"Hace tantas lunas que tus caricias se volvieron frías. Hace tantos insomnios que no te perfumas en la alcoba, hace demasiadas noches que la rutina se quedó a dormir"...
Hace tanto que no celebras, hace tanto que no te sueltan las pesadillas, hace tanto que roncas y bostezas, hace tanto que te sientas en una banca con la mirada plácida. Hace tanto que todo se ha ido al carajo. Sí, maldita sea, cada día que pasa se acumulan las deudas y los intereses por las compras a plazos. Cada día que pasa es más del carajo. Y te levantas con jaqueca y te lavas los dientes para quitarte el sabor amargo de los ronquidos. Y preparas un desayuno magro. Otra vez huevo. Otra vez café sin leche. Una vez más, bolillo de ayer. Y de nueva cuenta la queja cotidiana: “otra vez huevo con jamón. Nos van a salir plumas”. Ojalá así fuera. Y sobrevolar el paisaje desolado de esta urbe enferma, tísica y tumefacta. Y escapar hacia los volcanes, sin mirar atrás, perderse en el horizonte. Y seguir volando lejos, más lejos, despedirse de las rutinas cotidianas que te carcomen las ansias. Hace tanto que no te caracajeas por bobadas, hace tanto que no te ilusiona nada, hace tantos días, meses, que no te regalas algo: un libro, un mediodía en cama, unos zapatos lindos, una canción que te salve, la blusa colorida, esa corbata fina, optimismo frente al espejo, el coqueteo en el baile, una camiseta que no sea de segunda, queso extra en los nachos, autoconfianza en lunes y 100 gramos de optimismo para el fin de la quincena. Hace tanto tiempo que no acaricias con naturalidad, hace tantas noches que no te perfumas en la alcoba, hace demasiadas lunas que la rutina se quedó a dormir. Como canta Sabina, cualquier día, a todas horas, como un ritual de bofetadas: “Hace demasiados meses que mis payasadas no provocan tus ganas de reír”.
Hace tantas quincenas que no alcanza para ir de paseo el fin de semana. Hace tantos salarios que no compras una pizza familiar. Hace tantos meses que probaste las fresas con crema. Hace 365 días que tu cumpleaños dejó de ser un carnaval. Hace tantísimo tiempo que tu mirada no se columpia en la alegría y tu optimismo no sale a pasear en bicicleta. Hace demasiadas mañanas que nos robaron la tranquilidad. Hace tantos despertares que no te levantas de buen humor. ¿Hace cuántas noches que no duermes en paz? Con un maldito carajo, qué demonios está pasando en este país en llamas, en esta tierra tóxica, en estos páramos, en este mapa con puntos rojos, en estas calles que se tiñen de rojo a cualquier hora del día. Qué maldita suerte nos persigue que el paisaje cotidiano y los noticieros nos dejan una estela de muerte, una sucesión de tragedias: al doblar la esquina, en el colectivo, frente a los tacos del Güero, en las colonias populares, en las narices de las autoridades, a un lado de la escuela, en la periferia, afuera de nuestra zona de confort. Qué carajos pasa, que diablos sucede, que los muertos son cada vez más escandalosos, en plena vía pública: colgados de un puente, carbonizados en un auto, sepultados en las cifras del terror. Y las autoridades todo lo remedían con sus discursos habituales: estamos trabajando en todas las líneas de investigación. Con un maldito carajo, no queremos lugares comunes. Sólo queremos sitios seguros, más presupuesto para la educación y menos cínicos elegidos por votación. Hace demasiados años que este país está carcomido por la corrupción. Y hace demasiado tiempo que nos han quitado el sueño, la tranquilidad, el brillo en la mirada, la justicia y las ganas de confiar. Hace demasiado tiempo que esta tierra cobriza dejó de germinar.
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Hace demasiadas rutinas que las caricias de tu mujer son piedra pómez, estatua de sal, arañazos en el ego, hielo para llevar, sosa caústica, garras al acecho. Hace demasiadas noches que las caricias de tu hombre son cactus desérticos, resequedad nocturna, aire viciado, mentada de madre, muro de agua, palabra altisonante, garfíos que hieren. Hace tantísimos calendarios que nos estamos olvidando de las miradas como flores, de los abrazos como bálsamo, de las palabras que confortan. Hace demasiado tiempo que no construimos puentes, que no sembramos optimismo, que no cosechamos ilusiones como los hombres buenos, como las madres nuevas, como quien cree que la vida todavía vale algo la pena. Hace muchísimo que dejamos de ser solidarios. Pero somos legión y llegará el día en que nadie podrá derrotarnos. Disculpa si he sido un poco duro, pero es que me desespero porque veo una ciudad podrida, un país sin alma y tengo la impresión de que los cretinos nos están sitiando. Levantemos el puño. Lo tenemos levantado. Alcemos la voz. La tenemos levantada. En verdad es justo y necesario. Es justo y necesario que hagamos un mantra con las palabras de Dante Guerra:
“Hay días para caminar acompañado por el viento,
hay noches en que un murmullo repite tu nombre
y hay malditos ocasos que no sirven para un carajo.
También hay días en que las aves tosen monóxido de carbono.
Y están estos atardeceres infames,
como a estas pinches horas,
en que dan hartas ganas
de mandar todo a la chingada.
Sí, hay jodidos días y también ocasos
que no parecen servir para un carajo”.
manualparacanallas@hotmail.com
Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 22 de Octubre de 2015.
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