jueves, 29 de diciembre de 2016

Cuando los buitres nos sobrevuelan

Manual para canallas - Cuando los buitres nos sobrevuelan


Otra vez la resaca. Y luego el año nuevo. Y otra vez las mismas pinches rutinas, las esperanzas torcidas y este país sobrevolado por buitres de cuello blanco...


Cada triste diciembre es lo mismo: Ojalá ya se acabe el año y que en el 2017 nos vaya mejor. Doce meses para el olvido. El inevitable recuento arroja cifras alarmantes y no hay espacio para el optimismo. Sube la gasolina. Se desmejora el peso ante el dólar. Ya nos ensartaron y nos volverán a ensartar. Bueno, tengo trabajo y salud, tratas de consolarte por la falta de varo. Pinche remedio para la migraña. Una aspirina de la chingada. Nada que solucione tus grandes males. Tu existencia es un constante vacío: el bolsillo, el estómago, el alma. Vives al día, con apenas lo suficiente para llegar al fin de quincena, contando y estirando los pesos. 

jueves, 22 de diciembre de 2016

Esas tristezas que congelan el alma

Manual para canallas - Esas tristezas que congelan el alma


No quiero ser un pesimista, pero lo he visto: Somos tan distraídos que no reparamos en la tristeza en los ojos de un niño, en esa melancolía que congela el alma...


Aquella niña es demasiado pequeña para entender que la Navidad no es como un comercial de televisión. Ella nunca tendrá la sonrisa perfecta de esos niños regordetes, ni tampoco los fabulosos juguetes que le causan tanta ilusión. Malibé cree que Santa Claus bajará por una chimenea inexistente. Malibé en realidad se llama Maribel, pero ella tan pequeña y frágil responde que es “Malibé” cuando le preguntan su nombre. La he visto despeinada, con sus tenis viejos y su pants demasiado sucios. Me la he encontrado algunas veces, siguiendo a su madre por los vagones del Metro mientras la doña grita “para que no pague su precio comercial, que es de 30 pesos”. Y supe que era “Malibé” cuando una señora amable le regaló un chocolate y le cuestionó “¿cómo te llamas, hermosa?”. Yo no sé mucho de esa niña, pero intuyo algunas cosas: No tendrá un invierno feliz, porque su madre no le regalará esa muñeca que camina. Y tampoco tendrá una gran cena de Navidad, ni romperá una piñata con sus hermanos mientras se abriga con una bufanda tejida a mano por la abuela. En cambio, se irá a dormir cansada mientras su madre baila reguetón con algún vecino y se emborracha como siempre. Malibé tendrá una Navidad como muchas que le esperan en el futuro. Y crecerá sin opciones, viendo telenovelas, con uno o dos padrastros que la acecharán como una presa mientras ella entra en la adolescencia. Y entonces ya será Maribel y dejará la escuela y sus pasos serán circulares, semejantes a los de su madre: se enamorará de un cretino, se embarazará muy joven y tendrá otra Maribel en miniatura. A lo mejor estoy siendo pesimista. Y Malibé crecerá rodeada de cariño y tendrá una historia fantástica y será abogada y viajará por el mundo. No, basta ver a su madre para darse cuenta que hay algo peor que ser un idiota: heredar la ignorancia que se ha acumulado.


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jueves, 15 de diciembre de 2016

El desamor siempre se paga a plazos

Manual para canallas - El desamor siempre se paga a plazos

Si usted aún confía en el amor, no tiene remedio ni salvación. Si usted aún cree en el amor, entonces prepárese para pagar a plazos o con intereses y recargos...


Llena de dudas, acosada por sus inseguridades, Paula intentó por cuarta ocasión llamarle a Alan. La respuesta la decepcionó de nueva cuenta: “El número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio”. Ella buscaba una señal, un símbolo de tranquilidad. En automático pensó lo peor. Seguro que Alan está con su ex mujer, con la muy puta, con la idiota que nunca se da por vencida, con la estúpida que interrumpía a medianoche, a las dos de la madrugada para hacer preguntas obvias: “¡Hola!, ¿estás ocupado?”. En cuanto escuchaba la respuesta titubeante, “emm, sí, un poco”, la ignoraba. “Ay, bueno, es que, mmm, cómo te digo, estoy con unas amigas y justo estábamos escuchando una canción que me recuerda a ti”. Idiota, sí, idiota, eso reflejaba el gesto de enfado de . Y el tonto de Alan no tenía las agallas para colgar, mucho menos para mandarla al carajo. “Sí, ya sé, era Marian”, dice con enojo Paula, “pero ¿por qué no la mandas a la chingada?”. Alan sólo se encoge de hombros. Maldita sea, quién le manda andar con un pendejito que tiene un hijo con otra. Y así será forever. Y no habrá un refugio que salve a Paula de las estupideces, de las llamadas a deshora, de los argumentos comunes del tipo “es que el niño tiene fiebre y no sé qué hacer”. Y cada vez, como siempre, Alan sólo alzará los hombros en actitud de “es-que-yo-no-tengo-la-culpa”. Y Paula se encerrará en el baño, angustiada por cosas que no alcanza a comprender, temerosa de que cuando ella no esté la otra sonría después de hacer el amor con ese tonto que no ha podido dinamitar el pasado. La poesía no cabe, todos lo sabemos, pero hay dardos que son certeros: 

“Mientras tú te desnudas con pausa a su lado,
habrá otra que vuele vertiginosa al ritmo de los orgasmos. 
Yo no lo sé con certeza, no me atrevería a jurarlo. 
Y sin embargo, creo que su corazón está atado,
que su deseo está endeudado con otras caricias y otros labios”. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

Tácticas para no volverse tonto

Manual para canallas - Tácticas para no volverse tonto


Así como pintan las cosas en estas Navidades, ante tanta crisis y lo efímero del aguinaldo, creo que terminaremos comiéndonos las uñas en la cena de Año Nuevo...


Comerse las uñas es una manía bastante común, por los nervios o las ansiedades. Somos legión los ansiosos. Yo mismo crecí rodeado de miedos e inseguridades, como casi todo mundo, así que eran inevitables dos cosas: Uno, que me quedara con un montón de manías. Y dos, que mi futuro resultara tan emocionante como una tarde en la sala de espera del dentista. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Una legión de dioses imperfectos

Manual para canallas - Una legión de dioses imperfectos

Ya no quiero un lanzallamas, ni un libro de poemas para leer en voz alta mientras prendo fuego a todo lo que me ha dado más tristezas que momentos buenos. Hoy quiero enclaustrarme en mis silencios...


No preciso nada ni deseo festejar como hace un año. Quiero encierro, necesito mucho silencio y la calma apenas necesaria para no llamarte en las madrugadas. Una vez más no deseo pastel de cumpleaños ni tarjetitas cursis ni el perfume que tanto nos gustaba. Ya no necesito un lanzallamas ni el combustible necesario para flamear todo mi pasado. Hoy he aprendido a incinerar rústicamente todo lo bueno y todo lo malo, porque soy un experto boicoteándome.

Quiero que tu ausencia se difumine con el alba, que tus ojos ya no destellen en mis sueños, que mis labios dejen de añorar la tersura de tu espalda. Quiero exiliar los suspiros que me atormentan cada mañana, cuando descubro uno de tus cabellos entre las sábanas. Quiero que tu ausencia no torture mis momentos malos, que ya no siga latigueando mis pestañas hasta altas horas de la madrugada.

Y también quiero que mis besos se queden tatuados en tu memoria, que sean invisibles al tacto pero grandilocuentes en tu imaginario. Quiero que no olvides mis escasas risas ni la pésima voz con la que cantaba en el baño. Hoy deseo que mis “tequieros” figuren en tu colección de momentos memorables. Y deseo, por el bien de ambos, que un día mires atrás y recuerdes con un poco de bondad a este tipo arrogante que nunca supo valorarte.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Las deudas del rencor acumulado

Manual para canallas - Las deudas del rencor acumulado


En un mundo ideal, no seríamos esclavos del tiempo ni del odio. No tendríamos deudas con el pasado, ni rencores para el futuro o sueños llenos de sobresaltos...


