jueves, 10 de noviembre de 2016

En tiempos donde siempre estamos solos

Manual para canallas - En tiempos donde siempre estamos solos


Ya lo dice Fito Páez: En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos egoístas y mezquinos, habrá que declararse inocente o habrá que ser abyecto y desalmado...


Nunca he sido un tipo ordinario. Acaso un poco loco y un tanto extraño. No, nunca he sido lo que se dice un tipo normal. Más bien huraño e impredecible. Pero tengo la fortuna de contar con hermanos que funcionan como pararrayos, que me hacen tocar tierra, que me cachetean el ego cuando es necesario. Sí, yo podré ser el tipo más lunático o el menos indicado para las cosas más comunes, pero mi familia siempre está allí para recordarme de dónde vengo y para que al menos me preocupe para dónde chingados voy. Mis hermanos, todos, son extraordinarios: como una Liga de la justicia, como héroes cotidianos, como guerreros de la vida diaria. Pero hoy en particular sólo quiero hablar de la menor de mis carnalas, que es la que cumple años. Y no tengo mejor recurso que dibujarla en perspectiva, intentando que sea con las palabras adecuadas.

Mi hermana Silvia es la menor. Y es un huracán de entusiasmo, aunque a veces se ponga su cara más seria. Mi hermana Silvia llegó al mundo cuando mi padre ya se había fugado, así que apenas alcanzó el apellido y una galleta de la fortuna que no traía ninguna profecía adentro. Daba lo mismo. Aunque esas galletas predijeran un futuro de algodones de azúcar, mi hermana estaba destinada a luchar contracorriente. Creo que es a la que más piedras le puso el destino o los dioses o los caprichos de los astros. Pero Silvia está construida de un material inexplicable, que no se quema ni se erosiona, que no claudica ni desfallece. O tal vez esto último sí, aunque lo hace a solas y en silencio. Silvia, mi hermana, es un poema de Nicanor Parra, una canción de Andrés Calamaro o Caifanes, un cometa que te alegraba la niñez, la sonrisa de la luna, el avión de tiza en el patio, la casita del árbol. Mi hermana Silvia es un álbum de instantáneas en mi infancia y adolescencia, la cómplice perfecta y la risa que contagia. Mi hermana es mi amiga y mi heroína preferida. Mi carnala es una canción de Fito Páez, de esas que te reivindican por las batallas perdidas: 

"Me gusta estar a un lado del camino,
fumando el humo mientras todo pasa.
Me gusta abrir los ojos y estar vivo,
tener que vérmelas con la resaca;
entonces navegar se hace preciso
en barcos que se estrellen en la nada.
En tiempos donde nadie escucha a nadie,
en tiempos donde todos contra todos,
en tiempos egoístas y mezquinos,
en tiempos donde siempre estamos solos.
Habrá que declararse incompetente
en todas las materias de mercado,
habrá que declararse un inocente
o habrá que ser abyecto y desalmado".


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A mi hermana Silvia la conocí hace muchos años, desde que nació. Y puedo asegurarles que no es la misma. Es mejor. Es la mejor hermana que pude tener, junto con Nadia (desde luego). Siempre tuve la impresión, quizá porque la vi crecer, que era la más frágil y sensible de la familia. Me lo decía su ternura, su mirada buena, su amor por las mascotas (como la fiel Kenia o el fantástico Pipo), sus petos de colores y su cabellito enmarañado. Pero me equivoqué: ella es la más fuerte, con su sabiduría y su espíritu indomable. 

Ahora mismo no sé cómo carajos me perdí momentos memorables. Hoy que veo a mi sobrino Diego, ya hecho un hombre, no puedo entender cómo chingados me perdí hace veintitantos años su lucha heroica por sobrevivir, a los siete meses de nacido, mientras mi hermana lo cubría con su manto estelar en la incubadora. Aún no sé qué diablos pasó, que benditos dioses intervinieron, pero sí tengo claro que mi hermana Silvia le compartió su fuerza y su tenacidad y su amor por la vida. Son los genes, dirán algunos. Yo creo que es más bien la magia de mi carnala, que te ilumina y te contagia.

No, tampoco estuve junto a ella cuando amaneció irreconocible por una alergía, ni cuando más necesitaba en otros momentos. Yo andaba en otros rumbos, algo extraviado, buscando el oro prometido en el Amazonas de las relaciones destructivas. Sí, tuve mi etapa más cretina mientras mi hermana crecía y se fortalecía. Seguro necesitaba un abrazo, por supuesto que se sentía un tanto huérfana, pero afortunadamente siempre se ha rodeado de gente que sabe quererla de la mejor manera. Como su sisterna, Nadia, y su hermano Claudio y su hijo Diego y su madre Alicia, por mencionar algunos.

Ya se lo he dicho en persona y ahora se lo escribo: no tengo argumentos, no hay pretextos que valgan, para justificar mis ausencias tan lamentables. Pero ella, en su generosidad, sólo me dice de mil maneras, en persona y a la distancia, lo mucho que me quiere y me ha querido. Ahí es cuando entiendo en qué radica buena parte de su sabiduría: la generosidad.

A mí me cae re'bien desde siempre. Y es adorable. Somos espejos y tan contrarios. Tenemos el mismo pinche carácter. Tenemos la misma fijación por el orden y la buena cocina. La diferencia es que ella es la menor y yo el mayor, así que tengo el derecho a pedirle, a pedirte, carnala, que seas feliz y que sigas siendo tan fuerte como siempre. Te quiero con todo el corazón y con esta lágrima viva. Te quiero y te admiro, hoy y siempre, carnalita. Así, que sin mayores rodeos, te deseo felicidades en tu cumpleaños. Y mis mejores deseos para que sigas haciéndote grande, en amor y espíritu. Los demás te lo agradeceremos, mientras recordamos las estrofas de Fito: 

"Yo ya no pertenezco a ningún istmo
me considero vivo y enterrado. 
Yo puse las canciones en tu walkman,
el tiempo a mí me puso en otro lado.
Tendré que hacer lo que es y no debido,
tendré que hacer el bien y hacer el daño.
No olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano"


manualparacanallas@hotmail.com


Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 10 de Noviembre de 2016.


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