jueves, 28 de febrero de 2008

Un infierno postergado

© Manual para canallas

I) Soy ese lobo en celo que aúlla en tus desvelos. Soy el perro que sueña en el traspatio con tus huesos. Soy la bestia que roe tus celos, el escarabajo que habita en tu corazón, el duende que hurga en tus tesoros, ese gato que deja tatuajes en tus muslos. Soy tu madrugada con los ojos abiertos, tus resacas después de una borrachera. Soy la sonrisa cínica en ese retrato que guardas en tus desvaríos, esa caricia que te provoca incendios, soy la memoria de esas noches en que gritas mientras te quemas. Soy todas la bestias que morderán tu cuerpo desnudo sobre la alfombra, a la hora en que los bares se empezarán a vaciar. O como diría una balada muy cursi que apenas y recuerdo: “Soy ese vicio de tu piel que ya no puedes desprender, soy lo prohibido”.

II) Este calor es insoportable. Son las dos de la mañana y el ventilador sólo atina a despeinarme. El refrigerador ronronea y los gatos se refugian en la azotea. Un aire caliente se cuela por la ventana y me trae oleadas de humedad pegajosa como estos recuerdos que no me dejan dormir tranquilo. A la guitarra se le ha roto una cuerda y las canciones me salen incompletas. Esta madrugada es un paisaje desolado, un infierno postergado, una sombra acechante en el callejón, una puerta hacia ninguna parte, un túnel de tristezas, una almohada que huele al perfume de la ausencia, una sirena de alarma. Mi retrato en el buró me recuerda que el vacío es la distancia entre mi pellejo y los huesos. Cómo carajos no saltar al abismo cuando el vértigo te mueve el piso. Esta madrugada es una broma de mal gusto, las gotas de sudor en el cuello, un bochorno que no cesa. Las cucarachas tienen fiesta en la cocina. Mis ojos se dilatan y mis miedos resguardan las salidas de emergencia. Soy un tonto a la deriva, un idiota sin remedio, que de vez en cuando sonríe mientras se vuelve loco por completo. Últimamente mis defectos se confabulan para recordarme que soy un perdedor, que todos mis proyectos están incompletos, que nunca he sabido amar la vida, que cada vez estoy más cerca del subsuelo, que la oscuridad es una metáfora de mis días, que beber no remediará las cosas, que la barra de un bar no es el paraíso, que hay un incendio en mi cabeza y que algún día perderé hasta mi sombra.

III) Suelto una bocanada de humo y por un reflejo condicionado me quedo parado en una esquina. Ni siquiera sé por qué pierdo el tiempo en pendejadas, caminando en círculos, buscando algo que nunca encontraré. Los faros de una patrulla llenan el vacío de esta calle y lentamente las miradas enrojecidas de dos policías me miran como si quisieran encontrar el rostro de la culpa en mi cara. Estoy tentado a mentarles la madre, pero la cordura es mala consejera, así que desisto de la idea. No encuentro la salida, camino sin rumbo fijo, como un loco ensimismado en sus delirios. Este aroma de barrio bajo es putrefacto, sólo yo lo aguanto. Pasa de la medianoche y el Metro está cerrado. Tomar un taxi es más arriesgado que beber con judiciales. A fin de cuentas acaba uno desvalijado, como el alma en el traspatio. Ganas de ladrar no me faltan. Uno es un perro olvidado, ciego y apaleado. El anuncio de un bar que huele a orines no es desde luego la mejor frontera. Sigo mi camino. Creo que por aquí ya había pasado. Regresar a casa no es mala idea, pero he perdido el mapa y estoy en un crucero. El miedo a perderme en estos laberintos no es sincero. Quizá sea mejor tirarme a dormir en la banqueta. Hotel Encanto, dicta el rótulo en la puerta ennegrecida de un edificio de tres pisos. La desilusión es mi amante. Prefiero seguir caminando. Una prostituta cuarentona asoma su cuerpo cilíndrico desde un portal y por inercia toco los 30 pesos en mi bolsillo. Inmediatamente pienso en otra cajetilla de cigarros. La reina del destape no quiere nada conmigo, ni siquiera voltea a mirarme, pese a que no parece tener mucha clientela. Un montón de periódicos parece cobrar vida. Cobijado bajo el papel, un menesteroso levanta la mano derecha, como en película de terror serie B, o una escena de Resident Evil IV en el Playstation, y me pide una moneda, “un varito jefe, nomás pa’un taco”. Mi lado bueno es un gandalla. Así que no le doy nada. Es mejor vender el alma, intento decirle… pero no creo que algún demonio esté interesado. Uno es un suicida sin vocación, jugando a perderse a cada rato en purgatorios sin retorno o en incendios sin salida.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 28 de febrero de 2008

 

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