jueves, 30 de enero de 2014

Hay mujeres como vicios

Manual para canallas - Hay mujeres como vicios


“Tu mirada no me gusta”, fue lo primero que me comentó Maleni luego de que nos presentaron. La miré como se mira a una vendedora de cupones de descuento. “Esta mirada está desnuda de piedad”, repliqué y ella sólo hizo una mueca de no-sé-qué-diablos-es-eso.


Ella siguió con lo habitual: “Soy María Elena pero todos me dicen Maleni”. Como si me interesara. “Roberto”, fue todo lo que respondí junto al beso en la mejilla. “Tu nombre tampoco me agrada, pero hay peores”, continuó con su actitud. Y yo que no soporto a las mujeres que escudan sus inseguridades en una aparente dureza. “Y encima de todo eres muy callado”, añadió. Yo tomé mi vaso y me encaminé a la terraza. Mis amigos estaban ocupados, tratando de ligar o bailando con su novia en turno. Platiqué con un par de conocidos, estuve coqueteando con una actriz de teatro “vanguardista” hasta que llegó su novio, que era DJ de un antro cualquiera. Bailé un par de canciones con una amiga de no sé quién. Estaba pensando en irme cuando llegó la tal Maleni y me dijo “para ser tan antipático, bailas bien”. No era verdad, porque sólo me dejo llevar por el ritmo. “A ver si me sacas a bailar aunque sea una vez, ¿no?” y se fue en busca del baño. Ya se le notaba que estaba un poco ebria. Entonces se acercó Gerardo, un viejo conocido, y me dijo lo típico: “Pinche Rober —exacto, Rober, sin la t—, se me hace que ya ligaste. Esa ruca le preguntó a Gaby por ti”. Lo miré como si me hubiera ofrecido una aspiradora en abonos. “No es mi tipo”, argumenté. “No mames, si está bien buena”, aclaró como si yo no me hubiera dado cuenta. Iba a decirle que me chocan las mujeres que se comportan como si estuvieran “en sus días”, pero me reservé el comentario. Cinco minutos más tarde, regresó la insoportable chica y me espetó: “No me gusta tu actitud, pero al menos eres alto”. No me provocó la mínima emoción. “Es más, te invito un trago, ¿qué estás tomando? Yo pago”, dijo y se sonrió. Típico chiste de fiestas donde sobra el alcohol. “Ron, con coca”, aclaré y me ahorré esa jalada de “líquida, coca líquida”. Detesto el humor sin chispa. Esa misma noche dormí con ella. Literal: dormí, porque no aguantó los tragos, se quedó inerte en el sillón de su departamento y sólo alcanzó a quitarme la camisa. Salí de allí, después de cerrar y aventar el llavero por la ventana. Me llamó al otro día. “Gracias por cerrar la puerta, pero ni una nota me dejaste”, se quejó. Hablamos unos minutos y me comprometió a salir con ella. Pude rechazarla, pero me gustaron sus besos; sus piernas aún más. 

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Maleni lo consiguió, me arrebató la tranquilidad. “Un día me amarás tanto que no dejarás de pensar en mí”, presagió. No quise desengañarla. No la amé, pero se convirtió en otro de mis vicios, que ya eran bastantes y no me dejaban dormir más de ocho horas, como se supone que debe ser. Fueron los meses más locos de mi vida. Y mira que he descendido a lugares extraños y he pisado terrenos accidentados. Una madrugada, después de unos tragos en su casa, me dijo que tenía una sorpresa para mí. Se fue a su recámara y me dijo que no me desesperara. Luego salió con un traje de azafata y soltó algo así como “hazme volar de placer”. La neta, se veía formidable. No me costó mucho enloquecer, aunque me pidió que no la desvistiera. “Por favor, señor, por favor, no me arrugue la falda”, exclamaba cuando no gemía. Las siguientes veces cambió de indumentaria: una colegiala o una pornostar con todo y videocámara. Bromeó con eso de subir el video a internet. Lo suyo no era precisamente pensar con claridad, pero era buenísima en la cama. Incluso eso de los disfraces me parecía un lugar común, pero la finalidad era lo que me mataba: lujuria sin medida. Hasta que empezó a perder el control. Un día sacó un látigo y me pidió que la castigara. Me negué. Otro día sugirió a una amiga que nos viera en la cama. Y opté por irme antes de emborracharme, sobre todo porque la otra chica estaba más buena. No es que sea puritano, pero no me gustan las relaciones de más de dos personas. 

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Cuando Maleni se dio cuenta de mis límites, se conformó con hacer el amor en los lugares más inusuales: en el baño de un cine, en el elevador de su edificio, en el Metro de medianoche, en la azotea de mi casa, sobre las vías del tren y hasta en un teibol. “La rutina es tóxica”, comentó el día que estrenó una máscara antigases que consiguió en La Lagunilla. Pero no fue la monotonía lo que extinguió la pasión. Fueron los celos. De buenas a primeras empezó. “Seguro te acuestas con la vecina”, me reclamó después de una noche en que la chava tocó a mi puerta para gorrearme unos cigarrillos. “Estabas coqueteando con Lucila”, inventó otra vez sólo porque su amiga me tocó la rodilla un par de veces, y después añadió: “además es una zorra y no sé por qué le he contado nuestras intimidades”. Terminamos un día común y corriente, regresando de un barecillo. Se enojó porque nos encontramos a una ex novia que me abrazó efusivamente. En cuanto llegamos a su casa se puso como loca, lloró y hasta me rompió la camisa. Detesto esas escenitas. Así que la dejé sollozando su borrachera. Tres días después me mandó una camisa nueva a la oficina, envuelta como regalo de cumpleaños, con una nota de puño y letra en la que me pedía que la perdonara. Se la devolví sin abrir la envoltura. No me arrepiento, no suelo hacerlo en esas circunstancias, pero extraño los incendios de su sexo. Como escribe el poeta Édel Juárez: 

“Me gustaría tenerte desnuda ahora
y poder hablar de tu cuerpo,
de la distancia exacta que hay entre tus senos,
me gustaría poder contarles de tus piernas,
ese par de tijeras con las que has podado mis pudores,
con las que abrazaste mi inocencia;
hablarles de tus manos,
y de las caricias que éstas encierran...
de tus caderas firmes y de tu vientre plano;
de tu sexo, ese eterno manantial de mis pecados,
de tus pies que marcan mis pisadas,
de tus uñas y cómo dibujan con la sangre de mi espalda,
de tu lengua como ágil oponente de mis dientes
y de toda tú cuando estás desnuda.
Me gustaría tenerte desnuda ahora, aquí,
para no contarles nada”. 

Demasiada poesía para alguien que seguramente ya le prende fuego a otros camas, a otros labios. 


manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 30 de Enero de 2014.

© Manual para canallas


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