jueves, 3 de marzo de 2011

Que el karma no sea nuestro enemigo

© Manual para canallas

Aquel hombre yace en la acera, inmóvil, mientras una multitud se regocija en las especulaciones. Los policías empiezan a acordonar la zona y conminan a la gente a que “sigan su camino, mucho ayuda el que no estorba”. Luego llegarán los peritos y aquello será un mero trámite. Y en el asfalto quedará una silueta pintada con tiza…

El cadáver ingresará al servicio forense en calidad de desconocido. Los diarios reseñarán que un ladrón fue abatido por un justiciero anónimo, al parecer policía fuera de servicio, que impidió el asalto al camión que circulaba por una carretera de la periferia. Nadie reclamará el cuerpo, con un impacto de bala en el abdomen y el tiro de gracia. Y nadie, tampoco, dirá una plegaria en su memoria.

 

Como nadie, de nuevo, se extrañará de que haya muerto aquel sujeto que vestía playera tipo polo y unos tenis más relucientes que los tuyos y los míos. Yo supongo que aquel individuo debería tener un nombre, como todos nosotros, una familia, más vicios que muchos, menos vergüenza que el común de la gente y más cinismo que cualquiera. Tipos como él se encuentran en cada esquina, rondando el cajero, aquel banco, el centro comercial o los estacionamientos. Alguno de ellos te chingará el celular, otro asaltará a los cuentahabientes, aquel robará relojes y bolsos en los cruceros, y no faltarán los que anden en motoneta al acecho de una anciana que no oponga resistencia. En mi colonia han aumentado los robos a mano armada y casi siempre son “unos weyes bien acá, todos chacas”, como dice la chava de la tienda. A mí no me consta, no me gusta prejuzgar, pero lo cierto es que de un tiempo para acá las cosas han cambiado. Serán las drogas, las escasas expectativas, la nula orientación familiar, cero espacios para el deporte o la cultura, la televisión como niñera, o no-sé-qué-chingados, pero las nuevas generaciones no se andan con mamadas. Ya cualquier pendejito trae un arma, ya las peleas no se arreglan a golpes sino con plomazos. Ya cualquier vecino anda en pésimas compañías y cualquier día amanece en las páginas de la nota policíaca o, en el caso extremo, muerto tras un fallido intento de asalto. Y entonces una madre llorará sobre el cadáver.

Y un niño de tres años quedará huérfano. Y una hermanita no alcanzará a comprender que se les señale como una familia de apestados. No es la ley de los hombres, ni justicia divina, sólo es el pinche karma que no se anda con mamadas.

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Aquel hombre llora sobre el ataúd y entre sollozos le pregunta a un Dios indiferente por qué se llevó a su hijo. No hay consuelo, ni lágrimas suficientes, que curan tanto dolor. Aquel hombre ha perdido lo más querido. Y no entiende, no comprende, la crueldad humana. Su hijo ha caído bajo el fuego cruzado, en una escena que se ha vuelto cada vez más cotidiana. Era un buen muchacho, notable estudiante, no se metía con nadie y tenía un gran futuro por delante. El señor no deja de lamentarse, no puede contener la rabia. Reniega de Dios, maldice a los asesinos. Qué he hecho para merecer esto, se pregunta, por qué a mí, por qué a mí. Lo que ha olvidado es el día, hace ya años, en que arrolló a muchachito con su camioneta. Y ni siquiera se detuvo para ver si podía hacer algo. No, al contrario, aceleró y se dio a la fuga. Hubo días en que no pudo dormir, pero conforme pasó el tiempo prefirió olvidarlo. Y sólo pensó en que la había librado. Nunca pensó en una madre deshecha, en un padre llorando frente a una tumba, en una familia destrozada. Y ahora se pregunta qué hizo él para merecer esto. Y reclama a Dios por el sufrimiento. No hay que voltear al cielo, sólo es el karma que no cuestiona nada, sólo cumple su cometido. Y este día un pendejo lanzará una granada, un sicario torturará a su próxima víctima, un ladrón entrará por alguna ventana, un conductor ebrio arrollará a una familia, un poderoso venderá su alma al diablo, una mujer sin escrúpulos mandará asesinar a su marido, un violador abusará de un niño, el secuestrador mutilará la tranquilidad de un empresario, los políticos se enriquecerán con el presupuesto, un policía recibirá sobornos de la delincuencia organizada, y un ejército de bárbaros nos rondará en cada esquina. Pero no hay problema, podemos ser víctimas un rato, ya vendrá el karma y hará un juicio sumario. Y cada vez serán más los que acaben en la fosa común sin que nadie vaya a reclamarnos. Es ley de vida, es la ley del talión que aplica el destino. No podremos dormir tranquilos, seguramente no, pero al menos lo haremos con la conciencia tranquila mientras el daño que causemos no sea irreversible. Pidamos perdón a nuestros padres por no ser los mejores hijos, abracemos a los seres queridos, curemos las heridas del rencor, lloremos si es necesario, pero no dejemos cuentas pendientes que nos puedan generar intereses moratorios. Que el karma no sea nuestro enemigo, porque en verdad que no se anda con medias tintas. Yo sé lo que te digo. Y si no me creen, entonces háganle caso a Pablo Neruda:


“Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos
sin sonido...

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas,
de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad
como el llanto o la lluvia”.

manualparacanallas@hotmail.com

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 3 de marzo de 201

 

 

© Manual para canallas

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