jueves, 11 de agosto de 2011

Nunca jubiles la bondad

© Manual para canallas

El día que mi madre me encargó con su comadre yo me sentí como un niño extraviado en el zoológico. Estaba azorado y tenía la sensación de que no volvería a ver a Alicia, aunque no era así…

Sólo se manifestaba mi inocencia, huérfana de certezas en esos momentos. Pachita, la amiga de mi madre, y su esposo eran gente decente aunque no tenían ni puta idea de lo que era convivir con un niño que además ni era suyo. Ellos no tenían hijos y tampoco me iban a tratar como a uno de ellos porque estaban igual de confundidos que yo. Fueron varios meses los que viví con ellos, porque mi madre tuvo que cambiarse de ciudad por cuestiones que desconozco. Alicia no quería que perdiera el año escolar, así que la solución la propuso su amiga: “Si quiere, comadre, déjemelo a mí, yo se lo cuido”. Y el tiempo transcurrió lento, como suele suceder cuando te sientes igual que un exiliado en un país con un idioma extraño. Yo era un chamaquito que no hacía ni ruido cuando lloraba, nomás por no incomodar a sus anfitriones. “Oiga, Licha, su chamaco me apura. No habla nada. Y nunca sonríe”, le comentó Pachita a mi jefa. Alicia no estaba preparada para esas cosas, así que las cosas siguieron su curso. Y yo hablaba poco y sonreía menos. Será porque mi mejor refugio siempre ha sido conversar conmigo mismo o inventarme mundos paralelos y fantásticos. Cuando al fin acabó el curso, segundo de primaria, pude volver con mis hermanos y mi madre. Y me volví más aplicado en tercer grado y ayudaba en todos los quehaceres, porque suponía que si era un buen hijo jamás me volverían a abandonar temporalmente. Aquella fue una mala época para mí. Vivimos en Vallejo y hubo grandes momentos pero también pésimos pasajes, como la muerte de mi hermana más pequeña o ciertas cosas que es mejor enterrar en el traspatio, allí donde el olvido acumula polvo junto a unos patines obsoletos y a la sombra de un árbol demasiado viejo. Pero estaba con mi familia y para mí eso ya era un bálsamo. Mi madre nunca fue muy abrazadora, pero a mí me bastaba con verla cantar a Rocío Dúrcal, mientras planchaba, para creer que la vida había sido espléndida con ese pequeño que atesoraba silencios.

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Mi jefa estaba de visita el día que mi ex esposa me cacheteó. Una oleada de indignación recorrió mi rostro. Observé la expresión de mi madre, que mezclaba sorpresa y preocupación. Miré a mi ex mujer como si la maldijera y me fui a la recámara. Hasta allí llegó mi jefa y se sentó a mi lado, mientras mis ojos escapaban por la ventana.

—Madre, ¿qué clase de hombre educaste?

—No he educado hombres y mujeres, sino hijos decentes.

Y entonces me abrazó y no pudimos evitar las lágrimas. Ella en silencio, yo como el niño extraviado que a veces suelo ser en noches de desvelo.

Alicia tenía razón, como siempre, porque educó personas honestas consigo mismas. Lo pueden demostrar mis hermanas, que son mujeres congruentes y sensibles. Lo puede certificar mi carnal Claudio, que es un buen tipo y muy solidario. Yo no tanto, que tengo demasiadas fallas y no me canso de cagarla. Aún así, Alicia hizo un buen trabajo. Como madre tuvo muchas fallas, sin duda, pero fueron inmensos los aciertos.

Tengo presente, con claridad, que aquella bofetada de mi ex mujer me la gané a pulso. Era rencor acumulado, por mi inmadurez, por mis borracheras, por llegar a la mañana siguiente, por ser un irresponsable con el dinero. Los reclamos ya no eran suficientes.

—¿Qué voy a hacer?, estoy confundido –comenté aquella mañana a mi jefa.

—Estoy segura de que vas a hacer lo correcto –Alicia se secaba las lágrimas.

Mi madre tenía razón. Hice lo correcto. Poco tiempo después empaqué unas cuantas cosas y me largué. Meses más adelante me divorcié y no me arrepiento. Tengo dos hijos maravillosos y mi madre es feliz cuando la visitamos en pandilla, pues nos mira con ganas de decirnos que somos lo mejor de su mundo.

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Alicia se jubiló hace algunos años, pero no ha jubilado su ternura, esas muestras de afecto que prodiga, ni los abrazos cálidos. Alicia es un monumento al sacrificio, un homenaje a los que con poco son felices. Mi madre fue una mujer con muchos defectos, con demasiadas dudas, pero aún así tuvo la coherencia para sacarnos adelante en un mundo despiadado. Mi madre me abandonó algunas veces sobre un barco de papel y, sin embargo, estaba tan bien construido que resistió las tormentas. Y yo desplegué las velas, me dejé llevar por el viento, y llegué sano y salvo a ciertas islas solitarias. Y me tendí en la playa, a mirar el sol, a percibir la brisa, imaginando que un buen día los dioses me compensarían por mi habilidad para navegar con mal tiempo. Hoy ha llegado ese día: puedo decir, con una mano en el corazón y la otra en la brújula, que Alicia es la mejor recompensa. Yo tengo una madre que es naturaleza viva, que es bendición, que es mi orgullo, que es mi mejor ejemplo, que es una mujer que llora de alegría, que es mi heroína, que es mi origen y mi destino. Tengo una madre morena y trabajadora, que es generosa con los desprotegidos, que es una maravilla cuando sonríe, que es memoria viva de las malas épocas, que es un ángel guardián que nos sacó de la miseria, que es frazada en invierno, que es todo corazón y valentía. Tengo una madre que alfabetizó mi ignorancia, que me enseñó a no darme por vencido, que me remendó las alas cansadas de volar, que me educó para no ser un cretino... de tiempo completo. Alicia es una mujer en la frontera de la vejez, que no se cansa, que seguirá en pie, que no ha jubilado la bondad ni la ternura. En pocas palabras, tengo una madre que es pocamadre. Y no hay poemas que sinteticen su generosidad, sólo intentos de poesía:


“Que no se canse tu reloj oxidado,
que no se detenga tu corazón abundante,
que aún faltan abrazos que cobijen mis desalientos,
que aún tenemos pláticas pendientes,
mientras los grillos estridulan secretos
en el jardín de los gratos recuerdos.

Que no se clausuren tus miradas buenas,
que nunca me falten tus palabras de aliento,
porque mis pasos aún son inciertos
y me falta navegar algunas tempestades
que precisan del faro de tus bendiciones”.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 11 de Agosto de 2011

 

 

© Manual para canallas

1 comentario:

  1. es el mismo sentimiento que tengo hacia mi madre, también le toco joderse para sacar adelante a 3 hijos.
    no claudiques muchos esperamos tu libro.
    saludos.

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