¿No te pasa que a veces sueñas como si algún demonio te roncara junto al oído? ¿No te ha sucedido que sudas mientras duermes y despiertas sobresaltado? A mí me pasa con frecuencia. Hay días que soy esclavo de las rutinas, de mis ansiedades. Y no me muerdo las uñas, pero tengo sueños poblados de sobresaltos. Últimamente he soñado con mis muertes. Las que llevo a cuestas: la muerte de mi abuelo, las flores en el velorio de la abuela, el fallecimiento del marido de mi madre, la tumba que le asigné a mi padre hace tanto tiempo, aquella lápida que le quedamos a deber a mi hermanita. Todas las muertes se me juntaron en mis sueños. Y mis lágrimas no alcanzaron. Aún siguen sin alcanzar estas lágrimas que no solté en su momento. Soñé mi propia muerte y no fue agradable. Soñé que sólo era un sueño. Y desperté angustiado, con ese súbito golpe de crueldad que te abofetea cuando sabes perfectamente que tienes deudas pendientes. Yo que no he sido un buen hijo, ni un padre ejemplar, mucho menos un gran hermano. Yo tan cretino lloré mi propia muerte en sueños, como si mereciera algo de piedad, como si hubiera sembrado algo bueno. Aún traigo ese marcapasos anidado en el corazón, aferrado con sus garras a mi pecho, como queriendo gritar algo, como si anunciara una tragedia. Sí, la angustia, el sobresalto, es un jodido marcapasos.

jueves, 10 de noviembre de 2016

En tiempos donde siempre estamos solos

Manual para canallas - En tiempos donde siempre estamos solos


Ya lo dice Fito Páez: En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos egoístas y mezquinos, habrá que declararse inocente o habrá que ser abyecto y desalmado...


Nunca he sido un tipo ordinario. Acaso un poco loco y un tanto extraño. No, nunca he sido lo que se dice un tipo normal. Más bien huraño e impredecible. Pero tengo la fortuna de contar con hermanos que funcionan como pararrayos, que me hacen tocar tierra, que me cachetean el ego cuando es necesario. Sí, yo podré ser el tipo más lunático o el menos indicado para las cosas más comunes, pero mi familia siempre está allí para recordarme de dónde vengo y para que al menos me preocupe para dónde chingados voy. Mis hermanos, todos, son extraordinarios: como una Liga de la justicia, como héroes cotidianos, como guerreros de la vida diaria. Pero hoy en particular sólo quiero hablar de la menor de mis carnalas, que es la que cumple años. Y no tengo mejor recurso que dibujarla en perspectiva, intentando que sea con las palabras adecuadas.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Hay aromas que convocan los recuerdos

Manual para canallas - Hay aromas que convocan los recuerdos


Como cada año, mi madre volvió poner dulces y leche en la ofrenda. Encendió las veladoras y el aroma a cempazúchitl llenó la casa de recuerdos...


Mi hermana hoy tendría unos 30 años. Para ser honestos, no recuerdo la fecha en que murió. O más bien es algo que he preferido, hemos preferido olvidar. Mónica era una niña hermosa, como suelen serlo todos los bebés. Y digo que era hermosa porque se trataba de mi hermana o quizá debido a que así he querido conservarla en mi memoria. Ahora que me acuerdo, aquella bebé se reía poco, nos observaba sentada desde la cama mientras nosotros andábamos en chinga antes de que llegará mi madre de trabajar. Nadia lavaba trastes, yo trapeaba la sala, mientras Claudio sacaba la basura y Silvia jugaba en el patio con los vecinos más latosos. La nena sólo estaba sentadita, sin quejarse demasiado, apenas sintiendo las horas pasar. Mi padre ya se había largado, un par de años atrás, a vivir con otra mujer, una compañera de trabajo, pero aquello no le impedía ir a buscar a mi madre cuando andaba ebrio o caliente... o ambas cosas. Alicia, mi jefa, seguía enamorada de él, así que tampoco se hacía del rogar. Por eso no resultó extraño que Alicia se embarazara una vez más del irresponsable de José Antonio. Ya éramos cinco hijos y mi madre ni siquiera tenía en claro lo que iba a hacer para sacarnos adelante, porque el desobligado de mi jefe ni siquiera nos pasaba una pensión fija. Ahi cuando quería le dejaba unos pesos a la tonta de Alicia, que lo seguía recibiendo en casa cuando a él se le antojaba. Uno a esa edad no entendía bien a bien qué sucedía. Yo no recuerdo haber extrañado a mi padre, acaso porque estaba demasiado ocupado estudiando, haciendo deberes en casa, abrumado con las tareas y entusiasmado con las cascaritas de fucho en el vecindario. Ni siquiera recuerdo cuando nació mi hermanita. Un buen día estaba allí. Y otro día cualquiera, mi madre debió regresar a su trabajo como afanadora. Así que desde ese momento nos quedamos a cargo, todas las tardes, de una bebé a la que apenas podíamos cuidar. En lugar de andar de vagos, como todos los chavales de nuestra edad, teníamos que cambiar pañales y lavar mamilas. Mi hermana Nadia no tenía una muñeca decente, pero ya era una madre a escala de una bebé de carne y hueso. Pobre de mi carnala, en lugar de jugar a la comidita con sus amigas, tenía que preparar mamilas y arrullar en sus brazos a la menor de mis hermanas. Y aunque supongo que era una lata todo eso, nosotros queríamos mucho a Mónica. Eso lo tengo bien claro. Yo la recuerdo sentada en la cama, con su chambrita amarilla, mirándonos pasar de un lado a otro. No la puedo evocar sonriendo y debe ser porque en realidad en aquella casa había pocos motivos para sentirse feliz. Y eso, cuando eres niño, te marca para siempre.


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jueves, 27 de octubre de 2016

Empleado del mes en el purgatorio

Manual para canallas - Empleado del mes en el purgatorio

Confío más en lo que escucho en el mercado, en el estrés cotidiano de los que caminamos bajo este sol calcinante, que en las cifras de políticos corruptos...


Una chica masculla su tristeza y trata de mitigarla con canciones en el iPod. Un adolescente siente que se le escapa el aliento y se le asfixia el corazón porque su novia la dejó. Y aquel abuelo de rodillas oxidadas maldice la fila en el banco para cobrar su pensión.

Ana tristea porque se siente como un alma añeja, encerrada en su cuerpo terso. Cansada de la escuela, de los problemas en el hogar, de que su novio sea un culero, ella no encuentra su lugar en el mundo. Ha reprobado dos materias, sus Converse han perdido brillo y para colmo su madre dice que tendrán que empeñar su iPod para completar la renta. Y ella que posee tan poco, que se aísla de las rutinas con los audífonos puestos, no entiende por qué siempre le toca perder. Así pasó con la computadora, cuando la llevaron al Monte de Piedad: pasaron los meses y su madre dejó de pagar, así que terminó perdiéndose en el montón a subastar. Ahora Ana tiene que hacer las tareas en el cibercafé. Pero ella no tiene la culpa, tampoco su madre, ni siquiera los que lucran con la necesidad de la gente. En realidad su padre no tiene ni puta idea de lo que es progresar: estacionado en la mediocridad, el señor no tiene trabajo estable y cuando lo consigue le da por faltar. El muy irresponsable se emborracha los domingos y hace “san lunes”, porque amanece con resaca. Y Ana que no desea dejar la escuela, porque allí están sus amigas y tiene sueños que de otra manera no podría alcanzar. Ella se ha empleado medio tiempo en un trabajo infame y eso le resta tiempo cuando se trata de hacer tareas o de estudiar. Y a quién carajos le importa, quién repara en su ansiedad. Su madre está ocupada en otros asuntos. Su padre es un alcohólico sin remedio. Ana se siente como si le hubiera tocado un ángel guardián olvidadizo o como si a algún dios cínico se divirtiera dejándola a su suerte como en los juegos de azar. Ya le robaron el celular cuando asaltaron el pesero y su tristeza se agiganta tan sólo de pensar que su iPod irá a parar al empeñadero. Y ella que se refugia en las canciones como si con cerrar los ojos el mundo fuera un sitio más amigable. Por eso Dante Guerra es un retratista tan certero, cuando cuenta que 

“hay canciones que reparan soledades,
hay estribillos que se cantan en la regadera,
y también hay melodías que te hacen volar.
Pero igual hay baladas que castigan,
que flagelan tus ansiedades a golpe de recuerdos.
Y el otoño te llueve en los ojos,
mientras suspiras por los momentos
que no tienen vuelta atrás”.


