Un Santaclós falso es tan gratificante como la sonrisa de las mujeres hipócritas. Un Santaclós falso es tan confiable como las promesas de que no aumentarán la tarifa del Metro. Un Santaclós apócrifo es una metáfora de tu aguinaldo. Y esta Navidad, intuyo, cenaremos pollo con rostipapas...
Yo no sé si a ustedes les pasa, pero como que la quincena ya no me alcanza para casi nada. Yo no sé si a ustedes les pasa, pero ya estoy hasta la madre de que quieran subir el boleto del Metro, que intenten privatizar Pemex y que nos engatusen con el fútbol. Yo no sé si a la gente común le sucede, pero quisiera largarme de este país tan propenso a la violencia y al desencanto. Por eso me ronda la idea de ir a buscar a mi padre, que es multimillonario. Eso es lo que creo, aunque mi hermano dice que de tanto estar solo ya ando delirando. Y que en diciembre se me zafa un tornillo. Pero estoy seguro que mi padre es millonario…
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A mí me gusta sentarme en Central Park y observar a la gente presurosa, con sus cajas de regalos, las tarjetas de crédito dispuestas. Nueva York no es mi ciudad favorita, pero mi padre que es millonario me dejaría sin herencia por el simple hecho de que no lo visitara en estos días de “armonía y paz espiritual”, como dice él. En realidad yo preferiría estar encerrado. Pero otra vez iré a Nueva York, tan llena de mujeres que encuentran al hombre de su vida en un chat. Carajo, sólo a l@s loc@s se les ocurriría buscar pareja en internet. Como sea, iré a Tribeca a comer platillos que cuestan una fortuna. Y beberé vino espumoso, apropiado para esta época de celebración. Y entrará una rubia parecida a Cameron Diaz. Ella se quitará el abrigo, dejará al descubierto un hermoso cuerpo y me sonreirá con coquetería. Pero yo no estaré de humor para ligar, así que de inmediato desviaré la mirada a través del cristal que da a la calle. El tráfico estará horrible, como siempre. Los chavitos buscarán un Santaclós con la mirada. Por la acera pasarán tipos elegantes: traje de diseñador, gabardina Armani, iPhone en mano... Y yo odiaré más esa jodida ciudad que en diciembre se pone más insoportable.
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Pasaré unos días en Nueva York y lidiaré con el tráfico, con los niños que embarran de chocolate el pantalón. Y maldeciré a cada Santaclós apócrifo recaudando dinero para emborracharse aunque en los carteles diga "para los niños pobres del Bronx". Si por mi fuera me quedaba en el Distrito Federal, a convivir con mis iguales, a beber en bares terribles con mujeres cuyos besos saben a perdición, tabaco y ron. Pero mi padre, el muy ojete, insistirá en que lo visite en Nueva York porque su novia, una tal Meredith, llegará desde Denver a pasar la Navidad con él. A mí eso me vale gorro, pero tal parece que él está enamorado de su juventud y belleza. Ella tiene unos 32 años, por la edad podría ser mi hermana, ojos azules, una sonrisa perversa y trabaja como azafata de American Airlines, según su Facebook. Mi padre tiene 67 años, poca vergüenza, tres divorcios a cuestas y un chingo de hijos. Siempre me dice que soy su consentido y yo le sigo el juego. Casi no lo conozco. Se separó de mi madre cuando yo era un chamaco. Nos reencontramos hace poco. Dice que soy su viva imagen, bueno, de cuando era joven. Yo sólo quiero su dinero. Pero eso de viajar a Nueva York me hace sentir bastante jodido. El departamento de mi padre es un mausoleo. Pese a todos los lujos, no hay un detalle que te haga sentir humano, falta un toque cálido. Mi padre quedó de mandarme un boleto de avión en clase ejecutiva. Y mi hermano me dice que ya estoy delirando, que no me hace bien vivir solo y que mejor me ocupe en algo constructivo. Sólo que sean clases de macramé o a un taller de origami. A mí diciembre no me sienta bien, creo. No estoy de humor para el espíritu navideño en cada aparador.
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Esta mañana el Metro va más lleno que de costumbre. Tal parece que todos se pusieron de acuerdo para ir de compras el mismo pinche día. Odio esta ciudad horrible. El Distrito Federal terminará por volvernos locos. Me bajo en Bellas Artes, camino hacia la avenida Juárez y me siento un rato a mirarle las piernas a las chavas guapas. Por cierto, ¿te has fijado que la gente de esta ciudad siempre camina de prisa, con gesto de enfado? Yo detesto esta ciudad. Si por mi fuera me largaría a Nueva York o a Miami. El día que encuentre a mi padre, que es millonario, le voy a decir que me compre un departamento en Ocean Drive. Mi hermano siempre me dice que estoy loco, que me hace daño pasar tanto tiempo solo, pero lo que pasa es que él me tiene envidia, sabe que soy el consentido de mi padre y que la herencia no la compartiré con nadie. Tengo que encontrar a mi padre. Por cierto, ¿ya les dije que odio esta pinche ciudad? No manches, el Popo va a estallar. Un Santaclós anuncia el fin del mundo. Los semáforos están en rojo. Don’t walk. Hay policías por todas partes, pero están más pendientes de su teléfono celular. Quiero una salida de emergencia. Odio esta ciudad. Tengo que buscar a mi padre. Ya no quiero pollo y rostipapas en Navidad. Yo quiero cenar en un hotel lujoso. Necesito otro trago. Otra vez me voy a emborrachar. En Suburbia aceptan tarjeta de crédito. Las almas tienen 40 por ciento de descuento. El Xbox One está a meses sin intereses. Tengo que encontrar a mi padre, aunque me digan que invento todo. Odio esta ciudad. Y encima de todo, subirán el boleto del Metro. ¿Ya les dije que un Santaclós apócrifo es tan confiable como una mujer hipócrita? A mí me caen mejor los Reyes Magos, aunque siempre me han defraudado. ¿Ya les dije que mi padre es millonario? Aunque dice mi hermano que ya se me volvió a zafar un tornillo, que en diciembre me comporto extraño. Y por las noches escribo como si no hubiera un mañana:
“En diciembre soy un ave migratoria,
que sueña cosas estúpidas,
mientras se le congelan las alas.
En diciembre sólo quiero volar,
largarme lejos de tanta atrocidad.
Pero sólo soy un miserable cuervo
que se extravió de su parvada.
Yo quisiera levantar el vuelo,
marcharme sin volver la vista atrás,
pero da la horrible casualidad
de que sólo soy un pobre cuervo
que maldice la triste y rotunda suerte,
de tener las alas congeladas
por ese frío que hay en todas las miradas”.
manualparacanallas@hotmail.com
Roberto G. Castañeda
Jueves 12 de Diciembre de 2013.
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