jueves, 12 de mayo de 2011

En caso de un adiós precipitado

© Manual para canallas

En caso de un adiós no solicitado, sólo queda el consuelo de las canciones compartidas, los besos añorados, las sonrisas memorables en aquellas fotografías…

En caso de un despido injustificado, ojalá que tu amor errabundo no se estacione en el pasado. Más vale huir, correr en sentido contrario, ahogarse en tragos baratos, bautizarse en una nueva religión o cambiar de nombre en cada antro y quedarse callado mientras la pasión pasa de largo. En caso de un adiós precipitado empaca sólo lo necesario. Si se va ella, no te quedes a esperar que vuelva. Si te vas tú, mejor es que devuelvas las llaves porque cualquier noche tus pasos serán perros malacostumbrados. Si van ambos, sólo den diez pasos bien contados y entonces voltean al mismo tiempo y se apuntan con un dedo... y que el dardo del rencor haga impacto en sus miradas.

En caso de un adiós incendiario no prendas veladoras, apaga los suspiros, quema las cartas que hoy suenan falsas y dinamita las ganas que tengas de volver a esos besos. Y sí aún así te quedan resabios, será mejor que hagas cien planas con alguna frase lapidaria: “El amor es una bestia que tarde o temprano se vuelve en contra tuya” o algo así como “el amor es un instructivo para armar una trampa de osos”.

En caso de un adiós auto medicado no te recetes consuelos caducados, ni medicamentos similares para curar el olvido, mucho menos te inyectes esperanzas para un mañana con resaca. Y si la botarga del doctor Simi baila una canción que te recuerda algo, mejor cámbiate de acera para evitar la tentación de patearle el trasero.

En caso de un adiós sin poesía, recurre a las recomendaciones sabias del más sabio de los poetas.

“Sólo quiero una semana
para entender las cosas.

Porque esto es muy parecido
a estar saliendo de un manicomio
para entrar a un cementerio”.

Palabras de Jaime Sabines. Te alabamos, señor. Y en caso de un adiós por mensajería instantánea, conjura su cobardía borrándola del messenger, ignorando su Facebook y borrando su fotografía hasta del chingado iPhone.

Y no, no es mi caso. No por ahora. Sólo es una advertencia para los que se sientan desahuciados. Sólo es una guía para que la próxima vez lo pienses bien antes de enredarte en una relación malsana, en un espejismo que te quitará el sueño durante muchas madrugadas.

>>>

Éricka observó mi reflejo en el espejo. Descubrió mi hartazgo, mis ganas de estar en otro lado mientras ella se probaba unos zapatos. Luego, cuando la empleada buscaba “un par del número cuatro”, Éricka se fue a sentar a mi lado. Ni siquiera intentó sonreír. A esas alturas no estábamos para meras formalidades.

—¿Qué harías sin mí? —preguntó sin mirarme.

—¿Emocionarme con los nuevos amaneceres? ¿Conocer otros bares? Ya sé, haría un carnaval con mis benditas soledades o dedicaría algunas plegarias a las caricias que han pasado a mejor vida —respondí con algunas sugerencias.

—¿Por qué tienes que ser tan rebuscado? —esa costumbre suya de contestar con preguntas.

—Porque no fui educado por las telenovelas —esa costumbre mía de remarcarle que me chocaba su afición por los dramas.

—Ay no, seguro que tú estudiaste en escuelas de paga –la muy lista intentó jugar en mi terreno.

—Si hubiera sido así te juro que ahorita trabajaría en una revista de chismes o en un programa de esos que provocan náuseas —ella sabía de mi aversión a esa clase de basura.

—¿Lo dices por mí? —comenzaba a indignarse.

—Claro que no, lo digo por la lindísima de tu amiga que se acuesta con su jefe aunque el muy cretino es casado —su “comadre” y yo no congeniábamos en lo absoluto.

—¿Y ella qué tiene que ver en esto? —se quejó, pero no espero mi respuesta porque llegó el par de zapatos que más anhelaba.

Éricka había trabajado en un programa de esos que hurgan en la vida de los “famosos”, pero un día se quedó sin trabajo y tuvo que emigrar a una agencia de relaciones públicas. Y la paga no era mala, pero siempre se quejaba de lo odioso que era lidiar con “estrellitas insoportables” y sus “jefes tan idiotas”. Cuando al fin encontró el calzado de su medida sonrió satisfecha. Giró para saber mi opinión: “¿A poco no están preciosos?”. Solamente asentí. “Me los llevo”, sonó como si en realidad en eso consistiera la felicidad. Pagó y me tomó del brazo. “Ahora invítame a comer, porque cuando salgo de compras me da mucha hambre”. Y ahí vamos de nuevo, a dejar a un lado nuestras diferencias. Y yo con ganas de hacer un decreto que me garantizara que nuestro adiós no volvería a ser postergable. Pero algo en mí me decía que aquella noche volveríamos a incendiar el colchón con nuestros delirios. Y su manera desinhibida de hacer el amor me convencería de olvidar que teníamos demasiados malos ratos.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 12 de mayo de 2011

© Manual para canallas

No hay comentarios:

Publicar un comentario