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jueves, 13 de octubre de 2016

Los labios que solían encender tu fuego

Manual para canallas - Los labios que solían encender tu fuego


A veces te maldigo con la misma boca de besarte. Y a veces pasan por mi mente las metáforas de tu cabello alborotado, las postales de tu vientre desnudo...



"Los hombres como tú no duran mucho solos. Necesitan el conflicto para sentirse vivos”. Así fue como Alejandra me advirtió que no tardaría en buscarla. En otras palabras, me llamó “codependiente”. Supongo que tenía razón. En aquella época yo era un idiota. Bueno, en realidad lo sigo siendo aunque ahora lo disimulo bastante bien. Bueno, en esos años yo era de los que se iban y dejaban la puerta emparejada. O lo que es lo mismo, salía de una relación y tardaba en “dejarla ir”. Así que era de esos que le llamaba a su ex vieja sólo para decirle que justo pensaba en ella. Alejandra se hacía la difícil unos instantes y luego se despedía con “a ver qué día de estos nos vemos”. Pinche alcohol, es el diablo, pensaba yo al otro día y con la resaca encima. Malditas justificaciones para mis estupideces. Y no, afortunadamente no regresé con ella, pero seguido la llamaba con cualquier pretexto. Ya lo dije antes: yo era un idiota. Y eso sólo se cura con el tiempo, aunque no en todos los casos. Tuve que conocer a otras chicas, enamorarme de nuevo, deprimirme por algún engaño, doblarme del dolor y besar el suelo, para luego amanecer con la peor resaca y darme cuenta de que sólo tenía dos opciones: O me dejaba de pendejadas o simplemente me dedicaba a caminar en círculos. Desde entonces dejé de llamarle a mis ex novias, me prometí no empeñar el corazón en una relación y, lo que es mejor, me curé de esa pinche costumbre tan mexicana de ser codependiente.


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jueves, 6 de octubre de 2016

Mujeres que suenan a balada triste

Manual para canallas - Mujeres que suenan a balada triste


Siempre habrá mujeres que sonarán a balada triste. Por siempre habrá amores que ya no te esperarán bajo el reloj del Metro o en la banquita de aquel parque...


Creo que es clarísimo: hay mujeres fantasmales, amores caducos, mujeres que no estarán al doblar la esquina ni en aquella banca desde la que te sonreían. Si te sientas a observar con calma, desde la banqueta o bajo un árbol e incluso en una solitaria mesa de bar, te darás cuenta de que nadie es tan cuerdo como aparenta. Ni hombres ni mujeres. Nadie es tan normal, apreciarás, porque sus ángeles y demonios no pueden vivir en santa paz. A mí me gusta observar con calma las manías de los demás. Y cuando ando menos ensimismado, me da por sentarme en la barra de algún barecito, esperando que surja alguna historia digna de narrarse. Y lo mismo llega alguien a contarte que es especialista en abrir cajas fuertes, que alguna mujer ebria que te dice que alguna vez fue tan hermosa que anduvo con un famoso. Claro, no faltan los truhanes que te dicen que han leído lo que escribes con tal de gorrearte un trago. Por lo general invito uno o dos tragos, pero sólo por el hecho de que alguien me caiga bien. Finalmente todos somos solitarios, los mayores soñadores del mundo que aún perseguimos la gloria aunque sea en los labios de una mujer encantadora.


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jueves, 29 de septiembre de 2016

El amor está sobrevalorado

Manual para canallas - El amor está sobrevalorado


Hay quienes se curan los adioses con canciones de José Alfredo, otros con rencor destilado en el Facebook. Y los más audaces se cauterizan con sobredosis de mezcal.


Yo tengo mis propias fórmulas para curarme los olvidos, para dejar ir a mujeres como Janidé, mujeres con nombres raros y sonrisas que atrapan. Janidé se pronuncia Yanidé, debe aclarar siempre. ¿De dónde sacaron sus padres semejante nombre? Eso es una incógnita que al menos a mí me tiene sin cuidado. A mí lo que me interesaba era llevármela a la cama y que estuviera a mi lado el mayor tiempo posible, aunque no soy precisamente un campeón del optimismo. A ella la conocí de la manera más común: estiró la mano para tomar un libro de García Márquez, mientras yo casi lo agarraba. Ambos dudamos y, como el pinche caballero que suelo ser ante las mujeres contundentes, dije algo como “ooh, perdón” e hice un ademán de “tómalo”. Ella se resistió, como si un desconocido le estuviera invitando una copa, “no, cómo crees, tú lo viste primero”. Nomás faltó que propusiera un pin-pon-papas para ver quién se quedaba con el libro. Así que lo tomé del montón, pagué por él y luego se lo regalé a la chica. Volvió a hacerse la difícil o a fingir que las-niñas-no-aceptan-dulces-de-los-extraños. Hasta que confirmó que yo no aceptaría una negativa. “Gracias, eres muy lindo”, recitó como reina de un mundo habitado por las frases más gastadas. “No me agradezcas, mejor dime tu nombre”, sugerí. “Janidé, me llamo Janidé”, hizo una pausa, “se escribe con jota pero se pronuncia con y griega, por eso es Yanidé”. A mí no me sorprendió que una chica con esas caderas se llamara de manera algo exótica. En honor a la verdad, su nombre sonaba a teibolera. “Mucho gusto, Yanidé, me llamo Roberto y la primera erre se pronuncia con más fuerza que la segunda”, mi humor siempre ha sido rebuscado, pero ella se rió quizá por inercia. Me despedí. Se sorprendió de que no le pidiera su número telefónico, porque musitó algo como “oye, pero…” y yo sólo giré un poco para decirle adiós. El misterio es un afrodisíaco infalible. Lo que ella no sabía era que metí mi tarjeta en medio del libro. La descubrió casi de inmediato, aunque me llamó una semana después, “para no parecer muy ansiosa” según me confesó después. 


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jueves, 22 de septiembre de 2016

Las rutinas que nos van asfixiando

Manual para canallas - Las rutinas que nos van asfixiando


Tenemos las alas de adorno, sin horas de vuelo. Somos aves en cautiverio, atadas al suelo. Somos pájaros con alas recortadas, aves que respiran monóxido de carbono...


"Les encargo mis golondrinas, denles de comer”, recomendó mi madre antes de quedarse dormida sobre mi hombro. Creo que los sedantes ya estaban haciendo efecto, porque ella no tenía aves en la casa. Yo lo que quería es que ya la atendieran, porque llevábamos un buen rato en esa clínica del Seguro Social sin que tomaran en cuenta su dolor en el brazo fracturado. Así sucede todos los días: sea mi jefa, tu hermano, el vecino, aquel obrero, tu papá, al abuelo, el chavito que vomitó toda la noche, el albañil con la mano rota, la ñora con la cabeza vendada. Todos son ignorados por horas mientras se desocupa una cama o porque es el cambio de turno o el doctor se está echando su cafecito con las enfermeras. Pero claro, qué saben de eso los diputados, los políticos en campaña, el presidente en turno. No, ellos están ocupados en falsas promesas o repartiendo el presupuesto en guerras sin sentido, en construir fraudes con sus amigos millonarios. Sí, siempre están ocupados en cosas más redituables que el sufrimiento de la gente. Claro, la esposa del presidente tiene médico particular, las hijas de Peña Nieto se curan la gripita en clínicas particulares, el ex mandatario Salinas de Gortari se hace chequeos en los mejores hospitales de Houston. Y los senadores tienen seguro de gastos médicos mayores. Pero tú seguirás votando por los partidos que te han golpeado el bolsillo, los que te han partido la madre, los que te cambian tu voto por una tarjeta de Soriana, los que llevan el dólar hasta los 20 pesos. Qué importa que tu vida siga igual de miserable, que los recién nacidos mueran sin atención afuera de los hospitales, que tu madre se retuerza de dolor en la sala de espera, que todo le quieran curar a tus hijos con paracetamol. Qué chingados importa, cuando no sabes volar, cuando tienes miedo a ir más allá de tus pinches cielos grises.


