jueves, 18 de agosto de 2011

Canciones para autosabotearse

© Manual para canallas

Tu padre te dijo que el futbol no dejaba nada, que mejor estudiaras. Tu maestro menos apático te sugirió que tenías vocación para la arquitectura o la ingeniería. Y aquel tío un poco calavera pronosticó que serías un chingón y recorrerías mucho mundo: “sólo sigue tus instintos”…

Así que descuidaste la escuela, te empeñaste demasiado en el futbol y la novia, tronaste matemáticas dos cursos seguidos, y encontraste consuelo en la mediocridad: total, si no la hago, me dedico al negocio de mi jefe. Pero aquel changarrito ya no es lo que era antes, apenas alcanza para sobrellevarla. Ni modo que te metas de microbusero o que te juntes con el Tirapapas que nomás anda rolando en la motoneta para ver a quién le chinga el celular. Y tu vocación de arquitecto está en veremos. Y el futbol lo mismo, porque ya te tronaron los meniscos de la rodilla. Y tu vieja se hartó de estar encerrada, mirando la tele o jugando videojuegos, así que mejor volvió al cotorreo con sus amigas las más desmadrosas. Tu padre siempre te dice que deberías trabajar en el micro de tu padrino. Preferirías ser una botarga de Danonino o bailar con el disfraz del Doctor Simi, que lidiar con señoras igual de histéricas que tu madre. “A ver si vas buscando trabajo, porque ya me cansé de mantener webones”, reclama aquel señor panzón que sientes tan extraño pese a que siempre cena a tu lado. Y mastica con la boca abierta y eructa como una bestia. Tú sólo piensas en escapar un día y dejar de escuchar que todo está más caro, que los políticos son unos ojetes, que los vecinos son insoportables sólo porque se compraron un televisor de 29 pulgadas. Y tú aún insistes en que el mundo es el que gira hacia el lado incorrecto, que eres víctima de los desatinos ajenos, que algún mecanismo del destino se volvió en tu contra. Es más fácil ser conmiserado, tirarse para que lo levanten a uno, que ponerse las pinches pilas y mandar todo al carajo para comenzar de nuevo. Pero no fuiste educado para luchar, sino para quejarte. Pinche gobierno, pinche destino, pinche vida culera, pinches ojetes que no me quieren, pinche vieja zorra, pinches maestros tiranos, pinche familia que como chinga, pinches tardes tan aburridas... Y lo que no has considerado es que te convertiste en un experto en autosabotearte. Pero como dice Bukowski, “aprender a ganar es difícil, cualquier idiota puede ser un buen perdedor”.

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Tu madre te suplicó que no dejarás la universidad, pese a que estabas embarazada. Tu bueno-para-nada estaba más asustado que tú, pero salió con su babosada de “donde come dos, comen tres” para llevarte a casa de la suegra. Tu hermana te lo había advertido: “ese wey nomás te va a embarazar y el pendejo no sabe ni trabajar”. Pero tú sentías que lo amabas, que aquella era la historia más maravillosa de tu rutinaria existencia. Y cuando gemías de placer, mientras tu jefa estaba en el trabajo, sentías que en la vida estabas derrotada. Demasiado optimismo y tan poca cordura. Y allí vas, a echar por la borda todos los buenos deseos. Y te duele la cabeza y te rechinan las rodillas, pero nada peor que esa melancolía que ensombrece tus párpados. Dan ganas de acostarse en las vías, a esperar que el próximo tren no tarde demasiado. Y tu padre grita que ya está harto de los políticos y ni siquiera tiene credencial para votar. Y tu madre piensa en engañarlo con el carnicero. Tu madre ni siquiera se ha dado cuenta que le han robado el maquillaje. Ella está más ocupada en remendar calcetines y pelear con las vecinas. Y tu perro ya no juega contigo porque se ha vuelto huraño. Malditos sean los días en que amaneces demacrada, benditas las noches en que logras conciliar el sueño sin asomo de pesadillas. Nunca la realidad fue tan confusa. Nunca tus dudas fueron tan extensas. Y te olvidas por un rato que el mundo real es patético. La confusión vive contigo, se esconde bajo la almohada, te acecha en cada esquina, te sigue los pasos, aunque no la veas cada que te vuelves para mirar a tus espaldas. Carajo, ¿por qué tu mundo es tan complicado? Por una razón muy simple: te has empeñado en sabotear tus proyectos. Nadie te los ha robado. Tu misma empeñaste tus sueños, aunque llores a destiempo. Y no hay libros de superación personal, ni terapias grupales, ni pinches placebos, que te empujen a salir del agujero. Ya ni llorar es bueno. Aunque las canciones parezcan ser remedio, aunque encuentres algo de consuelo, no hay lámparas maravillosas, ni soluciones instantáneas como ganarse el Melate. Cuando alguien se empeña en ser pendej@, nadie necesita indicarle el camino a la autopista. No sé quién dijo eso o si lo acabo de inventar, pero te queda como anillo al dedo.

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Podría ser peor: si tus amigos te traicionaran, si tu chava se acostara con tu peor amigo, si tu mayor enemiga te robara al chico de tus sueños, si fueras empleado de tu propio padre. Podría ser peor, pero todo parece demasiado. Te educaron para quejarte siempre y solucionar poco y complicar todo. No le pidas soluciones a quien es experto en buscar pretextos y coleccionar sinsabores. Dominar el PlayStation no es una profesión, si no ya te hubieras titulado. Tu celular no suena con la frecuencia que quisieras. Tus amigos tienen sus propios problemas. Ni un mensaje que te salve de la rutina, ni una llamada que te indique que alguien te extraña. Cada quien sus miserias, cada quien sus miedos y hay que lidiar con ellos. Podría ser peor: si tuvieras que hacer tres exámenes extraordinarios, si te mandaran a cuidar a tu abuela amargada, si te emplearas como afanador en unos baños públicos, si te contagiaras de una enfermedad venérea, si tu padre tuviera casa chica, si tu madre fuera bipolar, si tu hermana fuera una zorra. Podría ser peor: si le sumaran otro alfiler al muñeco vudú que tiene un mechón de tu cabello. Podría ser más patético: que tu jodida suerte empeorara. Y eso, mi estimado, parece ya imposible. Pero no subestimes al destino, ni te quejes demasiado, capaz que se enfada el diablo ye te manda a sus sicarios. No, en verdad que nunca es suficiente para hacerte sentir miserable. Y Nacho Vegas musicaliza tus tristezas. Y Enrique Bunbury canta tus propias penas. Y tú aún crees que hay demasiadas canciones para escuchar mientras te sigues saboteando.

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Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 18 de Agosto de 2011

 

 

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