Ya no quiero un lanzallamas, ni un libro de poemas para leer en voz alta mientras prendo fuego a todo lo que me ha dado más tristezas que momentos buenos. Hoy quiero enclaustrarme en mis silencios...
No preciso nada ni deseo festejar como hace un año. Quiero encierro, necesito mucho silencio y la calma apenas necesaria para no llamarte en las madrugadas. Una vez más no deseo pastel de cumpleaños ni tarjetitas cursis ni el perfume que tanto nos gustaba. Ya no necesito un lanzallamas ni el combustible necesario para flamear todo mi pasado. Hoy he aprendido a incinerar rústicamente todo lo bueno y todo lo malo, porque soy un experto boicoteándome.
Quiero que tu ausencia se difumine con el alba, que tus ojos ya no destellen en mis sueños, que mis labios dejen de añorar la tersura de tu espalda. Quiero exiliar los suspiros que me atormentan cada mañana, cuando descubro uno de tus cabellos entre las sábanas. Quiero que tu ausencia no torture mis momentos malos, que ya no siga latigueando mis pestañas hasta altas horas de la madrugada.
Y también quiero que mis besos se queden tatuados en tu memoria, que sean invisibles al tacto pero grandilocuentes en tu imaginario. Quiero que no olvides mis escasas risas ni la pésima voz con la que cantaba en el baño. Hoy deseo que mis “tequieros” figuren en tu colección de momentos memorables. Y deseo, por el bien de ambos, que un día mires atrás y recuerdes con un poco de bondad a este tipo arrogante que nunca supo valorarte.
Otra vez quiero paz, quiero cielo, quiero otra canción que me recuerde que soy la suma de mis defectos, el recuento de pellejos, un armazón de esqueletos y un corazón en fragmentos. Ya no quiero un lanzallamas, me conformo con este libro de poemas que me regalaste para leer en voz alta mientras prendía fuego a todo lo que me ha dado más tristezas que momentos buenos.
Quiero que mis defectos no te hayan hecho tanto daño o al menos que no dejen secuelas duraderas y también espero que no le guardes rencor a este imbécil por reservarse el derecho a una segunda oportunidad, porque “este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojalá”. Y deseo que cada 27 de noviembre sólo me obsequies una plegaria por la salvación de mi alma, que no sé hasta cuándo encontrará la paz que tanto ando buscando. Quiero cerrar los ojos con tranquilidad y pensarte con agrado, mientras prendo fuego a tus cartas, a tus fotos, a tu aliento en mi oído, a las postales en que nos abrazábamos. Sólo quiero cerrar los ojos con calma, escuchando tu voz como un susurro que me dictaba los más sinceros “te amo”. Quiero, sólo quiero, que tu ausencia se difumine con el alba.
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Tengo la suerte de esta terapia temprana, algo rutinaria o quizá malacostumbrada. Tengo las palabras como remedio contra las resacas. Tengo las ganas de seguir caminando para ya no vagabundear en círculos eternos. Tengo el don de escribir con el alma en vilo y el corazón entre los dedos. Tengo algo de poesía aún reservada, pero igual poseo las ganas de que mis metáforas sean menos desafortunadas. Tengo menos entusiasmo por escribir, pero me ganan las ansias de exorcizar todos mis fantasmas. Tengo menos paz, tengo menos cielo, pero busco tranquilidad en algunos recuerdos. Tengo algo de bondad, aún, bajo los párpados. Y tengo silencios, malhumor, azoro, incredulidad, suspiros, ansiedad, algunos insomnios, demasiadas dudas, un ejército de miedos. Tengo oscuridad, enojo, una canción que no quiero escuchar, este epitafio que ya acabé de pulir, manchas de carmín en una toalla, el resonar de tus tacones en la memoria, polvo bajo la cama, humedad en la regadera, un gato nocturno que visita el techo de mi casa, aquel gallo que canta a deshoras, el ruido que se cuela por la ventana. Tengo poca fe, mucha sed y escasa esperanza en el futuro. Tengo una multitud de incertidumbres amotinándose, un catálogo de rencores, un espejo que refleja verdades, aquel retrato que nunca enmarcamos, la fotografía que olvidaste en un libro de Benedetti, los ecos de tu risa atormentándome. Tengo deudas, hojas en blanco, proyectos inconclusos, una medalla sin honor, recibos de luz atrasados, facturas por liquidar, un montón de trastes en el fregadero, polvo en los rincones de mi casa, poca emoción ante el porvenir y escaso brillo en la mirada. Tengo ángeles y demonios danzando en mi cerebro. Tengo tu ausencia y no deja de pesar. Tengo demasiadas pendejadas en la cabeza, y este frío que cala en los huesos. Tengo abrazos de mi madre que siempre son abrigables, tengo la ternura de mis hijos, tengo hermanos solidarios, tengo un padre innombrable, tengo una legión de dioses imperfectos, tengo oraciones a destiempo. También tengo el presente hecho ruinas. Tengo este adiós que se está marchitando. Tengo pocos deseos para mi cumpleaños. Tengo ausencia de poesía en el buró de la recámara. Tengo ganas de clausurar mis palabras y a pesar de todo lo que tengo, sólo parece contar este vacío que siento en el costado izquierdo. Por eso es que Jaime Sabines me recuerda que mis insomnios son animales salvajes devorándome sin remordimientos:
“Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras,
o que de veras esté fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato”.
manualparacanallas@hotmail.com
Roberto G. Castañeda
Jueves 24 de Noviembre de 2016.
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