jueves, 4 de agosto de 2011

Contemplar el abismo a tus pies

 © Manual para canallas

Eran cerca de las tres de la mañana y todos estábamos borrachos, aunque unos más que otros. Algunas parejas bailaban una rola aburridísima de no-sé-quién y yo me sentía profundamente estúpido de estar ahí, rodeado de personas que no conocía y que ni siquiera iban a ser importantes en mi vida…

Siempre hay alguien a quien se le ocurre poner baladas insulsas, pensando que se puede ser romántico al tiempo que los demás observan como si aquello fuera una puesta en escena muy absurda. Tenía sueño, el ron se había terminado y las dos cervezas que me tomé me provocaron un sopor del que sólo me rescató la actitud de Mariana, que casi nunca era cariñosa. Ella que me tocó el rostro y dijo una frase común: “Me encanta cuando no te rasuras”. Sonrió con un gesto que ella consideraba seductor. Se levantó y caminó hacia la terraza. La seguí porque no había nada mejor por hacer. En el edificio de enfrente había un anuncio gigante de Levi’s en el que un diablo joven vestía jeans y camiseta a la moda. Ella rió como tonta y estuve casi seguro de que se fumó un carrujito durante el rato que se perdió con una compañera de la facultad. “¿No te parece que es un anuncio graciosamente sexy, ja ja ja?”. No, en definitiva. Traté de no ser duro con ella. “Lo que pasa es que lees demasiadas revistas de modas”, adopté un tono comprensivo. “Es que me encantan las fiestas de mis amigos. Es que son muy divertidas”, exclamó y continuó con su chocante risilla. Yo no le encontraba la felicidad a reunirte con una plaga de universitarios que se alocan con un dueto de Miguel Bosé y Julieta Venegas, o que apenas están descubriendo lo buena que era La Maldita Vecindad.

>>>

En verdad que no le veía sentido a convivir con chicas que dicen “bubis” en vez de senos, con chavos que creen que Kasabian es la nueva fragancia de Kalvin Klein en lugar de una banda de rock. Pero resulta que me encantaba Mariana y uno siempre es un imbécil cuando se deja llevar por la pasión. Así que la tomé por la cintura y la jalé hacia mí, lo que provocó que ella se acurrucara un poco y me dijera muy quedito al oído: “Me encanta cuando te pones romántico”. Uhhh, no hubiera dicho eso. Un resorte en mi interior activó la señal de alarma: “Sólo quería acariciar tu trasero y decirte las ganas que tengo de incendiar tu calma”. Y ella reviró con un “ay, que poco romántico eres, yo que pensé que me ibas a decir cuánto me amabas”. Yo sólo estaba acariciando con mi aliento sus deseos, tratando de recordar cómo fue la primera vez que tuvimos sexo. Seguro que no fue tan bueno, pero iba mejorando. Y recuerdo que sonaba Sabina en el estéreo:


“Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá;
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado con ganas de llorar...

Yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta, brindar a tu salud...

Lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí”.

Pero Mariana no moría por mí, ni yo por ella. Así que luego de un buen rato le comenté que ya estaba harto de ese ambiente. “Ya me quiero ir. ¿Te vas conmigo o siempre sí te vas a quedar en casa de tu amiga”, le pregunté, pero ella me silenció con un beso largo y húmedo.

>>>

Y así como llegó, igual se extinguió el deseo. La última vez que vi a Mariana estaba en el Covadonga, sentada con cara de fastidio junto a un tipo bastante borracho y que miraba al piso como si tratara de medir la profundidad del abismo. Yo iba acompañado, así que apenas nos saludamos desde lejos. Su cuerpo seguía siendo como la escena del crimen: nadie podía dejar de mirarla. Imaginé entonces, mientras recordaba aquellas madrugadas compartidas, que tarde o temprano Mariana y yo acabaríamos haciéndonos daño. Tiene mucho que no sé de ella. Tampoco voy a mentir jurando que la extraño. Ha pasado demasiado tiempo, no sé si meses o años y yo me siento a veces como en una canción de Andrés Calamaro:


“Parece que mi cámara lenta
ya perdió la cuenta y no está contenta.

Mi muñeco vudú se perdió en la tormenta
con mil alfileres clavándose en mi corazón en venta,
que nadie viene a comprarlo.

Mi corazón en venta dicen que se revienta,
que versión violenta la que se encuentra por ahí,
la que se encuentra por ahí.

Se dice de mí que nunca vuelvo
y siempre me estoy yendo a ningún lugar,
que tengo que parar de navegar.

Ya me di cuenta,
me lo dijo mi corazón en venta”.

Ahora salgo con otra chica, igual o más hermosa que Mariana. Y las noches a su lado son delirios constantes, murmullos entrecortados en la semioscuridad de mi recámara, caricias como mar de fuego, miradas de deseo y sensualidad conjugados. Cierto día, a las cinco de la mañana, sudoroso y exhausto, me vino a la mente un fragmento de Jaime Sabines:


“El ángel guardián de los borrachos
es siempre una mujer desnuda
que está delante de ellos...

Los borrachos que gritan no duran mucho,
se derraman como una arteria rota.

Los silenciosos están siempre
conversando con Dios”.

Yo no sé si he conversado mucho con alguna deidad, pero de algo estoy convencido: he logrado encontrar las salidas de emergencia en algunos purgatorios. Y no sé por qué extraña razón, recuerdo a Mariana sentada junto a un tipo que no parecía tener visa para el paraíso. Qué bueno que no soy yo quien suele mirar el abismo con melancolía. Que bueno que hay una mujer que me abraza en la oscuridad, sin más necesidad que la de sentirse cómoda.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 4 de Agosto de 2011

 

 

© Manual para canallas

No hay comentarios:

Publicar un comentario