jueves, 23 de junio de 2011

Cupidos con pésima puntería

© Manual para canallas

Ella se levantó un poco mareada, con un amargo sabor en la boca, queriendo que sus mañanas fueran menos opacas. Magali fue al baño, sintió náuseas y la acosaron un par de arcadas de pura bilis. Se miró en el espejo y descubrió tormentas en sus ojos…

Flechada por un cupido con alma de burócrata, Magali hubiera querido tramitar su renuncia a ese amor insensato que le provocaba insomnios, malas noches añorando las caricias lejanas. Una vez más se había enamorado como idiota, del más imbécil de todos. Sí, de aquel imbécil que le ocultó que era casado. Estúpidamente, ella no estaba dolida porque él tuviera esposa, sino porque le había mentido. No podía creerlo, no de aquel tipo que le juraba que la amaba cada que tenía ganas de llevársela a la cama. Cuando ella lo encaró, él sólo recitó silencios. Y ella que buscaba aunque fuera un abrazo tierno, únicamente encontró desconsuelos. Su “amor” ya no pudo negarlo, pero le juró que ya no quería a su mujer, que ya la iba a dejar, como si fuera el guión de una película que todos han visto. Ella se fue llorando. Él no hizo por detenerla o abrazarla y reconfortarla. Hubiera querido odiarlo y decirle que era un cobarde, pero se engañaba ella misma porque sólo con escuchar su voz se cimbraría su corazón anestesiado. Y así fue, luego de unos días se reencontraron. Y él juró, luego de un orgasmo, que nada los separaría. Magali seguía enamorada. Pero ella qué sabía de esa frase lapidaria: el amor es un hotel de paso el Día de San Valentín. Ella qué sabía de cupidos con pésima puntería. Magali se sabía de memoria la llamada que curó su ceguera: “No sé quién seas, pero te advierto que Miguel es casado. Yo soy su esposa y él no me va a dejar por cualquier puta como tú”. Luego le colgaron. Hubo otras llamadas, de distintos números. Cuando le reclamó a Miguel no hubo dudas.

El muy cretino juró que ya hasta dormían separados, que sólo necesitaba tiempo para divorciarse. Magali no dudo en creerle. Su mejor amiga, Paola, no se anduvo con rodeos y le aconsejó que lo mandara a la chingada. Pero Magali se aferró a su necesidad: “Es que me juró por su madre que sí la va a dejar”. La mentira se sostuvo unos meses más. Hasta que un día el dejó de buscarla. Ella lo llamó por teléfono algunas ocasiones, pero él sólo recitó silencios. La última vez que platiqué con Magali aún tenía esperanzas. “¿Crees que ya no me ama?”. La noté más delgada, un tanto descuidada. “No seas pendeja, y perdona mi falta de sutileza, pero a ese wey le vales madre”. Hay mujeres que se aferran a nunca estar solas. Y cuando sucede se encuentran desconcertadas. “Pero yo sí lo amo”, musitó. A mí me dio mucha weba y le receté una franqueza: “Tú no estás enamorada, sólo estás enculada y tienes el orgullo destrozado”. Se contuvo para no llorar. Sospecho que mis amigas ven demasiadas telenovelas.

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Por las mañanas, Magali era un muñeco vudú despeinado. Por las tardes era un océano de incertidumbres. Por las noches navegaba en insomnios, escribiendo cartas sin destinatario: “Ya invoqué la tempestad. Ya ejecuté la danza de los vientos en mi azotea. Espero que navegues de regreso, con buena brújula. También encendí una veladora para que guíe mis desconsuelos. Y brinde en honor a las ausencias. Lo demás lo dejo a capricho del más arrogante de los dioses. Hágase su voluntad”. Y su cuaderno de notas parecía un instructivo para mujeres solas, para almas desahuciadas que buscaban calma y sólo se inmolaban con el fuego de la melancolía. Y las canciones sonaban tenues en la computadora, mientras sus amigas “facebookeaban” tonterías. Los Bunkers no tenían las respuestas que ella buscaba, tampoco Enjambre y mucho menos Los Daniels o Zoé. Buscó consuelo en Los Caligaris, lloró con “un osito de peluche de Taiwán” y añoró las tardes en que Los Cadillacs le parecían alegres. No, en definitiva, las canciones no curaban nada. Sus días eran luto obligado, las noches un insomnio constante. Y no había poesía que reconfortara sus desvelos. “Sentada he esperado, luego andaré lento... pretendiendo escuchar tu voz que llama y quema... quizá no habrá mañana al doblar la esquina, tal vez no llegará el tranvía que esperas mientras yo me alejo con las manos en los bolsillos y el alma en el vacío”, leyó en algún lado y se apropió de esas palabras y las releyó con calma, mientras la angustia carcomía sus ansias. Tanto adiós la abrumaba. Tanta ausencia de caricias le inyectaba amargura. Los lunes y los martes, Magali ganaría el Oscar a la tristeza. Miércoles y jueves la nominarían en drama. Pero al final de la semana nunca habría premios, ningún reconocimiento. Pero ella brindaba por las batallas perdidas, a veces con vodka y otras con ginebra. Y mientras más bebía, la reina de la ginebra se daba ánimos y marcaba a ese teléfono que ya respondía “el número que usted marcó ha sido cambiado”. Cupido es un buzón telefónico que repite la misma frase y se cura las migrañas con tu desaliento.

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Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 23 de junio de 2011

 

 

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