Magnolia parecía buena onda, aunque tu mejor cuate te había advertido que era "una mamona", bueno a él no le constaba pero había escuchado que la describían como "calculadora y miserable ".
Aún así decidiste correr el riesgo. Te volviste su amigo, te bastaba con estar cerca de ella, observarla de reojo, acompañarla hasta la puerta de su casa. Después de unos meses, ella te parecía la mujer más fabulosa. Te encantaba la manera en que se acomodaba el cabello después de sonreír. Ni hablar de sus piernas torneadas cuando las lucía con unos jeans gastados y esas sandalias con la florecita ridícula. Bueno, hasta la florecita te parecía linda. Ay, Juan, tú siempre tan dispuesto a no juzgarla. En cambio ella no perdía ocasión de criticarte, como aquella tarde en que estabas sentado, escuchando música con los audífonos puestos. "¿Qué escuchas?", te preguntó. "Ahh, es A.N.I.M.A.L.", respondiste como si nada. "Ay, pero qué malos gustos tienes", reclamó, "por qué no puedes oír a los Cadillacs o a Jaguares, como todos". Uhhhh, eso dolió. Solamente sonreíste. En realidad ella siempre te estaba sugiriendo que te gustara lo mismo que a ella, que te vistieras como sus amigos, que no fueras tan serio en las fiestas y que bailaras más. "Ándale, baila conmigo, no seas aguado" y te jalaba a la pista. Se hicieron muy amigos, secaste sus lágrimas en sus peores momentos, rieron con aquellas películas bobas y su madre te veía con simpatía... hasta que te atreviste a besarla aquella madrugada en que ambos estaban algo ebrios. "No, espérate, qué te pasa", ella tardó en reaccionar. El breve beso te iluminó el rostro, pero Magnolia estaba furiosa. "Tú y yo no podemos hacer esto, somos amigos", pretextó. No escuchó razones y alegó que "si no puedes ser mi amigo solamente, entonces es mejor que ahí la cortemos". Le declaraste tu amor. Y se largó sin mayores explicaciones. Entonces comenzó a evadirte, te bloqueó en el Messenger, te dio de baja entre sus contactos del Facebook . Y tú te quedaste con tus ganas de volver a sonreírle.
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No sufriste tanto la vez que aquella chica te rechazó. Es más, ni siquiera cuando aquella otra nunca más contestó tus llamadas y sólo alzaba el auricular para colgar. Lo que más te dolió fue cuando te perdiste a ti mismo. Sí, aún recuerdas con nostalgia una de las etapas más felices de tu vida. Ahora se ha ido y todos los días te empeñas en recuperarla. Cambiaste y rompiste contigo mismo. Ya te habían dicho alguna vez que "duele crecer" y ahora lo estás viviendo en carne propia. La ciudad es un monstruo grande y pisa fuerte (como diría León Gieco), tan lleno de voces, tan devorador de soledades. Y tú te sientes solo, ajeno a todo. Lo peor es que ese hueco no lo llenas con nada, porque te falta un elemento esencial: tú mismo. Y la poesía de Patrick Bruel te cala en los huesos, más que este pinche frío que abofetea en las madrugadas:
"Sobre la alfombra del salón,
un jersey blanco abandonado.
Desde el altavoz del radio transistor
alguien berrea desconsolado.
Es la voz de un tipo sin pudor,
igual que yo, si tú te vas.
Pero te has ido sin adiós.
No volveremos a bailar.
Y desde el cuarto hasta el salón,
que harto estoy de recordar,
que harto estoy de esta canción...
Y de qué te van a servir
tantas excusas exigidas.
Los ojos ya pueden mentir,
pero eso no llenará tu vida.
Todo lo que te importa hoy
ya se lo puedes preguntar
y es lo que dice esta canción:
¿No volveremos a bailar?".
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Juan guardó la última carta que no le entregó a Magnolia. Eran unas cuantas palabras que decían más de lo que alguien podría recitarle al oído alguna vez:
"Se me ha arrugado tu jersey,
toda la noche entre mis brazos.
Si llegas tarde esperaré
y te hablaré de la canción
de un tipo más triste que yo,
culpable de más de un error,
que sólo te pide bailar.
Sólo contigo sé bailar".
Yo le animé a que escribiera todo su dolor, su olvido, su rencor, "lo que quieras, pero escríbelo con el alma y el corazón en la mano". Juan Tototzintle Nava fue mi alumno en mi taller de periodismo y literatura, hasta el sábado pasado. Y hoy es más mi amigo que otra cosa. Es algo callado, un tanto tímido, pero está en camino de aprender a lidiar con sus defectos y perfeccionar sus virtudes. Por ejemplo, escribe muy correctamente, sólo le falta dejarse asesorar por sus emociones y ser menos solemne. De hecho, esta historia la escribimos a cuatro manos. Yo sólo espero haber contribuido un poquito a que sea mejor persona y que haya aprendido a bailar con la imaginación.
manualparacanallas@hotmail.com
Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 18 de noviembre de 2010
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