jueves, 7 de octubre de 2010

Sólo te queda empeñar el alma

© Manual para canallas...

A veces me siento como un tonto, esperando algo que me diga que la vida es mucho más que esta sucesión de soledades, este recuento de maldiciones o fracasos. Y me da por poner una y otra vez la misma canción:

“Hice un lugar en el refugio de mis sueños
y guardé ahí mi tesoro más preciado,
donde no llega el hombre con sus jaulas
ni la maquinaria de la supervivencia…

Me fue más fácil intentar la vida,
que venderla al intelecto y la conformidad.

Y ahora sólo un camino he de caminar…

Y morir queriendo ser libre,
encontrar mi lado salvaje”.

Cómo tú, como tus padres, como el vecino, igual que el microbusero, la enfermera, el policía, los maestros, el licenciado o aquel arquitecto, la mesera y cualquier estudiante, siempre he sido un número. No importa el nombre, lo que cuenta es la matrícula, la cantidad que debes, los intereses que pagas, el número de cuenta, el número en la lista, el tanto por ciento de una encuesta o un turno en el banco.

Desde que recuerdo siempre he sido una cifra. En la primaria era el número 12 o el 14 en la lista, pero en la secundaria me asignaron el 17 durante tres años.

En las cascaritas del recreo siempre me escogían al último sólo porque usaba lentes, pero ahora resulta que para Hacienda soy una prioridad. Y cómo no, si lo que quieren es cobrarme impuestos, aunque en mi calle el alumbrado público esté descompuesto, pese a que el Preciso no ha respondido a mis expectativas y este país siga en la ruina. Quién sabe si les deba algo, pero no creo poder pagarles en efectivo y mi alma tiene visa para el purgatorio desde hace un buen rato. Además mi saldo bancario es frecuentado por los ceros, así que mejor les hago un inventario por si planean un embargo.

Soy dueño de muchos defectos, de mil suspiros frente a la ventana, tengo la letra incompleta de una bolero, he comprado un traje negro, ya soñé con mi funeral y por fin terminé mi epitafio. No he dictado mi testamento porque desde niño sólo ahorro retazos de memoria para no olvidar lo feliz que era.

Desde que recuerdo nunca confíe demasiado en la vida, mucho menos en el destino, así que todos los días me encomiendo a un San Judas de yeso que me mira con ternura. En cambio, el póster de Darth Vader siempre destella malicia.

Por poco lo olvido, pero también tengo una máscara de Blue Demon, así como un Pato Lucas de peluche despeinado, todos los libros de Bukowski, acetatos de Los Fabulosos Cadillacs y Radio Futura, un reloj que se retrasa cada hora, un saxofón desafinado, una Betamax descontinuada, un Atari descompuesto, este maldito refrigerador que ronca más que mi abuelo, el faro de un Volkswagen que estrellé en la madrugada, un banderín de Cruz Azul, los 20 poemas de amor y una canción desesperada y un tarot que lee el pasado.

Igual poseo una torre Eiffel en miniatura, la autopista Scalextric de mi infancia, unos Converse clásicos, la playera de la Selección del 86, esa foto del Che Guevara, el póster gigante de Tin Tan, una combinación del Melate sin revancha, un espejo que sólo refleja los defectos, el boleto de una rifa fraudulenta, un trofeo al menos popular de la prepa, una colección de fracasos que nadie querría en una subasta. Conservo las tiras de Mafalda, el diploma al mejor portado en segundo de secundaria, las figuras de Kiss en miniatura, una que otra revista Mad; y valoro el disco autografiado de Sabina, la foto con Calamaro, un cómic noventero de Mortadelo y Filemón, una edición viejísima de Las batallas en el desierto, tus besos para mis madrugadas en vela, y aquella bufanda que mi hermana me tejió hace dos Navidades. Tengo dudas, tengo certezas, pero lo mejor de todo es que tengo el espíritu de los que nunca se dan por vencidos, aunque vengan del banco a embargarles hasta el último suspiro. Y es entonces que entro en sincronía con esa rola de La Renga que vocifera:

Y ahora sólo un camino he de caminar,
cualquier camino que tenga corazón.

Atravesando todo su largo, sin aliento,
dejando atrás mil razones en el tiempo.

Y morir queriendo ser libre,
encontrar mi lado salvaje,
ponerle alas a mi destino
y romper los dientes de este engranaje.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 07 de octubre de 2010

 

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