A últimas fechas me siento extraño, un tanto huraño, como si mis voces internas me aconsejaran guardar silencio. Tal vez no sea el único tipo confundido en este mar de gente, en estos oleajes de ruido incesante...
No sólo estoy confundido. Además, siempre me están confundiendo. Como el otro día que fui a una reunión que no estaba tan divertida. Una que otra chava guapa por allá. Un par de amigos y alguno que otro wey conocido. La música era pasable, algo de Los Cadillacs, The Cure y hasta Sabina. De buenas a primeras una vieja se acercó a platicar conmigo, supongo que un tanto a la deriva. Me dijo su nombre, pero lo olvidé de inmediato. “Sabes, tengo la impresión de que te he visto en otro lado”, comentó pero en realidad me estaba confundiendo con alguien más. Después de un rato ya se sintió con la confianza necesaria para preguntarme lo que se le diera la gana.
—Mmm, sí, lo soy —respondí despreocupado.
—¡Lo sabía! —ella sonrió.
—¿Y cómo lo sabes? —reviré—, ¿tú también?
—¡Noooo! —como si fuera cosa del otro mundo—, a mí me encantan los hombres.
Sonreí con malicia y bebí un trago de mi vaso.
—Pero no me has respondido cómo lo sabes –añadí.
—Ahhh, es que bailas muy no-sé-cómo, ehhh, bueno, mueves mucho las manos y eso es un poco extraño –ella parecía incómoda.
—Pero no soy bi, sino tri –aclaré y me divertí con su expresión de asombro.
—¿Eres tri?, ¿eso como es? —la chava miraba a los que bailaban.
—Bueno, la mayoría de la gente es bipolar pero yo soy tripolar –saqué la cajetilla y le ofrecí un Camel.
—¡Oye, yo no estaba hablando de eso! —como si yo no lo supiera—, yo pensé que eras bisexual, no bipolar. Eres un tonto. Ni que fuera psicóloga.
—Ahhhh, pues creo que tus observaciones sobre cómo bailo están fuera de lugar, sólo son prejuicios de una persona que se reprime sexualmente.
Aquella mujer abrió la boca en señal de no-puedo-creer-que-me-hables-así
—¡Ooooyeee, qué grosero! ¿No me digas que tú sí eres psicólogo?
—Sí, lo soy –mentí—, soy una especie de hojalatero pero de la mente. Ah y a partir de este momento cualquier consulta causa honorarios.
—Ay, perdón, por pensar que eras bisexual –ella seguía mortificada—, pero ¿por qué dices que soy reprimida?
—Esto no es un consultorio y tampoco se trata de psicoanalizarte –ni siquiera la miré.
—Ay, ándale, porfis –la mujer estaba realmente intrigada—, ¿sí?, no seas malo.
—Bueno, pero es el último comentario al respecto –remarqué—, porque no vine a trabajar.
—Ok, ok, lo prometo –ella buscó mi mirada.
—Bueno, tu autoestima es como un cachorro abandonado, porque desde niña careciste de afecto. Y sé que no te valoras lo suficiente porque usas un pantalón flojito pese a que tienes buen trasero. Además, tu maquillaje es algo exagerado, como para disimular la insatisfacción.
—Mmmm, sí, algo hay de eso —reflexionó.
—Pero trabajas en superar tus miedos, en aceptarte cada vez más. Tienes el espíritu de Frida Kahlo: te sientes rota por dentro pero sacas fortaleza de tus cualidades —lo inventé porque vi cuando la chica llegó a la reunión y noté que dejó por allí su morralito con una imagen de Frida.
—¡No manches! ¿Cómo sabes eso? Además, Frida me encanta, me apasiona todo lo que tenga que ver con ella.
—Por algo soy especialista en hojalatería y pintura para el alma —presumí—. Bueno, ya fue suficiente diagnóstico —le guiñé un ojo y le indiqué que iba por otro trago.
Me quedé platicando con un amigo y de reojo miré que la chica comenzaba a merodear. Intentó integrarse a la plática, pero Roger deja poco espacio para eso porque habla un chingo y siempre es sobre cine. Así que la chica de los jeans holgados se fue a otro lado. Ya casi había olvidado el asunto cuando ella me “encontró” en la cocina, sirviéndome otro trago.
—Hola. Ya no hay cerveza –me enseñó su envase vacío—, ¿que me recomiendas beber?
—Oye, soy psicólogo, no barman –sonreí tentado a decirle que podía beber amoniaco, pero era una broma cruel.
—Jajajaja, es verdad, que tonta –buscó un vaso desechable—, creo que tomaré tequila. Oye, me dejaste intrigada con tus comentarios...
La interrumpí. “Oye, no es mala onda, pero este no es un consultorio ambulante”.
—Ay, ándale, nomás tantito –che vieja—, dime qué puedo hacer.
—Mira, imagínate que soy un ginecólogo –hice una pausa dramática—, verdad que no estaría chido que te examinara en público. Bueno, pues en la psicología también se requiere de privacidad. Mejor te doy mi tarjeta y me llamas, ¿te parece?
—¡Ay, qué feo eres! Bueno, está bien, nomás porque me caes bien –su sonrisa era de coquetería—. Oye y sí mejor vamos a otro lado, no sé a donde haya menos gente.
—Pero no doy consultas a domicilio —la chava era linda, pero la neta es que también era de flojerita.
—¡Payaso! --me empujó con el hombro—, no estoy hablando de eso, sino de lo otro.
—¿Te refieres a tener sexo? —ella se sonrojó.
—¡Shhh, te van a oír! —en realidad nadie estaba pendiente de nosotros.
—Lo ves, no sólo te reprimes sino que “detienes” a los demás, de una u otra manera. Sabes qué, deja te doy mi tarjeta –busqúe en mis bolsillos y en efecto, allí estaba lo que buscaba. Le extendí la tarjeta, que ella tomó despreocupadamente y luego la leyó— Ahora, si me disculpas, debo irme.
—Ok, gusto en conocerte Eduardo. Y gracias –ella seguía hablando mientras yo giré en busca de la puerta—, y discúlpame si te incomodé.
Salí en busca de silencio. Tendría que pasar al Oxxo a comprar más cigarrillos. Pensé en la cara que pondría mi primo Lalo cuando la chava le llamara para hacer una cita y luego le echara en cara que no quiso acostarse con ella. Pero juro que ya no me chingaré sus tarjetas del escritorio. ¿Especialista en hojalatería y pintura para el alma? En serio que se me ocurre cada pendejada que hasta yo mismo me sorprendo. Creo que es tiempo de ir a visitar a mi loquero.
manualparacanallas@hotmail.com
Roberto G. Castañeda
Jueves 3 de Diciembre de 2015.
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