jueves, 21 de febrero de 2008

Puedo ponerme cursi

© Manual para canallas

Miré el horizonte de su cuerpo a contraluz y esa geografía desnuda me pareció sublime. Sus caderas anchas sobre la cama me dejaron la certeza de que mi destino estaba anclado a sus deseos. “Te adoro”, dijo ella con un murmullo que me pareció más seductor que sus senos aterciopelados. Me dieron ganas de encender la luz para encontrarme con el brillo de su mirada, pero preferí imaginarla. Estiré la mano y acaricié su corva con la paciencia de quien sólo se sabe observado por la madrugada. Siempre me han encantado sus piernas atléticas y femeninas, sus pantorrillas de tenista, aunque me choque que se pase toda la mañana haciendo aeróbics. Maestra en el arte de sacudirme el alma y avivar mi fuego, Paulina se acurrucó junto a mí y hurgó cálidamente con su lengua en mi oído. Una mujer desnuda siempre te salva de todo, hasta de ti mismo. Le respondí con un beso tierno en la mejilla y solté una frase que a lo mejor suena pretenciosa pero a ella le encantó: “Me gusta develar los misterios de tu vientre y hundirme en el mar de tus delirios”. Volvió a suspirar. “Eres muy lindo”, musitó enamorada. A veces me siento un poco como Arturo de Córdova y me da por ponerme cursi y decir tonterías que a ella le llegan hasta la médula. Cuando hacemos el amor la miro a los ojos y encuentro un incendio que me inflama. Nuestros cuerpos son metáfora del fuego, de esa hoguera que aviva la llama del desvelo. Cuando me siento a la deriva, cuando mis alas se cansan de viajar en cielos de artificio, pongo los pies sobre la tierra, la desnudo en silencio y trazo poemas húmedos sobre su ombligo, luego dejo tatuado mi nombre en su espalda y en el preciso momento en que me dice que me ama la tomo entre mis brazos y con mis labios acallo sus suspiros. Entonces, una vez más, comprendo que estoy atado a sus sentimientos.

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“Puedo ponerme cursi y decir que tus labios
me saben igual que los labios
que beso en mis sueños.

Puedo ponerme triste
y decir que me basta con ser tu enemigo,
tu todo, tu esclavo, tu fiebre, tu dueño.

Y si quieres también puedo ser tu estación y tu tren,
tu mal y tu bien, tu pan y tu vino,
tu pecado, tu Dios, tu asesino,
o tal vez esa sombra que se tumba
a tu lado en la alfombra”.

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Nunca he sido fanático de la cursilería, pero resulta que a veces es justo acercarse a una mujer para hincarle el colmillo en el corazón. A veces no basta con una caricia tibia en la mejilla o con un “te quiero” que sabe a rutina, sino que hay que profundizar más y hacerle sentir que en verdad el funcionamiento de tu alma depende de sus miradas. Y sí, creo que hay que quitarse la careta de tipo duro y acurrucarte en su hombre mientras bailas el vals de la humildad y le dices quedito, como en un murmullo, “te necesito y quiero que me necesites”.

Es justo también que la conquistes con palabras sinceras y le expliques que es el motor de tu vida, la piedra angular de tu existencia mientras la desnudas en la semipenumbra de la complicidad sentimental para luego hacerle el amor con ternura y entonces, por qué no, soltar una lágrima de felicidad que por supuesto no necesitará de justificaciones. Luego enciendes un cigarrillo, miras con calma el humo, encuentras metáforas inasibles y entenderás que los motivos para adorar una mujer de por sí adorable son bastantes y fáciles de asimilar. Tal vez ella no te diga nada, pero tú sabrás que sus besos son como los de los ángeles eléctricos, tan sublimes que nunca los olvidarás, sobre todo por esa sensación de paz que te encenderá el alma y los pensamientos y las ganas de amar y la piel y entonces te llegará una sonrisa que nunca, jamás perderás.

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“Puedo ponerme humilde y decir que no soy el mejor,
que me falta algo para atarte a mi cama,
puedo ponerme digno y decir ‘toma mi dirección’
cuando te hartes de amores baratos, me llamas,
y si quieres también puedo ser tu trapecio
y tu red, tu adiós y tu ven,
tu manta y tu frío,
tu resaca, tu lunes, tu hastío,
o tal vez esa sombra que
se tumba a tu lado en la alfombra”

(Joaquín Sabina).

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Debo ser muy tonto para creerme todo esto que estoy contando. En realidad siempre estoy solo, quemando mis naves en la madrugada, bebiendo ron con calma, escribiendo historias que nunca me agradan, tratando de hacer poemas que nunca cuadran, pensando en alguna pinche vieja que se llevó mi alma, odiando las canciones de amor que no me dicen nada. En serio que debo ser imbécil para inventarme todas estas historias que mañana nadie recordará. Así es esto de sentirse derrotado de antemano, imaginando que a alguien le interesará este manual para cursis, para solitarios, para desesperados. Sí ya sé que suena estúpido, pero otra vez me siento como un taxi en el deshuesadero, añorando la mirada de una mujer, unos besos sabor a ron, queriendo que ya amanezca para que se cierren los ojos de la madrugada... mientras tanto enciendo otro cigarro y echo a andar mis pensamientos hacia la locura. Sé que sonará estúpido pero tengo que decirte que otra vez me siento solo y eso, en definitiva, a nadie le importa.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 21 de febrero de 2008

manualparacanallas@hotmail.com

 

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