faltaba el clásico “tamaaaaaleeees oaxaqueños, ricos y deliciosos tamaaaaleees oaxaqueños”. Cuando éramos unos críos, por supuesto, nos emocionábamos siguiendo la vagoneta de los helados con su melodía alegórica. Y cuando nos portábamos mal, nuestras madres nos aplacaban con la amenaza de “te voy a vender con el ropavejero y no me vuelves a ver”. Y el ropavejero siempre era un tipo barbón, con su gorrita ridícula y una carreta tirada por una mula.
>>>