jueves, 30 de junio de 2011

Alguna canción lluviosa

© Manual para canallas

Llevaba como una semana revolviéndome en la cama, pensando en proyectos que no he materializado, aguijoneado por los recuerdos de ciertos besos que no volverían a ser míos. Mal karma para alguien que desconfía del amor…

Si bien nunca he sido un tipo tranquilo y tiendo a la mala vida, tengo épocas bastante intratables: duermo poco, trabajo mucho y pienso demasiado. Y eso equivale a tomar un atajo hacia el manicomio. Es lamentable que pase mis noches en vela, sin compañía, abandonado a merced de esa jauría que son mis defectos. Aún así, me he vuelto demasiado selectivo. Recién me llamó Liliana, en horas de trabajo, para decirme que me extraña de vez en cuando. "No estoy de humor para escuchar pendejadas", solté sin reflexionar un poco. Quizá hubiera sido preferible que se diera una vuelta por la casa esa noche y que llevara una botella de vino tinto. También pude pedirle que me devolviera mi playera de Los Killers que se llevó puesta "sin querer". Pudo más mi soberbia. Colgué sin despedirme. Seguro que me maldijo. Pero yo tenía otras preocupaciones. Como lo culera que se está poniendo la vida diaria, en este país con un gobierno insensato y criminales sin asomo de piedad. Como irme a emborrachar y jugar dominó con mis cuates, para entretener a mis ansias de lanzarme por la ventana.

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jueves, 23 de junio de 2011

Cupidos con pésima puntería

© Manual para canallas

Ella se levantó un poco mareada, con un amargo sabor en la boca, queriendo que sus mañanas fueran menos opacas. Magali fue al baño, sintió náuseas y la acosaron un par de arcadas de pura bilis. Se miró en el espejo y descubrió tormentas en sus ojos…

Flechada por un cupido con alma de burócrata, Magali hubiera querido tramitar su renuncia a ese amor insensato que le provocaba insomnios, malas noches añorando las caricias lejanas. Una vez más se había enamorado como idiota, del más imbécil de todos. Sí, de aquel imbécil que le ocultó que era casado. Estúpidamente, ella no estaba dolida porque él tuviera esposa, sino porque le había mentido. No podía creerlo, no de aquel tipo que le juraba que la amaba cada que tenía ganas de llevársela a la cama. Cuando ella lo encaró, él sólo recitó silencios. Y ella que buscaba aunque fuera un abrazo tierno, únicamente encontró desconsuelos. Su “amor” ya no pudo negarlo, pero le juró que ya no quería a su mujer, que ya la iba a dejar, como si fuera el guión de una película que todos han visto. Ella se fue llorando. Él no hizo por detenerla o abrazarla y reconfortarla. Hubiera querido odiarlo y decirle que era un cobarde, pero se engañaba ella misma porque sólo con escuchar su voz se cimbraría su corazón anestesiado. Y así fue, luego de unos días se reencontraron. Y él juró, luego de un orgasmo, que nada los separaría. Magali seguía enamorada. Pero ella qué sabía de esa frase lapidaria: el amor es un hotel de paso el Día de San Valentín. Ella qué sabía de cupidos con pésima puntería. Magali se sabía de memoria la llamada que curó su ceguera: “No sé quién seas, pero te advierto que Miguel es casado. Yo soy su esposa y él no me va a dejar por cualquier puta como tú”. Luego le colgaron. Hubo otras llamadas, de distintos números. Cuando le reclamó a Miguel no hubo dudas.

jueves, 16 de junio de 2011

En nombre de la ausencia

© Manual para canallas

Mi tío Julián tomó mi mano y sentí al mismo tiempo su alegría y su desesperación: “Mis hijos, no saben el gusto que me da verlos, ahora sí me puedo morir en paz”. Y al poco tiempo cumplió su palabra…

