jueves, 14 de noviembre de 2013

Ya no quiero recordar tu tristeza

Manual para canallas - Ya no quiero recordar tu tristeza


“He guardado polvo de tus alas pequeñas
en una cajita colorida de sorpresas
para abrirla de vez en cuando
y que salten algunas chispas de tu alegría.

Ya no quiero recordar tu tristeza
ni la tragedia de tu nombre.

Yo prefiero olvidar tu dolor
y que lo padezcan los que te hicieron daño” 


Escribe un hombre en el silencio de una página en blanco...


Jorgito no es un niño cualquiera. Su sonrisa es cristalina, espontánea y tiene una mirada que irradia inocencia. A sus cuatro años parece un chamaco feliz. Sólo que esa imagen está congelada. Es una fotografía Polaroid, acompañada por una veladora. Su madre solloza al tomar la foto y abrazarla contra el pecho. Ella es joven y está destrozada. La tristeza es una estación de trenes a la distancia, como esas postales en las que nunca ves a una persona. Jorgito era un niño triste, pero su madre se empeña en recordarlo a través de esa sonrisa, de ese brillo en los ojos. Nadie tenía tiempo para el pequeño. La abuela siempre estaba ocupada en su tienda. Su madre prefería el desmadre, porque a los 25 años aún te sientes inmaduro. Karina tuvo al niño a los 19 años porque sus padres le impusieron que naciera y además que se casara con Jorge, aunque ninguno había terminado la prepa. Para Karina el niño era más una carga que una responsabilidad. Igual para Jorge. Sólo duraron juntos tres años. Así que ella le enjaretaba al chamaco todos los fines de semana. Al principio, el chavito era el más entusiasmado, pero conforme pasaron los meses ya no quería estar con su padre e incluso lloraba tan sólo de pensar que tenía que alejarse de su madre. Pero Karina a eso no le importaba, es más, ni le prestaba atención, porque ella quería salir con sus amigas, ligar en el antro, echarse unas chelas y no llegar a dormir a la casa. La abuela estaba tan cansada que ni cuenta se daba. Así era casi todos los fines de semana. Cada quien en lo suyo y el niño igual que un cachorrito extraviado. De una casa a otra, añorando los abrazos, con ganas de que alguien se sentara a su lado nomás un rato a jugar a los cochecitos. Pero no, Jorgito estaba más abandonado que un cachorro en el traspatio. Y así pasaban sus días, con ese halo trágico de los que se van quedando solos, a merced de los demonios.

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Todavía con resaca y desvelada, Karina fue por su hijo a casa de Jorge. Para ser lunes él también lucía de la fregada. Semidesnudo y de mala gana abrió la puerta. Entendió que iba por el niño. La hizo pasar con familiaridad. Ella caminó directo a la recámara para despertar al pequeño. Lo primero que sintió fue la frialdad de su piel, aún bajo la pijama. En cuanto lo volteó quedó sorprendida, sin saber cómo reaccionar. El niño tenía la boca llena de sangre y vómito, y entonces la vida no habitaba en su mirada. El dolor se abalanzó sobre Karina, que gritó como nunca llamando a su “¡Jorgito, Jorgito, despiértate, despiértate!”. Pero el cuerpo inanimado no iba a responder más a los abrazos que antes escasearon. Su ex marido también comprendió lo que había sucedido, pero en lugar de reconfortarla acabó de vestirse y se largó por el mismo rumbo que siguen los cobardes. 

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El reporte forense fue igual de frío que los intereses de un político corrupto. El niño murió por una congestión alcohólica. Y lo peor de todo: fue víctima de abuso sexual y tenía marcas de mordidas en hombros y brazos. Sólo alguien sin escrúpulos, sin sentimientos, pudo haber sido capaz. El padre siempre fue un desobligado e incluso le pegaba a Karina sin el menor pretexto, pero nadie imaginó que fuera capaz de una salvajada. Es lo malo de dejarse llevar por los instintos más básicos. Jorge se emborrachaba y le daba cerveza al niño. Ahora Jorge está prófugo. No era la primera vez que abusaba de él, pero nadie se había dado cuenta. Y es muy simple: el niño sólo era un objeto más, nadie jugaba con él, ninguno estaba atento a lo que sentía o pensaba. Y no es raro, pues la mayoría no sabemos interactuar con los pequeños y nunca nos ponemos a su nivel. Si lo hubieran escuchado, si se hubieran extrañado de que ya había perdido la sonrisa, si alguien hubiera notado que ya no había ese brillo de entusiasmo en los ojos. Ahora sólo queda el recuerdo en una Polaroid, pero incluso esa sonrisa empieza a ser borrosa. Ay, Karina, la tristeza es una larga caminata hacia el vacío. Y no hay laberintos que te salven. Y no llorarás más lágrimas verdaderas. Morirás de sed mientras te llueve en los ojos. Los recuerdos han perdido valor en esa casa de bolsa que es el futuro. Tu dolor, mi dolor, todas las penas del mundo no alcanzarán para congraciarte con la vida. Jorgito nunca fue tuyo, no lo acogiste en tu seno cuando más te necesitaba. No, aquel pequeño no te volverá a dar lata y podrás seguir con tu vida disipada. Beberás fuego y vomitarás bilis cuando te acosen las resacas. Y si algo de humanidad te cubre aún los huesos, tomarás aquella foto entre tus manos y llorarás la ausencia que nunca antes te importaba. Y mientras tú ahogas tus remordimientos en alcohol, en algún sitio habrá un conmovido Dante Guerra cincelando un epitafio decoroso para todos los Jorgitos que se fueron y los que aún están a merced de aquellos ojos lujuriosos entre las sombras: 

“Guardo tus sonrisas de Polaroid,
queriendo que te quedes por siempre
en el corazón de la memoria.

He guardado polvo de tus alas pequeñas
en una cajita colorida de sorpresas
para abrirla de vez en cuando
y que salten algunas chispas de tu alegría.

Ya no quiero recordar tu tristeza
ni la tragedia de tu nombre,
yo prefiero olvidar tu dolor
y que lo padezcan los que te hicieron daño.

Lo que yo quiero, pequeño huérfano,
es que tus fotos se conserven inmaculadas,
intactas como aquella inocencia
que nunca te debió ser arrebatada”. 


manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 14 de Noviembre de 2013.

© Manual para canallas


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