Diez ejecutados más en el conteo de los noticieros. Tu hermano mayor sigue sin conseguir empleo, tu madre no deja de rezarle a los santos de su devoción, tu perro huele el miedo y se refugia bajo las escaleras. Y tú, tú estás a merced de un futuro que puede ser dinamitado
Los discursos del presidente rebosan optimismo y argumenta que su gobierno no claudicará en su lucha contra el crimen organizado o que lo peor de la crisis ha pasado. Pero tú no estás para confiar en simples palabras, no cuando encuentran un encobijado a unas cuadras de tu casa o los sicarios son cada vez más adolescentes o tus vecinos trafican con drogas y traen auto del año. Y la Navidad no remediará nada, ni será época de tregua.
Tu padre tuvo que vender su Chevy. Aquella señora debió empeñar hasta el anillo de la abuela. La doña que hace el aseo sacó a su hijo de la escuela. El Güero de los tacos sigue teniendo clientes, pero el suadero es cada vez más tieso, sospechosamente. El ruco de la tienda lleva dos semanas vendiendo los cigarros a 38 varos y escondiendo la azúcar porque alguien le dijo que va a subir en enero. Y las amas de casa se truenan los dedos porque con 100 pesos ya no alcanza para una comida decente. Pero el más gris de los presidentes jura que nuestra economía se está recuperando.
Y tú no tienes un tío influyente que te consiga un trabajo de medio tiempo. Y tus maestros son muy manchados. Y se siente de la chingada no tener ni 20 varos para una recarga Movistar. Y los hijos de los políticos vacacionarán en Aspen y harán muñecos de nieve que sonríen igualito que en los catálogos. Y este jodido año se ha esfumado. Y la Navidad se llenará de lucecitas chinas y las posadas escasearán y en tu casa volverán a cenar pollo rostizado y Sabritas en la Nochebuena.
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Y un libro será tu refugio, hallarás un poco de consuelo en la poesía, y te aferrarás a terminar una carrera y soñarás con viajar al extranjero. Pero el último tren no esperará mucho. Y la Navidad no solucionará nada. Y se acabó el jodido año. Y no habrá treguas. Los descabezados seguirán siendo noticia. Nuestro presidente, en uno de esos momentos de soledad frente al ventanal, suspirará con ganas de que ya se acabe su sexenio. Y los pobres serán más multitud. Y la violencia se multiplicará. Y los sicarios rondarán en cada esquina, con una pistola en la cintura y un escapulario en el cuello. Y las tiendas departamentales se llenarán de ofertas y en el Wal-Mart volarán las pantallas de plasma y Santaclós será espléndido con los regalos. Y nadie parecerá preocupado por lo que pase el próximo año. Y habrá que aferrarse a la cordura, al postulado de ese poema que murmura:
“Que no me alcance esa bala perdida,
que no me toque la maldad en esta rifa,
que los Dioses blinden a mi ángel de la guarda.
Que no me roce la locura,
ni me roben la esperanza.
Que mis pasos vuelvan a casa,
que los rezos de mi madre surtan efecto,
que este país en llamas no se vuelva más cenizas.
Y que los hombres buenos ganen algunas batallas,
aunque sea en el exilio, lejos de este purgatorio”.
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Un hombre triste balbucea algo, sentado en una banca. Un Santaclós demasiado flaco se encamina hacia el centro comercial. Aquel chavito lo señala desde el autobús y la madre, que viaja a un lado, no le presta atención. Diciembre se pasea con prisa en cada calle. Dos empleadas retocan aquel árbol de Navidad en el aparador. Un maniquí con sonrisa de yeso parece feliz con su bufanda a rayas. Y un chavo de la calle pasa hambre y pasa frío, mientras todos le niegan una moneda. En Liverpool y Suburbia hay facilidades para que malgastes tu aguinaldo. Y los culeros de Banamex te cobran comisiones hasta por consultar tu saldo. Y los dueños de los bancos donan millones al Teletón con la mano diestra, mientras con la siniestra te embargan la casa, el auto y, si pudieran, intentarían con tu alma. Los niños, tus sobrinos, los hijos, tus hermanos, cambian sus deseos con cada bombardeo de la tele: hoy quieren aquel juguete, mañana un celular rosa, ayer preferían un Xbox. Y no quieres imaginar su cara de pesar cuando vean que los Reyes Magos volvieron a fallarles. Pero qué saben ellos de presupuestos, de un país en la miseria, de un gobierno que parece promotor del desempleo. En el banco ya hay adornos navideños. Y tu tarjeta de crédito está saturada. Y una mujer triste mira con melancolía por la ventana del Metro. Alguna deuda la atormenta. Quizá su hijo ande en malos pasos, tal vez sea un sicario en potencia. Y como tú, como yo, seguro cenará espagueti y un trozo de carne que no hará más llevadero el fin de año. El destino es un asesino a sueldo, que te sigue y no encuentra el momento adecuado para jalar del gatillo, mientras tú te agobias de sobresaltos. “Cuide su aguinaldo”, recomienda alguna dependencia de gobierno. Como si no supieran que ya lo tenemos endeudado, reservado para pagos atrasados. Un Santaclós percudido, frente a una Polaroid, sienta a un niño en sus piernas. Son el presente y el futuro, en una triste metáfora de tus días más afortunados. Y tu que siempre quisiste que tus Navidades fueran como un catálogo de Sears.
manualparacanallas@hotmail.com
Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 9 de diciembre de 2010
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