jueves, 27 de enero de 2011

Lecciones de vuelo a domicilio

© Manual para canallas

Alguna vez me imaginé piloteando un avión, tal vez por influencia de Snoopy, pero sólo eran sueños guajiros. Igual que cuando fantaseaba con eso de ser investigador privado u hombre de mundo en un yate de esos de anuncios de cigarro…

Y sobrevolar mi ciudad, surcar océanos turquesas, contemplar a una mujer en bikini sobre la proa, se quedaron como meras metáforas de mis aspiraciones. Para un niño que usaba tenis de oferta y pantalones heredados de sus primos, había más túneles a oscuras que senderos empedrados. Pero algún Dios sin alma de burócrata se apiadó de mí y me mandó algunos ángeles espléndidos. Entre ellos destaca la hermana de mi madre, la tía Marina. Una mujer de esas que deberían clonar y producir en serie para educar a nuestros políticos: como no tienen madre, alguien así les daría al menos un poco de sensibilidad.

 

Mi tía Marina, según la recuerdo en alguna etapa, era una muchachilla algo reservada –que no tímida— pero se escudaba en un aire de arrogancia que suele distinguir a esta familia. Algunas veces coincidíamos en la casa de la abuela, porque tanto ella como nosotros estábamos de visita. Yo no lo sabía entonces, era un chamaquito, pero me enteré después que la malvada abuela le hacía la vida imposible, que la corrió del hogar –si a eso se le podía llamar hogar— un buen día con el argumento de que era una puta o algo así. Como sería mi abuela de mala, que de buenas a primeras casó a la otra hija, de apenas 17 años, con un hombre mucho mayor sólo porque le parecía que era un-buen-partido-y-tenía-muchos-terrenos. No soy yo quién para juzgar a la madre de mi jefecita... sólo retomo algunas historias que aún retumban en la familia y que han dejado secuelas algo severas.

Por fortuna mi tía Marina sobrevivió a otros desatinos maternos, a los empeños de un destino esquizofrénico, y pudo consolar a la menor de sus hermanas en los peores momentos. Y también tuvo la bondad de rescatarnos, a sus cuatro sobrinos, de las garras de la crueldad. Parecíamos destinados a ser unos niños huérfanos de sueños, de esperanzas, pero esta hermosa mujer llegaba de pronto para enseñarnos que había un mundo más allá de nuestro barrio lodoso, lejos de esas calles pobladas de perros hambrientos y ladrones de bicicletas.

>>>

Marina tenía una mirada melancólica, una maleta con visas para todas partes y aquella sonrisa que te hacía volver a confiar en la humanidad. La recuerdo con sus jeans Levi’s, el cabello largo y sus tenis que habían pisado fronteras que a mí me parecían de película. Ella fue la primera universitaria de mi familia y no cesó hasta graduarse como doctora. Y lo mejor de todo, es que también tiene maestría en suturar las heridas de nuestros corazones de segunda mano.

Y aunque tenía infinidad de problemas, como los gastos de la escuela y quizá compartir departamento con una compañera que no cooperaba ni para el jabón, mi tía de pronto se daba sus escapadas para visitarnos. Ella, según me acuerdo, no nos llevaba juguetes ni nos compraba pastel de cumpleaños, pero nos regaló algo mucho más inolvidable: su tiempo, sus abrazos y hasta sus lágrimas en los peores momentos. Con ella aprendimos que conviene empacar entusiasmo extra en la mochila, por si un buen día se te acaban los fondos o te asaltan en un país extraño. Con ella conocimos el estadio Azteca y también nos hicimos fanáticos del Cruz Azul. Con ella nos lanzamos de excursión al Popo, porque mi hermana quería conocer la nieve. Y aunque nos quedamos a unos kilómetros de hacer un muñeco de nieve, debido a que mi carnalita Silvia se cansó, regresamos con tremendas sonrisas y la sensación de que nunca olvidaríamos aquella aventura. Y así ha sido hasta ahora.

En resumidas cuentas, Marina nos dio lecciones de vuelo a domicilio: nos impulsó a creer que no se necesita licencia para llegar a dónde imagináramos, nos dio alas para leer sin descanso y también nos enseñó a escuchar a los Rolling Stones o a David Bowie, así como nos heredó su entusiasmo por conocer mundo. Por eso aún guardo la postal que nos envió desde Hamburgo y los timbres postales que me trajo de Rusia, porque son la brújula que consulto cada que siento que he perdido un poco el rumbo.

Ahora, Marina necesita completar un rompecabezas y trataré de ayudarla. Me cuenta que anda buscando a una amiga de la secundaria, con la que desea reencontrarse pero no tiene muchos datos. Sólo recuerda que estudiaban en la Secundaria Federal Loma Bonita, allá por Neza, y que a esa chica le decían La Yuyis. Intentaremos encontrarla por este medio y recurriremos a ese instructivo de vuelo que es la memoria. Y seguro que aterrizaremos en buen puerto.

manualparacanallas@hotmail.com

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 27 de enero de 2011

 

 

© Manual para canallas

No hay comentarios:

Publicar un comentario