jueves, 18 de septiembre de 2008

Me declaro imbécil

© Manual para canallas

Me declaro incompetente para entender por qué este país se hunde en la indiferencia, por qué se ahoga en oleadas de sangre. Me asumo un incompetente por no comprender que la muerte habla al oído de los adolescentes.

Me reconozco idiota porque la tragedia merodea en cada esquina, en cada parque, mientras yo me retuerzo en mis propios infiernos.

Me declaro un imbécil por no encontrar sentido a mis días, ni calma en mis noches. Me reconozco idiota porque me abruman mis defectos y me cuesta trabajo lidiar con mis inseguridades.

Soy rehén de mis propias fronteras y casi nunca llegó a ningún lado. Soy lo peor de mi padre y lo mejor de mi madre, así que también soy muy poco lo que pretendo ser. Soy un perfecto imbécil y me escudo en los silencios para no gritar mientras me quemo.

Me declaro incapaz de armar una revolución que derroque a mis otros yo: a esos que me dictan locuras, al chico rudo que me gobierna, al hombre sensible que me soborna, al cursi que me cobra la renta.

Soy tan parecido a mí que a veces me doy miedo. Soy el espejo que me recuerda que esta barba de tres días habla de bipolaridades, de extremos que nunca se tocan, de días nublados y tardes lluviosas.

Me declaro inepto ante las cosas más simples, como el amor y las fiestas de cumpleaños y los abrazos cotidianos y un simple “te quiero”.

Soy el saboteador de mis propias promesas, de todo lo que postergo, de lo que a veces sueño, de lo que me queda a la mano, de lo que nunca podré alcanzar por más que me lo proponga.

Me declaro un idiota por llorar a oscuras, por renegar de mi futuro, por escribir mi epitafio cuando debería de pulir mi primer libro.

Soy el perfecto inútil que maldice los noticieros, que colecciona poesía y archiva recuerdos y juega pókar con el destino a sabiendas de que acabaré en bancarrota.

Me reconozco carcelero de mis anhelos, el torturador de mis deseos, el tirano de mi lado malvado, el Maquiavelo de mi lado bueno, el terrorista de mis pocos momentos sanos.

Soy este pobre estúpido que ha jubilado sus sueños antes de tiempo, el torpe que no aprende a lidiar con el amor, el usurero que esconde su corazón dentro del refrigerador, el miserable que ya no sonríe frente a su reflejo.

Me he titulado en cursos de verano, me he graduado como iluso, me he doctorado en decepciones, y aún no encuentro mi vocación en un mundo regido por el dinero.

Soy mucho más de lo que he contado, mucho menos de lo que pretendo. Llevo una máscara en este baile de graduación y todos me miran raro.

Soy demasiado extraño, soy todo lo contrario, soy un ave de paso, soy un león rasurado, soy un pendejo, soy un libro sin final, soy un niño sin recreo, soy un Volkswagen desahuciado, soy una máquina de café en la funeraria, soy un ataúd clausurado, soy una flor de papel bajo la lluvia, soy mi propia banda sonora en disco pirata, soy metáfora sin musas, soy un gato tuerto de peluche, soy una ambulancia en silencio, soy un vampiro desmañanado, soy lo que puedo, soy lo que duele, soy lo que más odio, soy lo que detestas, soy lo que sueñas, soy lo que apenas pudo ser. Soy mi génesis y mi punto final.

Soy como un indocumentado en un país sin esperanza. Soy una explosión de rabia. Soy como tú. Soy tan poco yo. Soy tan demasiado común. Soy una simple lágrima. Soy un ojo abierto que mira hacia la nada.

Me quedan pocas risas. Nulas esperanzas.

Sólo quiero ser menos vulnerable. Sólo quiero llorar en silencio. Sólo espero que ya sea mañana.

La locura se pasea desnuda y se acuesta en mi cama. Hace frío y tengo más miedos que me visitarán de madrugada.

Me quedan pocas historias por escribir. Me sobran motivos para odiar. Creo que no podré con esta carga.

Me declaro incompetente para entender todo esto que pasa.

Han dinamitado nuestra calma.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 18 de septiembre de 2008

 

 

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