Él murió una mañana tristísima, como son todas las mañanas en que alguien se va de tu vida para siempre. Recostado durante meses en su cama, debido al cáncer de médula ósea, el tío Julián veía las cosas desde una perspectiva distinta. Sin posibilidades de volver a caminar por las calles tantas veces transitadas, ni ganas de tomar el sol en el patio, cualquier visita le alegraba. Y le dio mucho gusto vernos y lloró de alegría mientras nosotros nos conteníamos las lágrimas. Yo le agradecí, con un nudo en la garganta, “por lo mucho que nos diste siendo niños, porque fuiste como un padre para nosotros”. Julián lloró como lo hacen los hombres buenos, “es que ustedes también eran como mis hijos, y saben que los quiero mucho”. Y luego sollozó “mis niños” y apretó mi mano con más fuerza. Ya no éramos unos niños, obviamente, pero él se aferraba a los recuerdos, a esas tardes de domingo en que iba a visitarnos. No era su obligación, pero se sentía responsable por el abandono de mi padre, de su hermano menor. Por eso fuimos hasta Durango, mis hermanos y mi madre, para darle las gracias al tío Julián por toda su bondad. Meses después moriría, dicen que en paz consigo mismo y a mano con Dios. Yo no puedo evitar, en vísperas del día del padre, recordar la última plática que tuvimos y sus bendiciones durante la despedida. “No sabes cómo le pedí a tu padre que me los trajera, que les avisara que quería verlos. Y no sabes cómo le rogué a Dios para que me lo cumpliera. Ahora sé que mi hermano no es tan mala persona”, me platicó el tío Julián mientras sus ojos anegados se posaban en los míos. Yo hubiera querido aclarar que mi padre ni siquiera se tomó la molestia de llamarnos por teléfono, pero no iba yo a derruir la esperanza del que fue como mi verdadero padre mientras fui un niño. Por cosas del destino Julián tuvo que volver a Durango, la tierra que lo vio nacer, y nos separamos. Pero conservo intactas las instantáneas de su cariño, de sus regalos de Reyes, las sonrisas de mis primos mientras convivíamos. Y también conservo intacta la promesa de no volver a Durango, la tierra que me vio nacer y que tanta tristeza me causa.

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jueves, 9 de junio de 2011

Los secretos que sigo buscando

© Manual para canallas

Quise decirle adiós varias veces y se me atravesaron los pretextos. Había algo en esa mujer que me atrapaba. Tal vez era la seguridad en sí misma, acaso sus piernas largas o esos ojazos que irradiaban deseo. Caray, a quién diablos quiero engañar…

La verdad es que me encantaba su trasero, su placer obsceno. Físicamente Sarahí era mi tipo de mujer, pero teníamos pocas cosas en común. Así que yo me inventaba excusas para minimizar sus despistes y hasta sus manías. Como el hecho de que le gustara tanto ir a los karaokes. Y siempre cantaba una jalada que decía “dame otro tequila”. Nunca quise profundizar en la letra. Bueno, si es que se puede profundizar en algo tan superficial como Paulina Rubio. Además, siempre me chocaron los karaokes y ese esfuerzo de la gente por hacer el ridículo. “Si hubiera un campeonato de cosas patéticas, cualquiera de estos cabrones levantaría el trofeo”, le comenté una vez que desfilaban los malos imitadores de José José y Alejandra Guzmán. Era cagado cuando una vieja ebria gritaba frente al micrófono eso de “haaaacer el amor con ocho, no, no, noooo”. Y si Sarahí, que no era tan desafinada, se subía a cantar siempre lograba que le aplaudieran mucho. Yo sabía que no era por su voz, sino porque siempre se veía muy bien la desgraciada con sus jeans ajustados y aquellas blusas que evidenciaban unos senos generosos. No había sitio al que fuéramos en el que no le tiraran la onda. ¿Por qué entonces andaba conmigo, si siempre tuvo muchos pretendientes? Habría que preguntárselo a ella. Alguna vez me comentó algo que parecía resumir su pasión por mis besos: “Eres un hombre con carácter. Y a mí me gustan los tipos seguros, que lleven el control de una relación. Eso me hace sentir protegida”. A mí siempre me latió lo bien que se veía. Sabía arreglarse y tenía algo que escasea en nuestros tiempos: clase, actitud.

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jueves, 2 de junio de 2011

Placebos para la tristeza

© Manual para canallas

A Daphne nunca le gustó su nombre. Y siempre, como una especie de chiste gastado, bromeaba: “Me llamo Daphne por una maldición de mis padres”, aludiendo a las ferias de pueblo en que nunca faltaba la atracción de la mujer con cabeza de araña, a la que le preguntaban “¿y por qué estás así?”

Ella respondía: “Por una maldición de mis padres, porque nunca les hacía caso”. Ya lo ven, niños, deben obedecer a sus padres o una cosa parecida terminaba por decir. Cuando Daphne preguntó a su madre por qué le habían puesto ese nombre, le contestó que era porque su padre había viajado mucho y que le había encantado ese nombre. “Y agradece que no te puso Catherine”. Falso, en realidad, le puso Daphne porque le encantaban las series gringas. Lo supo por su tía Mariana, quien añadió “y le rogué para que no te pusiera Kelly”. Pinche consuelo. Pero el ser humano está viciado por naturaleza y repite patrones y no se cansa de cometer los mismos errores. Daf, como le dicen sus amigas, tuvo que interrumpir la universidad en el primer año porque se embarazó. Nada del otro mundo. Estaba enamorada de Brandon y un buen día se le olvidó tomar la píldora del día después. Cuando la madre se enteró puso el grito en el cielo. Y tuvieron que “arrejuntarse” en casa de ella.