jueves, 29 de septiembre de 2011

Dedicatorias con pésima letra

© Manual para canallas

La primera vez que vi a Joaquín Sabina fue en la portadilla de un compacto. Me pareció un tipo melancólico, con el cigarrillo en la mano y la vida empeñada en hacer metáforas certeras. La segunda vez que lo vi ya me había atrapado con sus canciones, así que disfruté bastante su primer concierto en México…

Lejos estaba yo de imaginar que platicaría con Sabina varias veces. Mentiría si dijera que somos cercanos o que él me recuerda cada que viene a nuestro país. No, sólo era un mero trato profesional: él hablando de sus discos y yo preguntando lo que me parecía interesante para una nota en el periódico. Pero yo aprovechaba las entrevistas para pedirle que me autografiara mis discos o me dedicara unas líneas para mi jefa. "Es que esa canción de ‘Quién me ha robado el mes de abril' es la historia de mi madre, sin duda", le comenté. Y Joaquín no pareció muy sorprendido, como tampoco entusiasmado, aunque se portó muy amable. Entonces tomó la portadilla del compacto y garabateó algo con la pésima letra que tiene. Nunca he sido muy fanático de nadie, pero es justo aceptar que este tipo flaco y bohemio, harto canalla y calavera, ha sabido cimbrar mis emociones con base en letras inspiradas y posesivas. Por eso me agradó sobremanera la dedicatoria que puso en mi edición de "El hombre del traje gris", dedicada a mi madre: "Para Roberto, que me inspira canciones sin saberlo. Y para Alicia, la de Abril". Y entonces sentí a ese cancionero más cercano que nunca, pese a que él se despidió con una sonrisa que parecía decir "bueno, ya estuvo, ya lograste lo que querías, ahora dame chance de irme a emborrachar".

***

Y sin embargo, el mejor Sabina es el más cercano. Ya lo había entrevistado varias veces, así que no me sorprendió cuando la manager de su disquera me invitó "a una reunión más bien bohemia, en petit comité, después de la conferencia". Acepté sin chistar. Éramos unos seis periodistas, entre hombres y mujeres, en una charla informal que se prolongó entre tragos de ron y tequila. Poco a poco se fueron marchando mis colegas. Yo aguanté como buen bebedor. La gente cercana a Joaquín, que a esas alturas ya me tuteaba, me sugirió que los acompañara a seguirla a otro lado. Ya medio briago, porque le encanta el tequila, Sabina suele ponerse espléndido. Como aquella ocasión en un bar del Centro Histórico. Luego de varias anécdotas y muchas risas, quiso ponerse a tono con la bohemia. "A ver si tienen una guitarra aquí", expresó. Pero por supuesto, aquel bar podía no tener muchos clientes, pero le sobraba espíritu festivo. Y el mesero, que estaba que no se la creía, que saca una lira de quién sabe donde. "Aquí está, señor Sabina" y le dio el instrumento. El autor la tomó en automático y lo miró con complicidad, "¡Carajo, hombre, que dejes de llamarme señor Sabina! Sólo dime Joaquín, tío". El otro reaccionó como lo haría cualquiera: "¡Sí, señor Sabina!". Reímos socarronamente. Y que suenan las cuerdas y Sabina con esa voz fermentada en delirios y pasiones se arrancó con algo que dictaba así

"Jimena tuvo un sueño el martes que viene,
rodando por peldaños de caracol,
desembocó en un laberinto de andenes
diciendo adiós a los trenes que pierdo yo.

Jimena tiene un master en desengaños,
Jimena es una mina antipersonal,
se acuerda de quererme cada dos años
mientras yo me las apaño para olvidar".

Luego hizo una pausa para aclarar que no estaba completa y que aún no tenía título. Yo pensé que era una de esas canciones que salen en alguna borrachera y que se quedan en el tintero. Ya luego me sorprendió que la grabó y que le puso Rosa de Lima. Aún así, todos aplaudimos emocionados.

***

Cada que escucho Rosa de Lima recuerdo a Sabina, pero no al de ahora que ya no fuma y apenas bebe un poco. Esa noche, por supuesto, acabamos en el Tenampa y rodeados de mariachis. Los gringos se nos quedaban viendo por el escándalo que traíamos, pero ni se imaginaban que ese que cantaba con voz ronca "Y nos dieron las diez y las once, la una y las dos...", era el autor de la canción. A estas alturas, Sabina ya abrazaba a dos chicas muy guapas que se acercaron a pedir permiso para una foto pero acabaron tomándose media botella de tequila. Mientras todo eso pasaba yo no perdía detalle alguno porque sabía que algún día lo contaría. Unas horas después, Sabina se hartó del relajo, así que dejó instrucciones a su gente y con el típico pretexto de "voy al baño" se dio a la fuga. Cuando nuestras invitadas, que dijeron ser "diseñadoras y artistas" se dieron cuenta de que Joaquín se había ido, también pensaron en marcharse, pero el alcohol es un océano de fuego y al final se quedaron. Ya en la madrugada seguimos la fiesta en el depa de una de ellas y aquello fue como una de esas historias que suele cantar Sabina. Mientras una de las chicas dormitaba junto a mí, imaginé a Sabina solo en su hotel, tocando la guitarra, mientras yo estaba disfrutando de sus oficios de seductor. Suena a lugar común, pero nadie sabe para quién trabaja. Y que me acuerdo de otra rola chida del Sabina:

"Hay una espalda que me está mirando,
hay una nuca que se está dejando acariciar por mí,
hay unos ojos que no saben nada,
hay unos labios que de madrugada me dirán que sí".

Sabina no me lo va a creer cuando se lo cuente, fue la tontería que pensé, sin imaginar que no volvería a platicar con él (al menos hasta ahora). Y por supuesto que me sentí más cercano del Sabina más humano, ese que tiene pésima caligrafía, una letra casi indescifrable, ese que nos dinamita la tranquilidad cuando escribe nuestra historia personal:

"En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del bolsillo y grita
‘¿quién me ha robado el mes de abril?'...

El marido de mi madre
en el último tren se largó
con una peluquera veinte años menor".

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas 
Roberto G. Castañeda 
Jueves 29 de Septiembre de 2011

 

© Manual para canallas

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