jueves, 9 de marzo de 2017

El desamor es un calendario sin domingos

Manual para canallas - El desamor es un calendario sin domingos


Mis pantalones de mezclilla son demasiado viejos, carezco de amuleto de la fortuna, viajo en Metro y nada me preocupa más que despertar cualquier día con tu ausencia a este lado de la cama...


A mí nunca me han gustado las canciones ordinarias, ni las baladas demasiado comunes o los “cantautores” pretenciosos. Prefiero un poema silencioso que un estribillo chocante. Por eso me resisto a las rimas simples, a los lugares comunes. 

Lo saben quienes me conocen y las mujeres que se han ido, tarde o temprano. Nunca he sido bueno para escribir canciones que rebosen optimismo. Bueno, ni siquiera para escribir canciones. Así que no es extraño que sólo les gusten a mis amigos. O que al menos finjan que les parecen buenas. 

A veces escribo cosas como ésta: 

“Tus abrazos domestican a mis bestias internas,
pero tus labios desatan la jauría de mis delirios. 
Soy un tipo ordinario, algo maniático,
que se desespera en la fila del supermercado
y se siente incompleto si no llega a tiempo a algún lado”.

Será por eso, por mi constante ausencia de romanticismo, que respiraron aliviados los integrantes de la banda cuando les dije que renunciaba. Además, a quién chingados se le ocurre ponerle Los Daikiris a un grupo de mamones que sueñan con tocar en bares hipsters.

Yo llegué allí porque una ex novia era prima del baterista. Y él tampoco estaba a gusto tocando melodías con expresiones del tipo “tu piel es una seda entre mis manos” o “me hundí en el fuego de tus ojos”. La banda era del Yoplait, que se llamaba Martín, pero así le decían por cremoso o por ponerle mucha pinche crema a sus tacos, como solemos decir.

Y el wey se sentía el autor más inspirado del mundo cuando llegaba a los ensayos y nos decía “anoche escribí dos rolas, vamos a probarlas”. Lo peor fue la etapa en que componía “a cuatro manos”, bromeaba, porque la pacheca de su novia le había sugerido algunas frases onda como “hay un cielo negro bajo mi cama” o “las penumbras se esconden en mi clóset”. Creo que la vieja leía demasiada basura. 

Y cuando yo proponía que fuéramos “más realistas” y escribiéramos sobre lo que siente la gente común, el Yoplait salía con su jalada de “no mames, eso no vende” y, encima de todo, el bajista seguía a pie juntillas eso de que el líder-de-la-banda siempre tendrá la razón: “sí, no manches, eso no es comercial”. Hasta que me harté y les dije que mejor me iba a cantar a los camiones, “porque prefiero que me paguen por bajarme, que tocar covers en bares donde siempre piden las mismas tres canciones”.

Hicieron como que les preocupaba, “no chingues y ahora dónde conseguimos un guitarrista” y “al menos aguántate dos semanas, por si cae una tocada”. Malditos hipócritas, ni siquiera para eso eran originales. Así que saqué mi bafle, les sugerí que contrataran una guitarrista para que al menos “tenga algo bueno esta banda” y se rieron forzadamente.

Pero ellos se creían Los Beatles en potencia, ensayando en un cuartucho de azotea. Y Martín no era Paul McCartney, ni yo tampoco tenía pinta de Lennon. Bueno, por decir algo, porque en realidad a ellos les latían Hoobastank y Maroon 5. Yo prefería ondas como Babasónicos o Kasabian. 

Más allá de eso, yo entré a la banda para divertirme, pero ellos parecían tocar sólo para darse su taco, lucirse con sus cuates o ligar chavitas que no saben reconocer a un engañabobos.


manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 9 de Marzo de 2017.


© Manual para canallas


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