jueves, 6 de octubre de 2011

Ni cómo amaestrar los ratones

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Mónica es llenita pero tiene buena cadera y senos generosos. Se arregla bien y cuando usa jeans provoca malos pensamientos y piropos al pasar. Usa gafas modernas, aunque piratas, y se recoge el pelo con una cinta que varía de color según ande vestida…

Es guapa a secas, pero “está bien buena”, dicen sus compañeros de oficina cuando miran su trasero. A sus 32 años ella es demasiado inmadura y hasta algo berrinchuda. Recién separada de un tipo que no quiso casarse con ella ni presentarle a su familia, Mónica se siente liberada, así que todos los días se arregla como si fuera noche de antro y coquetea con los hombres guapos y también con los feos. Ella es secretaria y le encanta que la chuleen, aunque sean los chavos que hacen la limpieza y hasta el señor del estacionamiento. Hace un mes que se acuesta con su jefe y todos lo saben, aunque ella crea que han sido discretos. Según Mónica, nadie se ha dado cuenta, pero sus compañeras no la bajan de “zorra”. De hecho, a Mónica ni le gusta don Hugo, pero “es un caballero y me trata como una reina”, según le cuenta a su amiga Susana, que es su íntima desde que estudiaban juntas. Hugo es más bien feo, incluso un poco barrigón y le lleva unos 15 años, pero “tiene una Explorer muy padre” y siempre le compra regalitos o la invita a restaurantes caros e incluso le regala ropa interior para que ella luzca mucho más hermosa, cuenta con malicia la muchacha. Todo eso no parecería raro, si no fuera porque Hugo es casado y tiene una hija de 25 años. Pero eso a Mónica no le importa, porque siempre ha andado con sujetos casados, aunque ella se justifica con el argumento de que son los únicos que la buscan. Es más, si un tipo le gusta o le interesa más de la cuenta, ella se da sus mañas para tratar de “divorciarlo”: ya sea dejándole recaditos en la bolsa del saco, manchándole la camisa con carmín, echando cerillitos del hotel en su pantalón y, ya en caso extremo, pedirle a su amiga Susana que le hable a la mujer del susodicho para decirle que “su marido la engaña con una secretaria de la oficina”. Y sí, le ha funcionado un par de veces, porque los tuvo para ella sola un buen rato, sólo que al final sus galanes acabaron reconciliándose con su familia y la dejaron botada. Aunque da el “gatazo”, si miras bien a Mónica te darás cuenta de que es menos de lo que aparenta o algo así como unos jeans piratas de Armani o unas gafas apócrifas de Ray Ban: tiene cintura, pero también un mapamundi de estrías; su sonrisa es agradable, pero le falta un diente del lado derecho; es muy simpática y alegre, pero igualmente chismosa y destructiva; vestida se ve muy bien, pero desnuda sufre con la celulitis. Cuando se mira al espejo, cada mañana, lo hace con indiferencia, como si fuera la villana de una telenovela. Y cuando se pinta la boca, suelta una sonrisa entre cínica y maliciosa. La ternura no tiene espacio en su rostro.

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Nada es más patético que una mujer que odia. Y peor si esta herida por un desaire, un despecho. Son horribles: se ven feas, hechas jirones, histéricas y encima pensando sólo en vengarse, en destrozar al maldito que tuvo el atrevimiento de “abandonarla” o “cambiarla por otra”. Y lo peor de todo no es que destilen amargura, sino que se ciegan, no saben ver que si aquel estúpido no está con ellas es porque no valía la pena. Por lo general, estas mujeres adoloridas prefieren ahogarse en alcohol, romper las fotografías o tirar a la basura los peluches y regalitos, antes que sentarse a reflexionar que ella se merecen a un buen hombre y no a un patán que en cualquier rato las bota. Es lo malo de no conectarse con sus demonios y sus ángeles internos, porque prefieren ver telenovelas o leer el TV Notas. Todo esto se lo dije a Mónica el día que la cortó su galán en turno. De eso han pasado un par de meses y ella no puede superarlo, encima de que se ha puesto gorda y se “desquita” acostándose con cualquiera. Es mi amiga y la quiero mucho, pero eso no quita que yo le diga que es una idiota. Y sí, hay hombres malos, buenos y regulares, pero a cada una le toca el que merece, no el que quiere. Igual y es un rollo kármico y siempre le tocan los peorcitos porque está pagando algún daño hecho antes; o a lo mejor y hasta es herencia de su familia disfuncional. Lo más sencillo es ser básico, simple, porque así fuimos educados, porque siempre tuvimos déficit de afectos, acaso debido a que desde niños fuimos tratados más como una carga que como una bendición. En fin, no me hagan mucho caso, lo que pasa es que a mí el otoño me viene un poco mal y me da por ser más huraño que de costumbre. Y cada que miro hacia atrás, encuentro las huellas de aquella persona que alguna vez fui y que ahora desconozco. Es que conocer tus defectos es igual que tener ratones en la casa: son una molestia, siempre los andas espantando, cuando no te espantan a ti, pero es muy complicado erradicarlos. Ni cómo amaestrarlos. Y el día que consigues echarlos, te das cuenta de que ahora tienes que lidiar con las cucarachas o con las pulgas. A lo más que podemos aspirar es a dormir tranquilos un día, pero conscientes de que nos esperan noches de tormentas o mil días de ansiedad. De no ser por los sabios consejos de Joaquín Sabina, seguro que yo estaría en el manicomio:

“Si alguna vez he dado más de lo que tengo,
me han dado algunas veces más de lo que doy,
se me ha olvidado ya el lugar de donde vengo
y puede que no exista el sitio a donde voy. 

A las buenas costumbres nunca me he acostumbrado,
del calor de la lumbre del hogar me aburrí,
también en el infierno llueve sobro mojado,
lo sé porque he pasado más de una noche allí...

Lo bueno de los años es que curan heridas,
lo malo de los besos es que crean adición;
ayer quiso matarme la mujer de mi vida,
apretaba el gatillo… cuando se despertó”.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 6 de Octubre de 2011

 

 

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