jueves, 24 de junio de 2010

Un ejército feroz de incertidumbres

lagrima3

“Mis noches son un disperso manto de incertidumbres,
los miedos se confunden con el polvo bajo la cama
y los ácaros de la almohada me devoran los insomnios”

Escribió alguna vez Diana, en su libreta de apuntes. Ella se negaba a decirle “diario” porque le parecía una estupidez

“Sólo las tontas que crecieron con
su colección de Barbies tienen un diario”

Era su argumento. A mí me daba lo mismo cómo le llamara, pero Diana era muy puntual en enojarse cuando le decía “a ver, déjame ver tu diario”. Obviamente, yo sólo lo decía para hacerla enfadar. Aquella chica era fanática de devorar libros y le encantaba hacer el amor en cualquier lado, hasta en el balcón, a las cuatro de la madrugada, mientras los vecinos roncaban sus pesadillas. Supongo que nunca nadie se dio cuenta, porque no hubo quejas ni malas caras. A no ser que algún condómino nos espiara sin que nos diéramos cuenta. “Mi ángel de la guarda es un tipo fatigado, siempre imperfecto y descontento, que se queja al oído por las horas extras aunque nunca pide aumento de sueldo”, plasmó Diana en otra hoja. Lo sé porque hace poco me hizo llegar una de sus libretas, supongo porque me extraña un poco más que yo a ella. Me hablaron de la recepción del sitio en que trabajo: “Señor, tenemos un paquete para usted”. Me caga que me digan señor, pero supongo que es una mera formalidad o simple respeto por mi puesto. El envío no tenía remitente, sólo destinatario, y lo abrí sin mayores precauciones. No voy a negar que fue una sorpresa. Eran algunas fotos, unos cuantos recortes de mi columna, y aquella libreta fechada poco después de que termináramos. No traía nota alguna o explicación extra. Cuando comencé a leer los apuntes comprendí que era una manera de decirme que pasó por pésimos momentos, pero que ya estaba superado. Supongo que era una declaración de principios y que desde ese momento me condenaba al olvido.

“Tu valemadrismo es mi verdugo,
tus silencios son la multitud enardecida,
y en la plaza del desconcierto
todos piden mi cabeza.

Yo lo único que pretendía era revolucionar tu vida,
despertar las emociones de tu alma confundida,
pero tu ejército de feroces desconfianzas
me condenó a la guillotina”,

era otra de sus reflexiones. Nada mal para ser una persona poco dada a las metáforas.

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Confusión, dolor, resentimiento, todo eso y mucho más encuentro en los apuntes de Diana, lo que habla de una mujer que pasó por momentos difíciles. Yo también pasé por eso, aunque mis formas de superarlo son poco ortodoxas. Me refugié en otros besos, multipliqué las caricias para que no la extrañaran, me emborraché con desconocidas, me sostuve gracias a los amigos, y poco a poco fui diluyendo como hielos en el whisky el sabor de sus encantos. Si no funcionó es porque soy un tipo muy complicado y ella también es una chica un tanto compleja. Andábamos en distintas frecuencias, porque ella aspiraba a que estuviéramos juntos para siempre y yo, por el contrario, he sido reacio a dibujar horizontes con puestas de sol perfectas. Por Diana conocí a Los Cafres, recorrí los escenarios del Vive Latino, nos bebimos muchas madrugadas y protestamos contra las corridas de toros, derrotamos a los zombis en Resident Evil y nos fuimos de gira con Guitar Hero. Parecía demasiado bueno para ser cierto, pero ni ella era Angelina Jolie y yo estaba más cerca de parecerme a Benicio del Toro que de algún galán de moda. Así que nadie aceptó el pinche guión y nos faltaba presupuesto para una comedia romántica.

“Las alas de una tristeza pálida me abrazan la espalda,
mientras una canción triste me habla de tus ojos
o me recuerda tu sonrisa forzada.

Las lágrimas inundan mis momentos más ruines,
ahogan mis suspiros entrecortados,
porque tus besos ya me están prohibidos
y tu sexo fornicará en otras camas,
en distantes páramos”.

No sé qué hacer con tantos reclamos, con esos apuntes que me dictan bofetadas que no esperaba. Seguro los quemaré cualquier noche, para evitar estar releyéndolos. Sí, no voy a negarlo, suelo causar ese efecto. Es la historia de mi vida: puedo dar lo mejor de mí, que no es mucho, pero al final todo se quedará en un recuento de despechos, de rencores acumulados, de reclamos justificados. Y qué le voy a hacer, si yo no fui hecho para las relaciones a largo plazo, ni los créditos hipotecarios o el hogar-dulce-hogar, ni mucho menos la esposa perfecta que me espera en casa con la cena o aquella mascota que se emociona y mueve la cola nada más con verme. No, lo mío es un pacto que no he firmado con algunos demonios, pero aún así creo que llevarán ventaja en la subasta de mi alma… si es que alguien se anima a pujar por ella.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 24 de junio de 2010

 

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