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jueves, 15 de septiembre de 2016

Esta tierra árida que llaman patria

Manual para canallas - Esta tierra árida que llaman patria


No tiene sentido aplaudir el circo, cantar las canciones rancheras de todos los años o ponerse un sombrero ridículo y emborracharnos con tequila de mala calidad...


Otro día festivo con resaca, odiando las tardes grises, las calles inundadas, la gente que celebra cualquier cosa mientras el país se desmorona. Otro día maldiciendo las multitudes en el Metro, las noticias en los diarios, la imposición de nuevos impuestos. Se esfuma el jodido año y todo pinta peor que enero o mayo. Los políticos salen en la tele con sus trajes caros y sus miradas cínicas para advertir que defenderán los intereses del pueblo. Y los millonarios siguen especulando con el dólar. Y los banqueros nos cobran comisiones por cualquier pendejada. En el súper, las amas de casa lamentan que los vales de despensa ya no alcanzan para nada. En la escuela, los maestros piden libros cada vez más caros. Y en tu casa escasea el buen humor, tu padre se queja del pinche gobierno, y tu madre remienda los pantalones que ya no te quedan. Y el presidente suelta discursos cada vez menos creíbles, sobre la manera en que afrontaremos la crisis o de la lucha contra el narcotráfico. Tenemos un líder que no encuentra el rumbo, que nos ha decepcionado. Y encima sonríe cuando grita desde Palacio Nacional que vivan los héroes que nos dieron patria, “¡viva Hidalgo, viva Morelos!”, que viva nuestra independencia. ¿Cuál pinche independencia? Si somos esclavos de una crisis que nos hunde cada día más en la pobreza, que castiga nuestro optimismo. ¿Hay algo que celebrar? No tiene sentido, no, aplaudir el circo, cantar las canciones rancheras de todos los años. No tiene sentido, es inútil, pintarse la cara con los colores patrios, ponerse el sombrero ridículo o rociarse con espuma y tomar tequila de mala calidad, mientras nadie parece preocuparse de que los poderosos saquean las arcas e invierten el presupuesto en proyectos de sus familiares. Y para acabarla de joder los estudiantes están en manos de profesores malpagados. Somos un ejército inconforme, un ejército desesperado, pero igualmente inmóvil y con un rictus de resignación en la cara.


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jueves, 8 de septiembre de 2016

Esa soledad que no te sienta nada bien

Manual para canallas - Esa soledad que no te sienta nada bien

Los locos no nos preocupamos por el peinado, ni por lustrar los zapatos. Los locos dejamos de soñar con mujeres imposibles que sólo vienen a revolvernos la cabeza...


Los jueves y los domingos tengo remolinos en la cabeza: amanezco despeinado y más disperso que siempre. Será la pinche soledad, que no me viene nada bien. Sonará extraño, tal vez poco común, pero los jueves amanezco más despeinado que cualquier otro día. “Pareces uno de esos científicos locos que salen en Canal Once”, me comentó Pamela alguna vez. “Se llama Beakman”, le sonreí, “y en ese caso tú serías Lester, la rata de laboratorio”. Pamela se me aventó encima y rió divertida. “¡Te digo que estás loquito!”, ella se recostó en mi pecho mientras yo acomodaba mi cabeza en la almohada. “Obvio que no me refiero a Beakman, porque él es muy divertido y tú no, tú estás amargado”, siguió riéndose a mis costillas. Luego me besó con desenfado y me miró a los ojos antes de decir que “respecto a lo de Lester, en todo caso soy tu conejillo de indias y no una rata de laboratorio”. Hice un gesto de ¿me-lo-puedes-deletrear? Y ella me explicó a grandes rasgos: “Sí, nunca habías andado con alguien tan joven como yo”, hizo una pausa para besarme de nuevo, “y no sabes bien a dónde llegará todo esto. No te comprometes. Y aunque tampoco lo tomas a la ligera, creo que vas experimentado sobre la marcha”. Vaya, otra mujer complicada. “Ahora eres tú a la que se le zafó un tornillo”, respondí. Pam intentó ponerse seria: “No, no te hagas el loquito, estoy hablando en serio. Tú estás improvisando conmigo, no sabes qué es lo que realmente quieres”. Vale madres, en qué momento empecé a andar con mujeres que actúan como si la vida fuera una jodida película de Martha Higareda. “Wey, ya no veas tantas comedias románticas en Netflix””, le recriminé con suavidad aunque yo sabía lo que venía a continuación. “¿Ves? Contigo no se puede hablar en serio”, se levantó para luego recriminar que “de verdad, Roberto, parece que tú nunca me vas a tomar en serio”. Salió de la recámara, escuché cómo se encerró en el baño y la imaginé encendiendo un cigarrillo, murmurando una canción de Juan Gabriel: "mira mi soledad, mira mi soledad, que no me sienta nada bien" o aquello de "pero no me dejes nunca, nunca nunca". Ella era más bien fan de Julieta Venegas o Zoé, pero argumentaba que conoció a Juanga "gracias al cover de Saúl Hernández y allí fue cuando me clavé". Yo no tenía bronca con eso, pero cuando se tomaba unos tragos y se ponía dramática solía reclamar con eso de "mira mi soledad, mira mi soledad, que no me sienta nada bien". Luego soltaba algunas lágrimas, medio se calmaba y reprochaba “es que tú no sabes cómo me siento”. Yo trataba de que eso no me afectara, porque yo no fui educado por las telenovelas de la tarde en casa de mi abuela. Pero como es lógico, poco a poco fui perdiendo el interés en Pamela. Y tampoco es que ella estuviera locamente enamorada de mí. De hecho, el loco en este caso era yo. Y seguía amaneciendo más despeinado los jueves.


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jueves, 1 de septiembre de 2016

Cuando creces entre goteras

Manual para canallas - Cuando creces entre goteras


Cuando has crecido entre goteras y perros callejeros, asustado por los relámpagos o con tristeza porque tu madre sollozaba en las madrugadas, no puedes creer en imbéciles de telenovela ni confiar en superhéroes...


Será por eso que creo más en los poetas que en las canciones de la radio. Será por eso que mi corazón está en deuda con tipos que fueron perseguidos, exiliados o abatidos debido a sus ideales. Será por eso que, huérfano de padre, elegí un ejército de tutores fantásticos y elocuentes, sensibles y feroces, brillantes y modestos, como Antonio Machado, Mario Benedetti, García Lorca, Ernesto Cardenal, Efraín Huerta y, desde luego, Roque Dalton. Y gracias a ellos es que no temo a la locura, ni rehuyo a la gracia de vivir cada día como si firmara la carta de un suicida. Y es por ellos que encuentro placer en las cosas menos comunes y en las más simples. Gracias a sus enseñanzas es que cedo el asiento a las ancianas en el Metrobús o reclamo a los imbéciles que dicen guarradas a las mujeres. Por la poesía es que esta bendita locura me va como anillo al dedo. Porque la poesía es sentarte a comer galletas saladas en la cornisa de un edificio, es leer a Jaime Sabines en brazos de una mujer desnuda, es educar a tus hijos para que sean más audaces que tú, es hacer el amor como si te asesorara un demonio, es acariciar a una mujer como si algún dios te aconsejara, es lanzarte al vacío sin paracaídas, es coleccionar desamores como un taxidermista, es marcar en el calendario los adioses sin retorno. Sí, la poesía es el mejor arsenal contra las rutinas, es el brebaje que contrarrestará el aburrimiento en los días grises, las tardes ruines, las madrugadas en vela. Porque la poesía es Roque Dalton, el padre que nunca tuve, el maestro que me enseñó el arte de las pequeñas cosas:

“A los locos no nos quedan bien los nombres.
Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.
¡Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!
Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos, puliéndolos como mínimos animales de plata... 
Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos”.


