Soñé con mis muertes. Las que llevo a cuestas: la muerte de mi abuelo, las flores en el velorio de la abuela, el fallecimiento del marido de mi madre, la tumba que le designé a mi padre, aquella lápida que le quedamos a deber a mi hermanita. Todas las muertes se me juntaron en un sólo sueño. Y mis lágrimas no alcanzaron.
Aún siguen sin alcanzar estas lágrimas que no solté en su momento. Soñé mi propia muerte y no fue agradable. Soñé que sólo era un sueño. Y desperté angustiado, con ese súbito golpe de crueldad que te abofetea cuando sabes perfectamente que tienes deudas pendientes. Yo que no he sido un buen hijo, ni un padre ejemplar, mucho menos un gran hermano. Yo tan cretino lloré mi propia muerte en sueños, como si mereciera algo de piedad, como si hubiera sembrado algo bueno. Aún traigo ese marcapasos anidado en el corazón, aferrado con sus garras a mi pecho, como queriendo gritar algo, como si anunciara una tragedia. Sí, la angustia, el sobresalto, es un jodido marcapasos. Será por eso que últimamente me noto distraído, algo fuera de contexto, como si estuviera deprimido. Yo no sé qué carajos sucede, ya consulté mi horóscopo, a mi psicoterapeuta y también chequeé las fases lunares, pero nadie me tiene una respuesta. Tal vez sea culpa del calendario. De unas semanas a esta fecha me acechan las dudas, estoy a merced de esa jauría. Y me revuelvo en la cama, escucho el ruido de fondo y me inquietan los aullidos lejanos de los perros, el ulular de las sirenas y una canción tenue que escapa de alguna ventana. Han pasado dos años desde que anhelaba un lanzallamas y un libro de poemas.
Recuerdo entonces mis deseos:
“Quiero paz, quiero tranquilidad, que los cuervos ya no revoloteen graznando frente a los ojos abiertos de mis sueños. Y no deseo un pastel de cumpleaños ni tarjetitas cursis que prometan amistad hasta la posteridad. Quiero un lanzallamas. Y el combustible necesario para incendiar todo mi pasado. Sí, sería más romántico un bidón de gasolina y un encendedor Zippo, pero a estas alturas no me puedo andar con tibiezas. Así que prefiero un lanzallamas con el combustible adecuado”.
Algo tarde he comprendido que el pasado no se puede incendiar, porque en ocasiones ha sido forjado en el infierno, como una espada humeante. Sí, en días recientes me noto distraído, algo fuera de contexto, como si estuviera soñando demasiado con mi propia muerte.
>>>
Que ganas de que no se me hubiera escapado este año con tanta celeridad. Que ganas de reciclar los deseos de mi pasado cumpleaños:
“Otra vez quiero paz, quiero cielo, quiero otra canción que me recuerde que soy la suma de mis defectos, el recuento de pellejos, un armazón de esqueletos y un corazón en fragmentos. Ya no quiero un lanzallamas, me conformo con este libro de poemas que me regalaste para leer en voz alta mientras prendía fuego a todo lo que me ha dado más tristezas que momentos buenos”.
Que ganas de ya no soñar con mis huesos en el cementerio. Esta vez no pido tanto, porque estoy en bancarrota y desahuciado. Ahora no se trata de lo que deseo, sino de lo que ya no quiero. Hoy en día, como debió ser desde mucho antes, ya no quiero que mi infancia me siga atormentando. Ya no quiero demonios danzando en mi cerebro, ni esta nube en la mirada, mucho menos esta soberbia que me gobierna. Ya no quiero trastes en el fregadero, polvo en los rincones de mi casa, tantas pendejadas en la cabeza, tanto vacío en el pecho. Ya no quisiera tantas muertes inútiles en las calles, ya no quiero ser tan sentimental y fingir que no pasa nada. Ya no quiero que me rebase el tiempo sin declararme un idiota por completo. Ya no quiero poner más pretextos. Ya no quiero soñar con mis huesos en el cementerio. Ya no quiero un lanzallamas, ya no quiero tanta cobardía, ya no quiero tanta tristeza en mis historias, ya no quiero tanto desvelo. Ya no quiero tu ausencia, ni el fantasma de tus besos, ni facturas por pagar, como tampoco quiero sonar como un tipo desesperado. Sólo pasa que últimamente me noto distraído, algo fuera de contexto, como si estuviera deprimido. Y no sé qué chingados sucede. Ya consulté mi horóscopo, a mi psicoterapeuta y también chequeé las fases lunares, pero hasta ahora nadie me puede dar una respuesta. Será culpa del calendario, de tantos abrazos y buenos deseos. O quizá es que ha llegado el momento de ajustar cuentas. Cómo voy a saberlo, si soy una montaña de dudas o un continente de pretextos. Será por eso que de un tiempo a esta fecha me noto fuera de contexto. Por si las dudas, me curo las resacas con canciones de Nirvana y me receto el analgésico de Dante Guerra:
“Quiero un batiscafo y la profundidad de tu mirada.
Quiero clases de buceo y sumergirme en tus deseos.
Sólo sueño con la poesía de tus senos,
guiándome noche adentro.
Sólo anhelo, imperecederos,
todos tus ‘te-quiero’.
Y hundirme lento, lento,
en el abismo de tu sexo.
¿Ya te dije cuánto deseo
un batiscafo technicolor?
Y ver pasar frente a mí
los arrecifes de tu cuerpo.
Y maravillarme por completo,
ante el oleaje de tu vientre.
Sólo quiero un batiscafo
y dirigirme noche adentro
en los arrecifes de tu cuerpo”.
En definitiva no estaría mal contar con un batiscafo o una escafandra, como canta Silvio Rodríguez, para explorar “al pie del mar de los delirios”. O nada más para hundirse definitivamente en la negrura del abismo. Y no despertar jamás. Y no volver a soñar con tu propio sepelio.
manualparacanallas@hotmail.com
Roberto G. Castañeda
Jueves 28 de Noviembre de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario