jueves, 30 de junio de 2011

Alguna canción lluviosa

© Manual para canallas

Llevaba como una semana revolviéndome en la cama, pensando en proyectos que no he materializado, aguijoneado por los recuerdos de ciertos besos que no volverían a ser míos. Mal karma para alguien que desconfía del amor…

Si bien nunca he sido un tipo tranquilo y tiendo a la mala vida, tengo épocas bastante intratables: duermo poco, trabajo mucho y pienso demasiado. Y eso equivale a tomar un atajo hacia el manicomio. Es lamentable que pase mis noches en vela, sin compañía, abandonado a merced de esa jauría que son mis defectos. Aún así, me he vuelto demasiado selectivo. Recién me llamó Liliana, en horas de trabajo, para decirme que me extraña de vez en cuando. "No estoy de humor para escuchar pendejadas", solté sin reflexionar un poco. Quizá hubiera sido preferible que se diera una vuelta por la casa esa noche y que llevara una botella de vino tinto. También pude pedirle que me devolviera mi playera de Los Killers que se llevó puesta "sin querer". Pudo más mi soberbia. Colgué sin despedirme. Seguro que me maldijo. Pero yo tenía otras preocupaciones. Como lo culera que se está poniendo la vida diaria, en este país con un gobierno insensato y criminales sin asomo de piedad. Como irme a emborrachar y jugar dominó con mis cuates, para entretener a mis ansias de lanzarme por la ventana.

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Mis amigos hablaban de El cisne negro y discutían sobre la calidad de la película. Cuando quieren son unos mamones. Traducido: todo el tiempo lo son. No sé qué carajos hacía invirtiendo mis horas con tipos tan pedantes. Parloteaban como si fueran expertos en todos los temas. Aún así los tengo en alta estima. "¡Qué bueno que nos quieres!", seguro dirán. Mi cuate Armando besó a su novia. Carlos dio una calada antes de comentar que "es una película pretenciosa, con muchas deudas hacia otros directores". Entonces Manolo protestó: "Cálmate wey, lo que pasa es que no apreciaste las subtramas". Que pinche weba. "Ya, cabrones, mejor hay que pedir el dominó", sugerí. "Espérate otro ratito", replicó Carlos. Bebí un sorbo a mi vaso de ron y me maldije por haber aceptado  salir ese día. Desde la rockola escapaba una rola de Coldplay, mientras una chavita guapa seleccionaba más canciones y llevaba el ritmo con la cadera. La Giralda tiene su encanto, aunque alguna de mis amigas se pusiera fresa y dijera alguna vez que es una "cantinucha". Yo no he conocido una rockola más completa en toda la ciudad. Por ello, y por el buen trato, es que siempre regreso. Cuando llegó mi turno seleccioné una rola de Joaquín Sabina, otra de Los Prisioneros y algo de Jamiroquai. La congruencia nunca ha sido lo mío. Volví a mi mesa. En cuanto terminó "Siete crisantemos" un señor de la mesa contigua me felicitó "por esa bonita melodía, joven, nunca la había escuchado. Lástima que hable de desamores, porque la nostalgia es un animal rabioso que no deja de ladrar". Intenté sonreír y sólo esbocé una mueca que compensé levantando mi vaso en señal de "salud". En definitiva, Sabina hace canciones tan lluviosas como la melancolía:

Lo bueno de los años es que curan heridas,
lo malo de los besos es que crean adición;
ayer quiso matarme la mujer de mi vida,
apretaba el gatillo... cuando se despertó.

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En la mesa, mis cuates cambiaron de tema. Discutían de futbol. Me preguntaron mi opinión. "La neta es que yo ya me voy", respondí. "Aguanta, cabrón, ya vamos a pedir el dominó", argumentó Armando mientras abrazaba a Nayeli. "Ha sido una semana jodidamente pesada", pretexté y finalmente me largué mucho a la chingada. Tomé un taxi justo cuando un par de patrulleros me miraban de manera sospechosa. Llegué a mi departamento y llamé por teléfono a Mireya, pero sólo sonó una maldita contestadora. Seguro estaba en la cama con alguien más idiota que yo aunque también con más varo: quizá el wey hasta es simpático o él sí la trata como una princesa. Encendí el televisor y en MTV pasaban un video de Enrique Iglesias y Pitbull. Me cai que es más divertido el Guitar Hero en mi Xbox. Le cambié y en otro canal igual de patético hablaban de un famoso que es bipolar. Casi todo mundo es bipolar. Eso ya ni es noticia. Mejor apagué el aparato. Tomé la guitarra y canté partes de una rolita que apenas estaba escribiendo y que habla de una chava que cultiva cactus en su traspatio. Chale, a veces soy más patético que mis amigos. Otra noche escribiendo tonterías, esperando que se acabe este desmadre de sentirme igual que un pordiosero durmiendo junto a un banco extranjero. Lo dicho, cada madrugada, cada día, me vuelvo más imbécil. Sería mejor buscar un trabajo de velador o sacaborrachos en un teibol. Al menos me pagarían por hacerme pendejo. Y no estaría allí, esperando que alguna vieja me sacara del encierro. Para colmo mis historias convencen cada vez menos a mis editores. Lo bueno es que mis lectores son más pacientes. Ya llevo mucho prometiéndoles un libro y no se desesperan. Creo que bebo demasiado y la pinche lluvia provoca más tristeza. En definitiva, me buscaré otro trabajo y no será de sonriente empleado del McDonalds. Tal vez sea mejor poner un negocio o codearme con banqueros y estafar al prójimo. No, eso no. No tengo espíritu de sinvergüenza. Ya soy un perro viejo que no podría aprender nuevos trucos. Ya bastante hago con esta suerte de prestidigitador que es escribir destellos cada jueves. Y no siempre traigo el filin a flor de piel, ni las musas vacacionan en mi balcón.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 30 de junio de 2011

 

 

© Manual para canallas

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