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jueves, 25 de agosto de 2016

Mujeres de ojos como luciérnagas

Manual para canallas - Mujeres de ojos como luciérnagas


Tengo nubes y días soleados. También tengo sombras portátiles que me siguen sin reparo. Pero siempre hará falta una mujer de ojos como luciérnagas...


Siempre he pensado que no todos están hechos para las mujeres de ojos destellantes y de ideas alocadas. No, no todos están listos para bailotear por cualquier cosa, para empaparse bajo la lluvia o para gritar tonterías en público. Porque hay mujeres que invitan al ridículo, al goce de no ser tú todo el tiempo. Pero si tienes miedo al ridículo, no levantes la mano en el salón de clases, ni marches por la izquierda, mucho menos bailes de contento y tampoco te quemes de ganas cuando beses a la mujer de tus sueños. Si te asusta hacer el ridículo, no escribas tus temores y tus esperanzas en un diario que esconderás en la recámara. Tampoco enloquezcas por otra persona que acabará robándote el sueño y la calma. Si tienes miedo al ridículo no te entretengas en libros de poemas, ni pierdas el tiempo en cincelar el alma, no seas artesano ni orfebre de tus virtudes y defectos. Y tampoco te peines murmurando frente al espejo. No enloquezcas nunca y apégate al guión que siguen las multitudes. Si temes al ridículo no te arremangues la camisa, no sudes de más, no te despeines, no corras eufórico para jugar con tu perro o para abrazar a tus hijos como una mascota huérfana de cariño. Desde luego, no rías a solas cuando viajas en Metro.


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jueves, 18 de agosto de 2016

Cuando sobra tiempo para extrañar

Manual para canallas - Cuando sobra tiempo para extrañar


Los que se refugian entre los silencios, los que reacomodan con paciencia su propio rompecabezas, siempre tendrán tiempo de sobra para extrañarte...


Aquel día amanecí más despeinado que de costumbre, tanto que parecía sábado en pleno jueves. Fui al baño, miré mis ojeras en el espejo, me lavé los dientes y maldije que ya no hubiera enjuague bucal. Regresé a la cama, dispuesto a dormir hasta mediodía. El trabajo no me preocupaba, porque adelanté mis vacaciones. Y todo porque mi bipolaridad se salió de sus casillas. Una buena tarde me descubrí desorientado, extrañando de más a alguien que no valía la pena, preguntándome qué había hecho mal para que me cambiaran por un pendejo. La respuesta la encontré pronto: cometer demasiados errores. El primero de ellos: creer que estaba enamorado. El segundo: confiar demasiado en la gente. El tercero: Ser un cretino la mayor parte del tiempo. El cuarto error: creerme aquello de “ella no me engañaría”. Y la lista se volvería interminable, pero todo se reduce a que al final terminé con la autoestima destruida. Así sucede cuando te cambian por alguien más feo, más culero o menos inteligente, más ordinario o menos decente, más estúpido o quizá más divertido. Vete tú a saber. Los años han ocultado las suturas, así que ahora miro atrás y llego a la conclusión de que hay olvidos que es mejor sepultar en el archivo muerto. Y Los Rodríguez tienen muchos tributos a los adioses definitivos: 

"Es demasiado tarde para arrepentirse, mujer.
Es demasiado tarde para nosotros dos. 
Cuando el tequila se termine en algunas cosas dejaré de confiar.
Pero fue demasiado tarde,
pero fue demasiado tarde.
Es demasiado tarde para mentirse, mi amigo.
Es demasiado tarde para cambiar el destino.
No tengo nada que decir, ni dónde ir, ni ganas de dormir”. 

jueves, 11 de agosto de 2016

Tres cucharadas de esperanza

Manual para canallas - Tres cucharadas de esperanza


Mi madre sólo estudió lo básico, pero eso no le impidió acumular fortuna: tantos afectos y bendiciones, montón de amigas, un caudal de amor por donde camina...



Creo que no conozco a alguien que no quiera o adore a mi jefa. Es un ser de luz infinita, una chimenea en los inviernos, un bálsamo para el alma. Mi madre, y no porque sea mi madre, es la mejor de todos los confines del planeta. No he llegado a todos, pero algo me dice que no necesito ser testigo para saberlo. Y como les decía: mi madre sólo cursó la escuela básica, pero eso no le cerró ninguna puerta ni le puso piedras en el camino. Porque en su madurez prematura y en su sabiduría eterna, Alicia construyó escaleras, puentes levadizos, salidas de emergencia y una pequeña fortaleza en la que siempre nos sentimos a salvo. Éramos cuatro criaturas indefensas y mi madre luchó a brazo partido para sacarnos adelante. Ya fuese que vendiera quesadillas o pozole, que 150 tortas para el recreo de la Secundaria 8 o que preparara un banquete de chiles en nogada, pero mi madre le ponía buena cara al infortunio y mejor sazón a sus platillos. Mi madre era una gran cocinera, lo aprendió desde niña, y tenía el toque perfecto que se requería. Gracias a eso nos prodigó dos cuestiones vitales: escuela y buena educación. Yo no sé qué especias o que hierbas de olor usaba, pero algo tengo muy claro: siempre le puso tres cucharadas de esperanza, un chingo de amor y una ramita de tesón a todo lo que hacía. Por eso digo que mi madre es la mejor de todos los confines del planeta: aunque me obligara a ponerme suéter antes de salir o que me castigara por perder las gafas; aunque me diera aceite de ricino o insistiera con la sobredosis de sopa de letras.


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jueves, 4 de agosto de 2016

Canciones para fumarse el insomnio

Manual para canallas - Canciones para fumarse el insomnio


Si te carcomen los celos, si necesitas ahogar el olvido, si te fumas los insomnios, siempre habrá una canción para celebrar la vida o para despistar a la muerte...


Mi madre escuchaba baladas tristes, casi siempre. Y lloraba. Nosotros éramos unos niños. Mi madre era necia. Ella se aferraba al dolor, renegaba de las huellas que deja el desamor. Sí, mi madre era terca en eso de escuchar canciones tristísimas. Y nosotros la escuchábamos sollozar. Si la terquedad fuera negocio, muchos de nosotros tendríamos varias sucursales, seríamos millonarios y hasta cotizaríamos en la bolsa de valores. Siempre estamos aferrándonos a imposibles, a los amores malsanos, a relaciones destructivas. Sí, ahí vamos una y otra vez: persiguiendo quimeras, suspirando por cosas que a lo mejor ni necesitamos. No es negocio, pero ahí vamos. Bien lo narra Radio Futura: 

“Antes eran dos barcos sin rumbo,
hoy son dos marionetas que van
persiguiendo una luz cegador
por la línea del tiempo.
Han caído los dos en la boca de un dios tenebroso
que sonríe mostrando sus dientes de acero.
Han caído los dos, cual soldados fulminados, al suelo.
Y ahora están atrapados los dos en la misma prisión,
vigilados por el ojo incansable del deseo voraz,
sometidos a una insoportable tensión de silencio”.


jueves, 28 de julio de 2016

Cuando te alquilas para cualquier capricho

Manual para canallas - Cuando te alquilas para cualquier capricho

Dejé de tocar en los bares porque siempre pedían las mismas pinches canciones. Es lo malo de alquilarse para cualquier cosa: estás expuesto a cualquier capricho...


