jueves, 11 de noviembre de 2010

Un poco de esperanza en los bolsillos

© Manual para canallas

En este mundo lo que sobran son jodidos filósofos, pienso mientras observo lo que está escrito en la pared del baño: “Cuando no sabes a dónde ir a veces llegas muy lejos y pierdes el mapa de regreso”

Por eso odio los bares del centro, frecuentados por tipos que se sienten “artistas”. Nada más falta que un wey se le ocurra grafittear un mural en el techo o que cualquier idiota escriba “salida de emergencia” en la taza del baño. En aquel sitio, bastante pretencioso, escasea la originalidad. Un tipo con gafas modernas y un sombrero muy mamila entra al baño, se mira al espejo, se percata de mi presencia y dice algo que a mi me vale madre. Así que salgo sin hacerle caso. Ni siquiera sé por qué acepté reunirme aquí con mis compañeros del taller literario. Son las once de la noche y estoy a punto de irme a cualquier cantina normal cuando llega Pamela. Su nombre no me gusta, siempre me ha parecido muy rebuscado. Ella es una compañera que quiere ser escritora para demostrarle a su papá rico que ella no es buena para los negocios pero que tiene “otros talentos”. Si yo tuviera su lana, estaría en Madrid o en otra ciudad más amigable estudiando literatura en lugar de ir a tallercitos de tres meses. En fin, a mí lo único que me importa es el brillo de sus ojos aceitunados y sus labios carnosos. Ah y también esa cintura tan breve en la que apenas caben mis esperanzas de besarle todo el cuerpo hasta que el deseo la domine por completo.

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Pamela llama al mesero y pide una cerveza, “pero no me traigas vaso”, mira alrededor con seguridad. Y de buenas a primeras nos pregunta “¿y ustedes por qué quieren ser escritores?”. Nos miramos unos a otros y Carlos es el que contesta, queriendo llamar su atención. No es un secreto que cualquiera de nosotros se la llevaría a la cama en la primera oportunidad. “Bueno, lo que pasa es que la literatura siempre me ha gustado”, explica Carlos, “soy un gran lector y quiero escribir cosas que no encuentro en otro lado. Hay demasiada solemnidad”. Luego se queda callado, como esperando que ella diga algo como “¡qué interesante!”. Nadie dice nada. Llega el mesero con la cerveza y Carlos aprovecha para pedir otro whisky “on the rocks”, sí, así de mamón sonó. Entonces Emiliano no pierde la oportunidad de tratar de quedar bien: “Me gusta escribir porque quiero establecer comunicación con mis iguales, quiero sentirme menos solo y más solidario con los que están solos”. Chale, que pex con estos weyes. Pamela agrega algo como “es que escribir es un oficio de solitarios”.

—¿Y tú? —me cuestiona Pamela.

—Yo en realidad no sé si quiero ser escritor —hago una pausa—, esas son palabras mayores.

—¡Cómo crees! —exclama.

—Cómo te explicaré, mmm, bueno, a mí me gusta más leer que escribir. Soy un buscador de relámpagos y siempre estoy esperando encontrar un fogonazo en la oscuridad, una frase que me deslumbre, que ilumine mi locura un poco.

—No mames, pinche Roberto – manifiesta Carlos antes de reír.

Chale, creo que soné muy rebuscado, así que mejor sonrió y bebo otra vez de mi vaso.

—No, no, a mí me parece muy bien lo que dices –Pamela parece realmente interesada—, ¿y qué más?

—Bueno, yo sólo escribo porque es mi mejor terapia para no volverme loco por completo.

Todos ríen y la sonrisa de Pamela me augura puntos a mi favor. Así que tomo confianza y prosigo.

—Yo sólo escribo con el corazón y el alma, no sé si bien o mal, pero lo hago con toda honestidad. No es fácil desnudarse emocionalmente en público, pero no puedo evitarlo.

—Con razón me gusta lo que escribes –interrumpe esa mujer que podría inundar mis madrugadas con delirios.

—Eso es un gran halago para mí –y es verdad—, el combustible necesario para seguir escribiendo.

—¿Entonces todo es autobiográfico? —pregunta Emiliano.

—Sí, la mayor parte, aunque a veces pareciera que sólo es un personaje que trata de convertirse en lo que no he podido ser.

—¡No manches! Entonces has tenido un chingo de viejas –Carlos suena poco convencido.

—No tantas, a veces cuento cosas sobre una misma pero le cambio el nombre en cada historia para evitar demandas o me cobre regalías –bromeo.

Pamela me mira como si comprendiera que está frente a un hombre de esos que le hace falta conocer. Presiento que sus besos no me estarán vedados.

“Escribir es como el boxeo de sombras, hacer fintas frente al espejo; pelear con tu reflejo, sin golpearte de veras; es engañarte un rato y sentirte héroe de novela, villano de tragedias”, añado y luego pido otro trago.

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De camino a casa, Pamela me pregunta por qué no he publicado un libro, “si llevas tanto tiempo escribiendo”. En eso estoy, le recuerdo, “pero aún no encuentro una editorial que confíe en lo que hago”. Pues que tontos, dice. Yo tenía un editor que estaba interesado, pero en realidad no le apasionaban mis letras y sólo calculaba las ganancias por cada libro que se vendiera, aunque siempre me decía que “hacer libros no es negocio”. Yo perdí el entusiasmo. Mi Ipod suena en el estéreo del auto y Antonio Vega canta eso que dice:

“Si ahora me voy de quién serán
las pisadas que oirás llegar.

No existe nada por lo cual
yo te pueda cambiar.

Da igual si no estás,
que te busque por cualquier lugar,
nada me importa hoy,
no se ni dónde voy
persiguiendo sombras.

Busco algo más que un perfil,
es tan distinto a ti.

No puedo distinguir,
no, tu voz dentro de mi.

Es tal el hielo que hay aquí,
este es un frío país
y ni los pies ni las manos
puedo sentir,
pero me gusta recordar,
quiero reconstruir cada imagen,
cada esquina que conservo de ti,
ser un poco sentimental”.

Vaya, la historia de mi vida. Siempre añorando imágenes paganas, besos extraviados, aquella sonrisa que no me volverá a iluminar. Cuando llegamos, le doy las gracias a Pamela por el aventón. Sugiere que le invite otro trago en mi casa. Le respondo que mejor otro día. No sería justo para ella, ni para mí, opacar con fuego otros incendios. Sólo quiero encerrarme a escuchar alguna canción que me orille a extinguir de una buena vez los recuerdos.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 11 de noviembre de 2010

 

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