jueves, 8 de septiembre de 2011

La mejor distancia es la mayor

© Manual para canallas

Cuando coleccionas malos ratos y recibes mensajes como nubarrones, cuando te atosiga el mal humor, cuando cruzas los semáforos en rojo, cuando no dejas de caminar por la cuerda floja, cuando te atosiga el rencor, cuando tu optimismo está en quiebra, cuando tu sonrisa no maquilla las heridas... más vale empacar la almohada y perseguir otros sueños…

Cuando los poetas no son tus mejores consejeros, cuando te asesora un pájaro negro, cuando las canciones sólo hablan de abandonos, cuando no puedes despegar los pies del suelo, cuando hay apagones en tu luna de otoño, cuando se abren las costuras de tu muñeco vudú, cuando los besos sólo saben a licor y menta y sal... no habrá conjuro, ni terapias de pareja, ni noches enteras de placer obsceno que te convenzan de que estás en el lugar correcto. Cuando trabajar sea escapar de las rutinas, cuando construyas castillos con palillos de dientes, cuando ya no rescates princesas en Mario Bros, cuando una pesadilla sea tu mejor sueño, cuando colecciones cupones de descuento, cuando Mario Benedetti te parezca cursi, cuando ya no tararés las canciones de Manú Chao, cuando Facebook te parezca tan divertido como un diplomado en economía... estarás cerca de perder la cordura que guardaste para casos de emergencia...

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Justo escribía todo lo anterior cuando Berenice me distrajo: “hey, te llegó un mensaje” y señaló mi celular. “Sí, está bien” y no le hice mucho caso al teléfono. Yo seguía en lo mismo. Unos minutos después me volvió a interrumpir: “Oye, ¿me puedes decir que chingados te traes con esa tal Jessica?”. Yo hice un gesto de no-sé-de-qué-carajos-hablas. Ella me enseñó el mensaje en mi celular: “Hola. Te extraño, amigo. TQM”. Traté me mantener la calma. “Haré de cuenta que no has reclamado nada y que no has revisado mi celular”, solté mientras trataba de concentrarme en la computadora. “Robertito, te estoy hablando...”, insistió sin dejar de mirarme fijamente. “Sabes perfectamente que me caga que me digas ‘Robertito’ y sé también que lo haces por molestarme”, la observé con ganas de tener al alcance de mis manos unos polvos mágicos que la inmovilizaran con sólo lanzárselos. “Pues hazme caso, me choca que no me hagas caso cuando te estoy hablando”, reclamó Berenice.

Para entonces, Joaquín Sabina cantaba desde el estéreo eso de


“dame, madrina de los sueños de los presos,
patrona de los huérfanos de besos,
señora de la confusión,
dame tu santa bendición”.

No es que fuera una de mis canciones favoritas, pero el estribillo me llamó mucho la atención. Hasta mis peores momentos suelen tener el soundtrack adecuado. Bendita suerte, tremenda coincidencia.

—¿Qué quieres saber, qué es lo que te preocupa? —hice una pausa y le puse atención.

—Sólo quiero saber qué quiere esa pinche vieja, ¿por qué te busca tanto? —parecía realmente molesta.

Nunca he sido muy tolerante, he de reconocerlo, pero hay cosas que es mejor atacar con buen temple, así que tomé el celular y releí en voz alta: “Hola. Te extraño, amigo. TQM”. Y remarqué “aquí dice, con claridad, “A-MI-GO”, así que si soy un poco suspicaz entenderé que valora mi amistad y que se acordó de mí, además de que me quiere mucho como A-MI-GA. No creo que sea tan complicado de entender, a menos que tú seas una espía rusa y estemos en medio de un conflicto mundial en el que todos los mensajes son en clave para despistar al enemigo.

—Roberto, sabes perfectamente que sé quién es ella y no es más que una zorra que está enamorada de ti. A mí no me engaña, sólo tú crees eso de que nada más te quiere como ¡¡A-MI-GO!!

—No manches, Berenice, tú deberías ser escritora de telenovelas... bueno, no, porque en realidad no sabes ni escribir, pero seguro que te iría bien como asesora.

—¿Estás loco?, ¡qué tonterías dices! —seguía indignada.

—Es en serio, tienes un gran abanico de posibilidades y tus diálogos son tan perfectos para “Mi corazón siempre se equivoca” o “Mundo de vilezas” —el sarcasmo siempre será el mejor escudo protector.

—Tú lo que quieres es confundirme, porque no estamos hablando de eso... —Berenice pareció dudar.

—Claro que estamos hablando de eso, de que los pinches-hombres-son-todos-iguales –ya me estaba hartando—, pero qué se puede esperar de alguien que admiraba a Loret de Mola y ahora me sales con que “lo ves, hasta este wey es infiel”, como si el cabrón estuviera en un monasterio y no en la televisión.

—No, claro, que no estamos hablando de todos los hombres, sino de ti, de que eres como todos los hombres –ella no se daba por vencida.

Carajo, hay mujeres que se saben de memoria la tabla del cinco y responden 45 cuando les preguntan cuánto es 5 por 9, pero desgraciadamente no recuerdan la tabla del 9 y se les complica la respuesta del 9 por 5.

—¿Que no conoces esa ley que dice “el orden de los factores no altera el producto”? —mi paciencia estaba al límite.

Ay, Roberto, ¿qué chingados te pasa?, ya vas a empezar de sabelotodo. Sabes perfectamente que no estamos hablando de química ni de física.

Ay, peque, ¡mi vida! Con un carajo, en qué chingados estaba pensando yo. No, alto, seguramente no estaba pensando cuando me involucré con esta reinita. Y cómo chingados te puedes concentrar siquiera cuando la verdad una mujer sí está muy reinita. Ya lo decía mi abuelo, hombre práctico como pocos: “Hay que pensar con la cabeza... con la que piensa, obviamente”. No pude evitar una sonrisa maliciosa.

—¿Y ahora de qué te ríes? Sí, ya sé, seguro te acordaste de algo. Roberto, ¿qué hiciste? Sí, seguramente tengo razón, por eso te ríes, porque te descubrí, ¿verdad? —aquella chica realmente se empeñaba en sacarme de quicio.

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Y si eso fuera la pinche telenovela que ella se imagina, el director tendría que hacer un “cooorte” para llamar a maquillaje y que le den un retoque a la protagonista, antes de la parte en que ella se suelta a llorar sobre el sofá y le reclama a su amado que sea tan canalla. El resto del argumento era lo de siempre: reclamos, lágrimas, el típico “perdóname, es que me da miedo perderte” o eso de “es que no soy yo cuando me enojo”. Lo demás ni viene al caso, es demasiado ocioso. Y luego la reconciliación y las noches de sexo impecable, implacable, que parecen compensar todo... pero sólo es un espejismo y es difícil resistirse a él, realmente difícil. Aunque Joaquín Sabina insista en que “tienes que aprender a decir adiós, porque la mejor distancia es la mayor”.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 8 de Septiembre de 2011

 

 

© Manual para canallas

1 comentario:

  1. te contare por que leo manual para canallas
    tal ves no te importe pero es la 1:10 y no tengo a quien contarle algo así que te diré que:
    hace un año no me importaba en lo absoluto
    pero en la secundaria un maestro nos obligaba a
    leerlo pero con el 1° y 2° que leí me pareció fabuloso y desde entonces se me ha echo un habito leerlos cada jueves!
    en lo personal creo que eres un buen escritor.

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