Por eso renuncié a los bares y a los cafés bohemios: “¡El problema, toca El problema!”, gritaba aquella chava. Pude responder algo así como “el pinche problema es que Arjona es el Sabina de los microbuseros”, pero yo tenía que darle pensión a mis dos hijos y no había de otra que trabajar en aquel tugurio de pretensiones bohemias. “Mira, Rober (otro que se comía la “t” de Robert), tocas pocamadre y no cantas tan mal, pero la bronca es que tus canciones están como de, mmm, como te lo digo, son un poco rebuscadas”, me dijo el gerentucho de un bar de Lindavista. Luego sugirió que “lo tuyo es para bares de Coyoacán”. Lo miré como lo haría Ryan Gosling en una película de enredos. “Deberías preocuparte porque no se te vaya a morir un cliente por darle alcohol adulterado”, le respondí, guardé mi guitarra y me largué de allí. Esa noche decidí no volver, así que me emborraché en mi casa, tocando para el auténtico público conocedor: el póster de Jarabe de Palo, el cuadro de Tin Tan y el Darth Vader coleccionable o alguna cucaracha que habitara bajo el refrigerador. La tristeza es una señora gorda en corset o negligé. Y no hay de otra que aceptar su desnudez, esperándote en la cama. Emborracharse no es solución. Tus remedios no curan nada. Yo llevaba casi un año sin trabajo fijo, así que tenía que buscar la manera de conseguir algo de dinero. Una guitarra es buena compañía, te puede salvar de la ruina, pero debes aprender a lidiar con tu orgullo. Tragarte tus palabras mientras entonas “esa canción tan bonita de Nicho Hinojosa, la de ¿Quién te cantará?”, como la pidió aquella vieja cursi que no sabe que la rola la hizo famosa Mocedades. Vale madres, ese pinche Nicho Hinojosa debería ser exiliado a Siberia o ser el cancionero oficial de los burócratas. Aún así, me las ingeniaba para tocar de vez en vez algo de Fernando Delgadillo, lo mejor de Joaquín Sabina o lo menos complicado de Luis Eduardo Aute. Por allí algún “conocedor” se emocionaba, pero el gusto le duraba lo mismo que a mí, porque entonces venía algún cliente trajeado y depositaba 50 varos en mi urna y pedía "Almohada" o alguna otra de José José para deleitar a su amante y secretaria. Dios mío, por qué no viene la nave nodriza y me lleva a mi planeta, pensaba yo mientras tocaba la guitarra de manera mecánica para aquel tipo de corbata espantosa. Por fortuna, esa etapa no duró mucho. Luego entré a trabajar a una agencia de publicidad y también me corrieron. Igual que del bufete de un tío abogángster. No hay de otra: soy especialista en pésimos empleos y en finiquitos muy miserables.


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jueves, 21 de julio de 2016

Si te empeñas en ser un idiota

Manual para canallas - Si te empeñas en ser un idiota


Siempre te lo dicen: "Esa vieja no te conviene" o "wey, se ve que es muy inmadura" y "está medio lorenza". Pero uno no entiende, se empeña en ser un idiota...


Y lo mismo pasa a la inversa. Hay mujeres que se aferran a tipos extraños, inmaduros, estúpidos o simplemente culeros. No, no entienden: se empeñan en ser idiotas. Pero, bueno, yo hablo de lo que conozco o lo que he atestiguado. Y sé perfectamente que una mujer histérica es impredecible. Sí, una mujer herida o enojada puede hacer cualquier locura. Desde destrozar tus camisas a tijeretazos o estrellar tu celular contra el suelo, hasta romper el álbum de fotos o amenazar con cortarse las venas. “Pero te vas a arrepentir, cabrón”, es lo menos que te dice una mujer que ha sido lastimada en su orgullo. Y aunque no haya nada extraño en un adiós, ellas se imaginan lo peor: Que hay una fila de mujeres esperándote allá afuera, que “tú ya conociste a alguien más” o, peor aún, “seguro vas a regresar con la puta de tu ex”. En su ira, conjugada con dolor o confusión, ella es incapaz de razonar o entender que la relación ya está más caducada que el pan dulce Bimbo en los expendios de ofertas. Cuesta trabajo hacerle entender que ya no es sano aferrarse a un “amor” que se transformó en codependencia o costumbre malsana. Es en vano advertir que no sirve de nada seguir jugando a los idiotas.


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jueves, 14 de julio de 2016

Nuestro futuro parece un pordiosero

Manual para canallas - Nuestro futuro parece un pordiosero


Soñé que mi futuro era un pordiosero a la deriva, mendigando caricias, comiendo sobras en la banqueta y tapándose del frío con un montón de noticias viejas...


Soy de esas personas que no entienden nada de reformas energéticas, de privatizaciones y esas cosas. Pero estoy de acuerdo con el escritor José Saramago, que protesta a su manera y sugiere “que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire”. Desde que era niño han privatizado tantas cosas. Recuerdo que mi abuela privatizaba las galletas, “hasta que hagan la tarea”. Y mi primo Gustavo privatizaba su balón del América cuando se enojaba porque le anulaban un gol: “entonces ya me voy, a ver con qué siguen jugando”. Ya en la adolescencia tuve algunas novias que privatizaban el amor, pero es mejor no entrar en detalles. Bueno, no hagamos el cuento largo. Y tampoco pretendo dorarles la pila. Pero sí, desde que era un chiquillo “qué alegría, jugando a la guerra noche y día”, ah no, eso es una balada triste de mi infancia. Bueno, desde que era un niño se han ido privatizando los bancos, las autopistas, el maíz y otros artículos de uso cotidiano. Yo no entiendo nada de esos asuntos, pero resiento las consecuencias. Y mi bolsillo es un pordiosero, que a fin de quincena anda hurgando en busca de las sobras. Y con trabajos que quedan unas monedas para irme de vacaciones un rato a la chingada. No, yo no entiendo de propuestas de reforma, ni esos asuntos de las privatizaciones. Y siguiendo el consejo de Saramago, he enlistado las pocas cosas que son nuestras y que son susceptibles de irse al diablo. Así que puestos a sugerir, yo propongo que privaticen las canciones de amor, las calles en que paseamos al perro, la mierda de nuestra mascota, los árboles que nos dan sombra, los mapas del tesoro que no hemos encontrado, las rutas de escape, la fiebre de los adolescentes, los besos furtivos, las noches prometedoras. Sí, como dice Saramago a los políticos, “que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño, sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo… Y metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos”. Y si se trata de jodernos aún más la existencia, que se privatice igual el carrusel de la feria y la rueda de la fortuna. Que se privaticen nuestras almas, los miles de suspiros, los recuerdos que nos atormentan y las fotografías de los enamorados.


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jueves, 7 de julio de 2016

Malditos sean los que aprietan la cuerda

Manual para canallas - Malditos sean los que aprietan la cuerda


En la mesa se amontonan las facturas. Mi plan inmediato es pagar el agua y esperar las nuevas tarifas de mierda que nos aplicarán en el próximo recibo de luz. No falta mucho para que el banco me boletine al buró de crédito. En la tele pasan un video de los Killers, el periódico habla otra vez de la Selección Nacional y mi vida es una sucesión de lugares comunes. Abro el refrigerador para cerciorarme de que mi futuro no hiberna allí. Sería una novedad que hubiera un cadáver de pollo, pero no. Sólo encuentro un homenaje al vacío: un trozo de queso rancio, algunos limones tiesos, sobrecitos de catsup Domino's y lo que parecen ser chiles en vinagre. Siento náuseas y el hambre pasa a segundo término. Aún así, tomo el pedazo de queso y le doy una mordida. Mala idea, porque desisto y luego me queda un sabor amargo en la boca. Así que trato de disimularlo con un trago de Sprite sin gas. Mi madre me lo había advertido: vivir solo te da independencia, pero también te condena a los silencios. He aprendido a convivir con mis defectos, pero aún me siento raro cuando escucho mis propios latidos. Lo bueno es que ya pasó la época de tormentas, porque a mí la lluvia no me inspira, como diría Antonio Birabent: 

“A mí la lluvia no me inspira.
Ni me lleva a una salida.
Y las letras no me salen.
Y la cabeza se me inunda
con preguntas de segunda”. 

jueves, 30 de junio de 2016

Hay sombras que no saben de exilios

Manual para canallas - Hay sombras que no saben de exilios


“Hay hombres como sombras, que te besan la espalda. Y hay sombras como perros, que te siguen a todos lados. Hay hombres como sombras, que nunca se van”, me escribió alguien en un trozo de papel...


Igual que los hombres simples, he dejado el traje para mejores ocasiones: como la boda de mi primo Arnaldo o la graduación de mis hijos o hasta mi propio funeral. Ahora, como los hombres prácticos, prefiero los jeans desgastados y el calzado cómodo. También he dejado de lado el portafolios o la mochila ocasional. Y sólo viajo con lo esencial: un libro en la mano o la bitácora del día y lo que apenas me cabe en los pantalones. De hecho, traigo en el bolsillo un montón de cosas que no sirven para nada. Tengo en la bolsa izquierda del pantalón, un cuarto de dólar, una billetera anoréxica, y una píldora contra la depresión que sólo cargo en caso de emergencia. Y en la bolsa derecha se confunde un encendedor con la memoria USB en que guardo algunos textos incompletos. También allí cargo un amuleto contra las malas vibras y una estampita con la imagen de San Charbel, así como la credencial para votar y una nota para recoger la ropa de la tintorería. Y en el fondo habitan restos de tabaco, migajas de galleta, por mencionar algo, y cinco pesos que serían perfectos para viajar en Metro si no fuera porque traigo mi tarjeta recargable con la silueta del Ángel de la Independencia. Y sí, en los bolsillos del pantalón siempre coinciden las cosas más extrañas: un vale para un helado “gratis” en la compra de un pinche combo de hamburguesa-papas-y-refresco. Tal vez un billete de dólar doblado en forma de pirámide, la bolsita con semillitas “de la prosperidad”, el amarre que te dio la astróloga para curar tus decepciones amorosas, una cajita de cerillos, acaso un cortaúñas, dos boletos del trolebús, cuatro números telefónicos anotados en un trozo de papel, el mini calendario que te regalaron en la pollería, los audífonos del celular, un fósforo que escapó del montón, el arete que encontraste en la escalera, un volante del 2x1 en los martes de Pizza Hut, una servilleta de medio uso y la navajita Victorinox que nunca usas pero que cargas por si se ofrece destaparle una chela a la más guapa de la fiesta.


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jueves, 23 de junio de 2016

Simulacros frente al abismo

Manual para canallas - Simulacros frente al abismo


Hay personas que hablan cuatro idiomas, gente que hace esculturas de hielo o que brilla en matemáticas y memoriza todo. Otros sólo somos buenos para los simulacros sobre la cuerda floja...


Hay gente hábil para tejer sombreros de palma. También conozco tipos que arman rompecabezas en tiempo récord. Y están las amas de casa que hacen milagros con 100 pesos diarios. O estudiantes que resuelven teoremas que a mí me resultan indescifrables. Hay personas que nacieron un algún talento: el chico que toca la guitarra como si fuera una extensión de sí mismo; la chava que canta como si en ello le fuera el alma; el señor que arregla un coche sin que le sobren piezas; el obrero que supera en conocimiento al ingeniero; aquel maestro que domina cuatro idiomas o el chaval que juega futbol mejor que en el Playstation; y la señora que cocina con un sazón superior al de la abuela; la secretaria que le resuelve todo al jefe; el niño que se sabe de memoria la capital de todos los países del mundo. Y yo sólo tengo una habilidad, que además se ha deteriorado con el paso de los años: mentir todo el tiempo. Soy un profesional de la mentira. Y también soy bueno para tronarme los dedos o para amanecer con remolinos en la cabeza.


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jueves, 16 de junio de 2016

Las sonrisas que le copiamos al diablo

Manual para canallas - Las sonrisas que le copiamos al diablo


Puede ser cinismo o un simple gesto indescifrable, pero hay quienes sonreímos con la malicia de un diablo en carnaval...


Me sucede con frecuencia que me echan en cara esta sonrisa cínica: “¿Te estás burlando de mí?” o “¿te ríes de mí o conmigo?”. Es que habemos quienes sonreímos con la malicia de un diablo venido a menos, de un diablo de segunda mano en un carnaval. 

Por eso no me sorprendió aquel tipo medio lunático que me abordó hace unos años en aquella acera. “¿Cuánto me das por mi alma, cuánto me das?”, soltó el sujeto de buenas a primeras. Lo miré con expresión de qué-le-pasa-a-este-wey. Seguro es una broma.

“¿Cuánto me das por mi alma?”, balbuceó ya sin la misma seguridad. “No me jodas el día”, di otra calada a mi cigarrillo. “No te hagas, no te hagas, tienes cara de diablo”, dijo convencido. No manches, estos weyes inventan cada día cosas más extrañas para pedir dinero.

“Te vendo mi alma”, insistió. “Tu pinche alma está más desahuciada que una máquina de escribir”, le seguí el juego. Busqué con la mirada alguna cámara escondida, aunque el tipo no parecía disfrazado. Aquellas costras de mugre eran bastante reales y apestaba a madres. Saqué dos varos y se los di. “Mi alma vale mucho más”, protestó. 

Entonces sacó un trozo de papel de su bolsillo y me lo enseñó. Era un dibujo perturbador. Y sí, allí estaban los trazos de un sujeto parecido a mí, aunque sin gafas. “No te hagas, tienes cara de diablo” y me mostraba aquel retrato siniestro. 

“Ya llégale, que estoy esperando a alguien”, sentencié con firmeza. Se sacó de onda. “Ya sé, ya sé que estás aquí de incógnito”, su garra aprisionó mi brazo. Pinche loco. 

“Mira, cabroncito, ya estuvo, te estás ganando unos madrazos”, caminé hacia la esquina. Dudó en seguirme, pero fue tras de mí. “¡Es el diablo!”, gritó, “mírenlo, es el diablo”. La gente se volvió para observarme. No pude evitar reírme. Aquel miserable me señalaba. 

“¡Sólo vean sus ojos, el mal está en su mirada!”, siguió con su desmadre. Preferí ignorarlo. Tomé el celular y le marqué a Mariana. Venía retrasada, así que cambié el lugar de la cita. “¿Quién grita tanto?”, me preguntó ella. “Un pinche loco que cree que soy el diablo”, le contesté. Ella se carcajeó: “No manches, Roberto, ya te descubrieron”. Reí con ella y luego colgué. Hice señas a un taxi, pero me ignoró. ¿Será qué sí tengo cara de diablo?


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jueves, 9 de junio de 2016

Sobredosis de sopa de fideos

Manual para canallas - Sobredosis de sopa de fideos


Crecer en una vecindad es merendar café con bolillos, excederse con la sopa de fideos, bañarse con agua fría y tender la ropa en la azotea...


Así fuimos creciendo, de un lado a otro, pero con el mismo menú en la mesa: sopa de pasta, huevos revueltos en la mañana o la tarde, café Legal y bolillos para la merienda. La vecindad era distinta, semejantes las rutinas. Siempre me daban tristeza las mudanzas. Empacar y dejar atrás infinidad de historias, los amigos de la infancia, las mascotas del vecindario, las niñas a las que les invitaba un Gansito o un Frutsi congelado. Hace ya tanto tiempo que poco a poco voy olvidando los detalles, pero no esta frecuente sensación de corazón errante. Nunca echamos raíces, íbamos de aquí para allá y de una colonia a otra, perseguidos por los apuros económicos de mi madre. A veces durábamos sólo unos meses en una vecindad, pero otras ocasiones pasaba un año y parecía que por fin habíamos encontrado un sitio confortable. Y sucedía algo que echaba todo por la borda: mi hermano atropellaba a un gato con la bicicleta o yo me peleaba con el nieto del arrendador. Y hartos de nuestras travesuras, los dueños le ponían un ultimátum a mi jefa: tiene hasta fin de mes para irse. Caray, mi madre con tantas preocupaciones y encima de todo nosotros nos comportábamos como unos auténticos hijos-de-la-re-chingada que me-van-a-matar-de-un-coraje. Ahora entiendo por qué Licha se ponía tan dramática y reclamaba: “Con estos chamacos no voy a caber ni en el infierno”. Y luego a batallar de nueva cuenta: Licha angustiada porque en la mayoría de los departamentos no aceptaban niños ni mascotas. Así que sólo había unas cuantas opciones en vecindades llenas de peligros y trampas: tuberías oxidadas, un boiler que podía explotar en cualquier momento, baños comunes llenos de bacterias, varillas en la azotea, ratas que salían del excusado, pederastas al acecho, goteras en la sala, señoras chismosas, vecinos amargados y poca gente interesante. Así fuimos creciendo, entre goteras cada junio y cada septiembre, agua fría en la regadera, bolillos remojados en café y sobredosis de sopa de fideos.


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jueves, 2 de junio de 2016

Que tus defectos se vuelvan en contra

Manual para canallas - Que tus defectos se vuelvan en contra


La mirada de mi padre es la misma que hay en los hombres que no han sabido ser buenos. La sonrisa de mi padre es un monumento al cinismo...


La mujer de mi padre es un poco extraña. Bueno, en realidad es muy extraña. Casi no habla, sólo me mira con el rabillo del ojo. Y me ofrece una cerveza a las diez de la mañana. Supongo que es mera cortesía, porque una chela es justo lo que le sirve a mi jefe. Y José Antonio toma la bebida con una naturalidad estúpida. “Salud”, me dice. Yo sólo miro mi vaso con agua. “Mire hijo”, mi padre siempre me habló así, de “usted”. Prosigue: “lo mandé llamar porque necesito hablar con usted”. Eso ya lo sabía, pero él es un tipo muy básico y ordinario. “Ya estoy viejo y no creo aguantar mucho”, siguió con los lugares comunes, “así que antes de irme tengo que resolver mis asuntos”. No mames. Como si fuera una película del tipo Asuntos pendientes antes de morir. José Antonio ni siquiera me mira a los ojos. No sé qué chingados le atormenta o si algún cura le sugirió que buscará el perdón, pero a mí sus palabras me parecen huecas. “Yo ya estoy muy mal y solamente quiero irme en paz”, añade. Entonces él da otro sorbo a su cerveza, reclinado en ese sillón con manchas de borracheras pasadas. Yo estoy frente a él, tentado a sacar un cigarrillo y con ganas de estar en otro lado. Pero él siempre ha sido manipulador, así que no me extraña que tome una actitud dramática. Aunque la cerveza en la mano delata su cinismo. “Yo sé que no he sido un buen hombre”, añade con su voz rasposa por el alcoholismo, “pero usted no sabe por lo que he pasado”. Sí, cabrón, supongo que has sufrido mucho, asiento mientras recuerdo que han transcurrido décadas desde que nos abandonó para irse con su amante. “Mi vida no ha sido fácil”, agrega como si eso lo eximiera, “los remordimientos me han perseguido”. No resisto más y enciendo un cigarrillo. No estoy cómodo allí. Su mujer se apresura a traerme un cenicero. “Pero estoy tranquilo porque usted y sus hermanos han sabido salir adelante”, ese tipo extraño no deja de hablar. Yo lo interrumpo para aclararle que “somos el legado y el reflejo de mi madre”. Ni siquiera debo remarcarle qué clase de mujer ha sido Alicia. “Claro, lo sé. Su madre siempre fue una gran mujer”. Cuando intento dejar las cenizas alcanzo a leer la leyenda “Cantina La Victoria” en el cenicero. Que cagado, no puedo evitar una sonrisa, “La Victoria”, una cantina para los derrotados de antemano.


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jueves, 26 de mayo de 2016

Mujeres que se perfuman con deseos

Manual para canallas - Mujeres que se perfuman con deseos

Quién no querría una mujer que lea desnuda a Jaime Sabines, que acaricie con la constelación de su mirada, que te salve de saltar al vacío cualquier madrugada...


Todos soñamos con mujeres como auroras boreales, pero casi siempre terminamos involucrados con la persona equivocada. Y por un tiempo no tendrás pretextos, pero poco a poco todo se irá deconstruyendo. Y te sentirás como si alguien te hubiera vendido el boleto equivocado o un pasaporte falso. Se llame como se llame: Marlene, Luisa, Jaqueline o Patricia, Fernanda, Karen, Lucía o Montserrat. El nombre es variante, la locura una constante. Así era Andrea. Y con frecuencia su mirada era igual de nítida que las finanzas de un político en campaña. “¿Qué… tú también me vas a dejar?”, preguntó bastante ebria. “La bronca no es que te dejen, sino que hace mucho que tú te abandonaste”, dije sin reparar en que ella no estaba para entender ni madres. “Bla, bla, bla, a mí no me eches tus rollos”, se aferró a la Victoria con actitud derrotista. “Todos me dejan, nadie me quiere, todos se van”, lamentó y quiso beber otro sorbo de cerveza pero la botella estaba vacía. “Pídeme otra”, señaló el envase. “Ya pasan de las cuatro de la mañana”, señalé mi reloj a sabiendas de que era inútil. “¡Y qué!”, protestó, “al fin que no trabajo mañana”, quiso decir al rato pero a esas alturas ya daba igual. Hice una seña al mesero: una más y la cuenta. Allí estábamos, en aquel baresucho que ella eligió para celebrar su cumpleaños. Estuvieron sus amigas, algunos compañeros de trabajo y los invitados de alguien conocido. A mí sus amistades me daban lo mismo. Además, no soy el tipo que le cae bien a todo mundo. “Dice Mónica que eres insoportable”, me comentó Andrea alguna vez. En una fiesta, ya con unos tragos encima, la misma Mónica me lo echó en cara: “Me caes mal porque te crees mucho”. Carajo, ni siquiera podía ser contundente para ofenderme. “Ya somos dos. Yo también me caigo mal a veces”, respondí, “pero tú me caes peor porque te fijas en lo que soy, en lugar de preocuparte porque ese maquillaje te hace ver más vieja”. Me di la vuelta pero alcancé a distinguir el rencor en sus ojos. En otra ocasión, Mónica intentó hacer las paces a su manera: “Tal vez no seas mala persona, pero a mí me resultas insoportable”. Ni tuve que esforzarme para que me odiara. “Tú no eres tan fea, pero esa falda te hace lucir más gorda”, ella abrió la boca sin saber qué decir. Lo malo de las relaciones de pareja es que son como los McTrios: aunque no te gusten las papas, ya vienen en el paquete. Yo tenía que lidiar con una novia borracha y encima soportar a sus amistades.


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jueves, 12 de mayo de 2016

El sonido triste de los adioses

Manual para canallas - El sonido triste de los adioses


En definitiva las mujeres que pierden la calma se vuelven huracán de escalas descomunales, alimentados por los vientos encontrados del amor y la ansiedad...


Cuando alguien te dice algo como “quiero ser el sol de tus amaneceres” es hora de empacar la poca dignidad que te queda y pedir un taxi con rumbo desconocido, esperanzado en que se cruce en tu camino una terminal de autobuses o el bar más cercano. Si alguien te escribe en un papelito que “te quiero igual que la noche a las estrellas”, sería mejor que trazaras al reverso un mapa sin retorno o que dibujaras un túnel que te saque de la maldita prisión de la cursilería. Aún más urgente sería un plan de fuga si cada mañana tu amad@ se empeña en escuchar a Toño Esquinca mientras recitan frases como “el sentimiento es una flor delicada, manosearla es marchitarla”. Si algo sobra en el mundo son tontos que se empeñan en atesorar frases huecas, “tesoros” de la superación personal que no les remediarán la maldita rutina de sus miserias. Sí, en efecto, hay una multitud de desesperados que se quieren quitar las ansias con capsulitas que no curan nada, ni una jodida resaca. Y son esos mismos que vociferan frente al tráfico, lo que maldicen al prójimo, los que menosprecian a los niños en los semáforos, los que se ríen de la desgracia ajena y los que lloran cuando los abandonan. Sí, son los mismos idiotas que no leen un libro al año, pero postean en el Facebook lo más selecto del programa de Mariano Osorio en frases cortas: “Valora lo que tienes porque no es lo mismo perder un minuto de amor que perder el amor en un minuto”.


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